Arquitectura y patrimonio

València a tota virolla 

Las Escuelas San José entran en Docomomo: la arquitectura moderna sí tiene quien la reconozca

  • Fotos: ESTRELLA JOVER
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VALÈNCIA. Con el Caso Agrónomos -jarana y destrucción en Blasco Ibáñez-, en diciembre pasado, algunas voces como saliendo de la ultratumba advirtieron sin demasiado éxito de cómo estaba a punto de cometerse un nuevo ataque indiscriminado sobre una pieza valiosa de la arquitectura del Movimiento Moderno en València. El conjunto sesentero de Moreno Barberá, derruido con desidia, encendía una verdad demasiado recurrente: el cóctel de desconocimiento y desprotección con el que las sociedades urbanas se acercan a los edificios del Moderno.

Con esa tendencia habitual a la autoflagelación y a interpretar los problemas desde el endemismo, la València interesada consideró que esto sólo nos pasaba a nosotras, que somos más flamígeras que nadie. La prueba de que se trata de una práctica generalizada es la existencia de una fundación (Docomomo) creada en Eindhoven en 1988 con un objetivo concreto: documentar y conservar el Movimiento Moderno. Fundada por los arquitectos holandeses Hubert-Jan Henket y Wessel de Jonge, sus ramales ibéricos nos alcanzan a través del Col·legi d’Arquitectes de la Comunitat Valenciana.

La Docomomo crea un registro con el que acreditar los edificios del movimiento moderno sobre la faz de las ciudades. Señales con las que advertir, alicientes para su protección. Estos días ocurre en la piel de las Escuelas San José, en València; el edificio Hermanos Lladró, en Tabernes Blanques; en el Hotel Don Pancho, de Benidorm; y en el edificio Felis, de Burriana. Aunque ya estaban incluidos, la colocación de la placa les suma  a un listado cada vez más amplio del que participan viejos conocidos como el Grupo de viviendas Antonio Rueda o el Colegio Alemán de València, el pueblo de colonización El Realengo en Crevillent, o el Edificio Alonso de Xàtiva. 

Si el humor necesita tragedia más tiempo, la arquitectura del Movimiento Moderno lo que necesita es información para desencriptar la escasa distancia en el tiempo. Conocimiento sobre su aportación diferencial a la cultura de los lugares, y por consiguiente tiempo para resistir a ‘la última tentación’: la de cargárselos antes de que sea tarde. 

Foto: ESTRELLA JOVER

Son arquitecturas vulnerables porque son próximas; porque pertenecen a períodos percibidos como descastados, con picos de crecimiento vertiginoso a partir del éxodo rural a las ciudades; porque no se corresponden a los clichés habituales de lo que se supone que debe ser un edificio apreciado: historicismo memorable o modernidad ultrasónica. 

 “Es una arquitectura muy reciente, y por eso mismo, se cree que carece de valor. Tendemos a valorar lo ‘antiguo’ o lo ‘viejo’, incluso cuando no deberíamos (quiero decir, no todo lo antiguo tiene valor por el mero hecho de serlo). Por el contrario, parece que lo actual, por esa cualidad de cercanía en el tiempo, tampoco lo tiene”, razona Rosa M. Castillo desde el Col·legi d’Arquitectes de la Comunitat Valenciana. Como se señala desde el Col·legi, hay además una efecto contraproducente con la inclusión de un edificio ‘vivo’ en un catálogo de protección: “si no se acompaña de presupuesto, parece una ‘condena’ para los propietarios. Ya es algo que pasa con el patrimonio actual… nadie quiere que le incluyan. Así es difícil que se proteja”. 

Vendría a suceder con el Movimiento Moderno como con las últimas páginas de los libros escolares de Historia, relegados por recientes: “Influye que hay un desconocimiento de los valores y virtudes de la arquitectura del siglo XX. Se estudia gótico o barroco, pero menos lo contemporáneo”, razona.

Mientras, desde el Colegio Territorial de Arquitectos de Valencia se apunta a una razón suplementaria: los edificios del Moderno -la mayoría de los condecorados por Docomomo en la ciutat pertenecen al registro de equipamientos de 1925-65- se parecen tanto a los estilos constructivos actuales que terminan banalizados: “La manera en que se proyectan los edificios en la actualidad, se asemeja más a la arquitectura del movimiento moderno que a ningún otro. Una consecuencia lógica, pues es la época marca el inicio de las nuevas formas de la arquitectura. Por tanto, la tendencia pone en valor aquello que es más diferente a lo actual, y más lejano, más antiguo”.

Foto: ESTRELLA JOVER

El siguiente paso tras los reconocimientos Docomomo, como el que este jueves recaía sobre las Escuelas San José, “lo tiene que dar la administración”, sostienen. “Asignar un valor al edificio, incluyéndose en el catálogo municipal, asignándole un nivel de protección. El peligro viene cuando ese edificio no tiene ningún nivel de protección”.

Hace unos meses el arquitecto Pasqual Herrero reflexionaba a propósito de los derribos de edificios modernos de gran valor: “encaja en la dificultad administrativa para objetivar criterios básicos, en la nula imaginación para ensanchar la vida de los edificios y, ya que estamos, en el desdén de la ciudad con lo que es suyo”. 

Es extraña esa obsesión por pretender reconocernos en la arquitectura más lejana en el tiempo, usarla como palanca para querer explicarnos. Puede que refleje la necesidad de zafarnos del espejo del tiempo, no afrontar que los entornos que nos circundan corresponden a nuestra propia autoría.  

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