Los grandes cambios estructurales de la historia mundial y española han tenido que rozar o traspasar la ilegalidad para conseguir lo que se buscaba. Ninguna revolución progresista se hizo en tribunales o en parlamentos.
No entraré en el debate de la legalidad o no del referéndum. No me atrevo. No entraré en el debate de la mayoría simple o mayoría cualificada. No me atrevo. No quiero entrar en polémicas ni ganarme más amigos ni enemigos. No quiero. Pero sí que me gustaría incidir en que cuando algo no es legal no significa que no sea legítimo. A veces hay determinadas acciones legítimas y no legales que han conseguido grandes cambios en la historia.
Los cambios estructurales no han podido estar bajo el paraguas de la legalidad porque no hubiera estado permitidos.
A mí no me gustaría que Cataluña se independizara porque me encanta que forme parte de España. Porque me siento orgullosa de que pertenezca al mismo país al que yo pertenezco. Porque me gusta cómo es. Y porque me encanta Cataluña, su cultura, su lengua y sus tradiciones. Porque adoro a mis amigos y amigas catalanes y me gusta compartir país con todos los catalanes que he ido conociendo durante años. Pero si una mayoría de catalanes quieren independizarse, quiero respetarlo. Quiero que puedan decidir en paz. Y quiero votar en un referéndum digno y transparente con todas las garantías posibles sin que sufra el boicoteo de un gobierno que se niega a que este referéndum tenga lugar por los cauces oficiales.
El sufragio femenino dio lugar a una las batallas más recordadas de la historia parlamentaria española, con dos protagonistas de excepción: las abogadas Victoria Kent y Clara Campoamor.
Hubo un tiempo en que no existían estadísticas acerca de cuántas mujeres morían cada año en España a manos de sus maridos o novios. Hubo una época en que pegar a la esposa era aceptado socialmente, en que anular a la mujer era lo normal, en que matar a la “legítima” era un crimen pasional casi entendible y disculpable porque, seguramente, ella se lo buscó.*
Una mujer española de finales del siglo XIX y primer tercio del XX tenía como única aspiración ser una ejemplar ama de casa. Por no tener, las mujeres no tenían ni derecho al voto. Si no hubiera sido por las manifestaciones, las protestas y la “vulneración de la ley” en su momento, las mujeres seguiríamos igual. Tras mucho sufrimiento, en 1931 una constitución por primera vez contempló el derecho de la mujer a votar.
Por otro lado, la abolición de la esclavitud también llegó después de luchas, manifestaciones, protestas, muertos y mucha sangre durante años y años. Costó muchas vidas y mucha sangre hasta que se consiguió que pasara de ser legal a ilegal.
Y así todo. No quiero parecer demagoga ni comparar causas tan diferentes como el voto de la mujer, la abolición de la esclavitud o la declaración de independencia de algunos países. Intento reflexionar y entender todo esto que está pasando con diferentes ejemplos y un nexo en común, un hilo conductor: el derecho a decidir, el derecho a votar.
Seguro que se me escapan muchos matices y mucha información pero yo solo pretendo invitar a la reflexión. Invito a reflexionar con cierta perspectiva. Reflexionar sin olvidar la historia que nos acompaña. Una historia que nos trae al lugar donde nos encontramos ahora. Una historia que escribimos las personas. Una historia que debe analizarse en su conjunto.
Todo lo que está pasando es producto de una manera de hacer, pensar y actuar. Es el resultado de lo que votamos porque nuestros votos tienen consecuencias.
Y es que los votos y el derecho a decidir son el lenguaje y la manera de decidir en una democracia. Las personas hacemos las leyes, las personas redactamos la constitución, las personas levantamos o destruimos fronteras, las personas creamos el mundo en el que vivimos. Y somos las personas también quienes podemos cambiarlo.
Las personas que redactaron la constitución vigente fueron personas afines a su tiempo, personas que pertenecían a una sociedad y a un contexto determinado. Hoy día son otras las personas que deberían adaptarla a los tiempos que corren. Al margen de lo que está ocurriendo en Cataluña quizá la constitución necesita una actualización.
España ha tenido varias constituciones (las del 1812, 1837, 1845, 1869, 1876, 1931, 1978…). Constituciones que se redactan según una realidad política, económica y social determinada. Yo haré solo referencia a la del 79 que es la que me toca por edad. Una constitución que tiene su papel, que fue vital y que quizá hoy día deberían adaptar algunos puntos a la realidad actual.
Al fin y al cabo, la constitución no es un documento divino sino es un documento elaborado por personas que debería actualizarse.
Y personas son también quienes han ido decidiendo las fronteras de los países durante años. Porque recordemos que las fronteras y los países son el resultado de decisiones políticas y económicas. Las fronteras aunque no lo parezca, se pueden mover. Y de hecho, podemos hacer la prueba y ver el mapa del mundo en diferentes años y comprobaremos sus cambios.
Legítimo y legal, podría y debería ser el derecho a decidir. El derecho a decidir pacíficamente. Decidir desde la reflexión y desde la paz. Porque si no es así se consiguen estampas como las que estamos viendo estos días. Fuerza y violencia que no trae nada bueno. Radicaliza posturas y crea sociedades enfrentadas.
Lo más triste y peligroso de todo esto es la fractura que pasa en la sociedad. Una sociedad que no se entiende. Una sociedad que radicaliza sus posturas. Una sociedad en este momento dividida. Una sociedad orquestada para evitar cualquier cambio. Porque los cambios asustan. Porque los cambios paralizan. Porque los cambios dan miedo.
Pendientes de lo que ocurra el 9 d´octubre… La semana que viene… ¡más!
* Secretos a golpes de Susana R. Migélez