Hubo un momento en la historia del homínido reciente, en el que nuestro futuro degustativo parecía estar condenado al escaparate de una foodtruck
En el que nuestras ciudades, sus avenidas y ramales, se llenarían de fragonetas gastro creyéndonos, de provincias a provincia, que nuestras calles mutarían en aquel vial que nos zampamos cuando visitamos a nuestro amigo de Londres, de junior en Deloitte.
Y claro, no. Después de tomarnos decenas de perritos calientes, centenares de hamburguesas y kilogramos de nachos cementados alrededor de innumerables mercadillos, festis y eventos de colocación, el soufflé fue desinflamándose y el Jon Favreau del ‘Chef’ dejó el puesto ambulante para volver a las órdenes de Dustin Hoffman.
El mejor símbolo de esa transición lo representa La Regional, la caravana valenciana que hizo creer en un nomadismo gastro reluciente y que, adelantándose al futuro, aparcó para quedarse en La Fábrica de Hielo. Tal vez, producto del hábito, enfocamos poco lo que supone ese viejo almacén del hielo. Representa como pocos un momento álgido de la vida cerca del mar. Y La Regional, reinventando el concepto, encarna una manera frontal de servir bocadillos. Focaccias de La Tahona del Abuelo, hamburguesas con brioche del Horno de San Bartolomé. Ensaladillas de la Mare, pepicos y bikinis.
Una demostración de que, en las disquisiciones entre agilidad y eficacia, calidad y muchedumbre, también existe el camino cierto para hacerlo bien.