Esto no va de los bares que hay en tu vida, sino de la vida que hay después de la vida de hostelería
¿Te es familiar esa sensación de que los escenarios cotidianos por los que transitas están ligeramente alterados? Me explico: sales del trabajo con un agujero en el estómago, otro en la Visa y uno negro en la nevera. Necesitas, rápido, algo que llene todos tus vacíos: Un bocata de media barra de pan que casi no se pueda cerrar. Sin memeces.
Lo normal en estos casos sería dirigirse a un bar tipo Rojas Clemente esperando encontrar opulentas bandejas de embutido, torrijas y jugosas tortillas como siempre pero… AY. Quique -Enrique Sáez- ha cumplido los 65 y tras casi 50 años tras la barra lo ha traspasado a una pareja de argentinos ataviados con polos a juego. Los tiempos cambian.
“La vida es una. Hay que vivir y gozarla. Yo ya he hecho bastante, son 14 o 15 horas de trabajo al día. Año tras año y el tiempo se va. Me siento muchas veces como un Don Quijote que lucha sin parar contra los molinos. Ya hemos hecho bastante”. Quien habla es Carlo d’Anna, de la Trattoria da Carlo. Si Quique nos ha dejado sin magro con tomate y patatas fritas, Carlo lo hará de sus pizzas de los lunes. ¿Algún bambino tomará el testigo? “Es difícil legar un negocio así, creo que hoy en día hay un problema con la forma de trabajo de los jóvenes. Se ha perdido la formalidad, no hay compromiso”.
Manolo Alonso, padre de Manuel Alonso, chef del estrella Michelin Casa Manolo, le cedió -no sin cierta suspicacia- el trono a su hijo: “Me dijo que quería hacerse cargo, que yo había trabajado bastante y me tocaba descansar. Como veía que tenía madera, que había estado desde pequeño en el restaurante le dije: adelante. Pero claro está, seguí al acecho... y ahora estoy contentísimo. Yo era un profesional de los de antes, pero lo de mi hijo es un orgullo”. Manolo ya no manda, pero no baja la guardia: “Soy yo quien abre. Sigo yendo todos los días. Como soy bastante manitas hago parte del mantenimiento. Y alguna bronca sí que doy, pero pocas”.
La doctora Sacramento Pinazo-Hernandis, Vicepresidenta de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología y profesora de la Universidad de Valencia puntúa que “Las actividades profesionales en la que uno disfruta y que le permiten aportar algo a los demás son muy enriquecedoras a lo largo de la vida, pero cuesta más soltarlas. Muchas personas que trabajan en entornos profesionales creativos realmente no se jubilan nunca. Profesionales liberales pueden seguir ejerciendo su trabajo mientras así lo deseen o la salud les acompañe. Aquellos trabajos con alta exigencia de tiempo, en donde las personas sacrifican su tiempo familiar porque los horarios laborales son incompatibles con las relaciones sociales tienen que hacer mayores esfuerzos para redirigir su vida y aprovechar este nuevo momento para entablar nuevas amistades y disfrutar con nuevas actividades”.
“Te voy a contar una anécdota: Empecé a trabajar en el restaurante de mi padre a los 8 años. Como no llegaba al mostrador me ponían unos cajones. Estaba horas y horas y me dolían las piernas. Le pregunté a mi padre que cuándo podría parar y me dijo que ya descansaría cuando me muriera. Se convirtió en mi filosofía. Por eso solo cinco días aguanté nada más me jubilé”. No todos los hosteleros sienten la misma entrega que Manolo. Tino Fernández del Bar Marvi sonríe al recordar la jubilación de su padre: “Mi padre se jubiló el 1 de mayo. Hay que ser muy crack para jubilarse el Día del Trabajo. A los 61 dijo ‘¡ya no trabajo más!’ y se largó a Galicia dos años. Después volvió y se jubiló oficialmente a los 65 años. Se desentendió sin problemas. Mi madre también está jubilada, pero sigue por aquí, de hecho está en la cocina. Viene por la mañana, coge las llaves para abrir, hace la compra… El bar era de mi padre, ellos se separaron. Se lo quedó él, pero mi madre siguió. Esto te tiene que gustar mucho, y no digo que a mi padre no le gustara, pero sí que tiene más desapego que mi madre”. ¿Qué pasará con el futuro de Marvi? “Ufff, difícil ¿eh? Mis hijos no creo que vayan a seguir, entonces lo traspasaré. Al final es un negocio. No tienes que dejarte la vida aquí. Hay que saber aprender a vivir y a disfrutar”.
La doctora Sacramento analiza si las situaciones de los negocios familiares de hostelería pueden ser un factor de riesgo que impida una jubilación positiva: “Una persona puede tener una jubilación positiva, gradual y flexible, si desea seguir en el negocio familiar, asumiendo algunas tareas pero dejando paso a nuevas generaciones que se encarguen de lo más pesado de la gestión. Se trata de no desvincularse del todo pero que no recaiga el peso de la empresa en uno. “Jubilación” viene de “jubileo”. Se trata de reinventarse, disfrutar y crear una versión nueva de uno mismo.