Es Pop publica en castellano la autobiografía del cantante de Black Sabbath 'Soy Ozzy' centrada en su vida de excesos más que en su peripecia musical
VALÈNCIA.- Solo si la música pop no te interesa en absoluto y aún menos leer, y tampoco tienes a alguna amiga que reúna esas características, puede que jamás hayas oído hablar de The Dirt ('Los trapos sucios' en su edición en castellano en Es Pop), la autobiografía de Mötley Crüe. De lo contrario es prácticamente imposible que en algún momento de tu vida alguien no te haya dado la brasa recomendándote que dediques una parte de ella a leer una de las aventuras más aberrantes jamás (tan bien) escritas. Y es que el lanzamiento al mercado editorial en 2001 de The Dirt ("la basura" o "la porquería" en traducción literal), la autobiografía de una de las bandas norteamericanas de hard rock más populares de los 80, supuso un antes y un después por lo que a biografías de artistas se refiere. De hecho, tras su publicación casi es difícil recordar si hubo un antes.
¿La clave? Algunos resumen el éxito del libro al puro morbo de leer la compilación de barbaridades más grande que un grupo musical se haya dedicado a realizar y confesar. Sin embargo eso sería injusto para resumir exclusivamente un libro tremendamente bien trazado —con la coordinación y edición del periodista Neil Strauss— a partir de narraciones paralelas de los diferentes miembros de la banda (que muchas veces se contradicen o sirven para que los distintos integrantes se dejen en ridículo entre sí), con un ritmo trepidante, y el añadido de incluir para el seguidor de Lee, Sixx y compañía información cuanto menos interesante sobre cómo se gestó cada uno de los álbumes de la banda.
Los trapos sucios demostró que una biografía de una banda podía ser un best seller y trascender en el mercado al interés exclusivo de sus seguidores, y —como no podía ser de otra manera— tras su estela llegaron más. Y lo mismo, pero en una escala muy diferente al resto del mundo occidental, sucedió en la culturalmente subdesarrollada España. Pasaban los años y Los trapos sucios, un fenómeno editorial internacional, no se publicaba en nuestro país, seguramente porque atendiendo al dictado cultural de los medios de masas, si Alaska y Mario marcan el nivel tolerable de transgresión desde el programa de Jiménez Losantos y Loquillo es el rock, los editores "cabales" se preguntaban quién demonios va a saber quiénes son Mötley Crüe y a qué se dedican.
Sin embargo, Óscar Palmer, un joven traductor y aspirante a editor tuvo la —genial— ocurrencia de hacerse con los derechos de la obra y sobre ella sentar la primera piedra de una editorial consagrada a publicar en este páramo obras sobre cultura popular que a él le parecieran interesantes. Su fe en aquella obra y en un público como él tuvo recompensa, y fueron los sucesivos ensayos musicales, especialmente sobre músicos de rock, los que fueron asentando esa microeditorial que es Es Pop Ediciones. Una editorial que, tras publicar por primera vez en nuestro país las biografías de Mötley Crüe, Slash, Lemmy Kilmister de Motörhead o Phil Lynott de Thin Lizzy —así como el magistral homenaje al hard rock que es Fargo Rock City de Chuck Klosterman—, reedita ahora la autobiografía del que fuera vocalista fundador de Black Sabbath, Ozzy Osbourne, que unos años atrás ya publicara la desaparecida Global Rythm Press.
La obra pues, parece haber encontrado su casa, pero ¿qué es lo que cuenta?. Lo cierto es que Soy Ozzy, publicada originalmente en 2009, es hija de tres circunstancias, por un lado la popularidad de su protagonista, multiplicada como en el caso de los Crüe más allá de su faceta musical por el éxito descomunal del reallity The Osbournes que protagonizaron Ozzy y su familia en MTV durante varias temporadas a principios de milenio; por el éxito de Los trapos sucios replicable en el caso de Ozzy, más adicto y escandaloso si cabe que sus colegas californianos en cuyo libro ya aparecía como estrella invitada en algún episodio delirante; y, joder, porque hablamos de Ozzy Osbourne, una de las principales leyendas —soprendentemente— vivas de la historia del rock.
Con esos mimbres las posibilidades de Soy Ozzy eran infinitas, y así el libro se comienza a leer con notable interés desde la primera página. Como en el caso de las autobiografías de Mötley Crüe y Lemmy —y a diferencia, por ejemplo, del Mi Vida de Keith Richards— hay un esfuerzo por parte del periodista que le ayudó en la redacción de plasmar el tono de Ozzy —leyendo el texto del Stone en cambio parecemos encontrarnos ante un intelectual y quizás lo sea, quién sabe— y uno en seguida entra en esa dinámica. Así, acompañamos a Ozzy en su niñez, sus primeras andanzas, su descubrimiento de la música, su contacto con las drogas legales e ilegales, y sus peripecias para formar una banda con la que huir del entorno deprimido en el que creció.
No hay pues reproche alguno sobre ese primer tercio, en el que es inevitable soltar alguna carcajada. Sin embargo, a partir de la grabación del homónimo debut de Black Sabbath, el libro se consagra a narrar una sucesión de anécdotas relacionadas con la mala vida y costumbres de Ozzy y los problemas que estas le generaban. Leídas con distancia lo cierto es que pueden tener gracia, pero tratándose de la biografía del vocalista de uno de los pilares fundamentales de la historia del rock, que en solitario también ha grabado algunos álbumes y canciones memorables, y que ha grabado acompañado también de músicos de leyenda, resulta desalentador que en la mayoría de los casos no les dedique una sola línea.
Y es esa ausencia, ese olvido —que ni el abuso de sustancias al que hace continua referencia puede justificar— que además daría al lector un respiro entre borrachera y borrachera, el que sin restar atractivo a la obra para el que solo apreciara de Los trapos sucios lo escabroso de sus anécdotas, sí lo quitará para aquellos que apreciaron la dimensión contracultural que aquella obra tenía. Pero no solo eso, también la literaria, pues si el bajista Nikki Sixx adquiría una densidad como personaje que lo hacía interesante para cualquier lector al reconocer en los diferentes capítulos de Los trapos sucios que la mayoría de sus discos le parecían malos, Ozzy confirma al olvidarse de hablar de ellos y centrándose exclusivamente en sus desventuras el cliché de bufón sin importancia cultural que la prensa de masas le asignó al inicio de su carrera.
Y aunque en Soy Ozzy él mismo diga que eso le importa una mierda, seguramente la gente que haya crecido con sus obras preferiría que su autor les hubiera dado en el repaso de su vida la importancia que ellos mismos le dan en la suya. En fin, la elección fue de Ozzy, y este es su relato. Al final, dirá más de uno atendiendo a cómo cuenta que ha vivido su día a día, aún parece sorprendente que Ozzy se haya acordado de tanto.