VALÈNCIA. La madre de la escritora, poeta y creadora Ángelo Néstore le cuidaba y leía cuentos cuando era pequeña. Le desenredaba sus peligrosos rizos color caoba con un peine con mucha paciencia y a veces le reñía si perdía algo en la escuela. Hablaba con Ángelo en un lenguaje del amor no siempre comprendido por ella cuando era niña. Con el paso del tiempo, y tras su mudanza de Lecce a Málaga, los lenguajes de los cuidados cambiaron y se fueron adaptando a la distancia.
Cualquier madre llamaría un par de veces por semana, o igual iría a visitar a sus hijos en Navidad, pero una madre italiana como la suya sabe que la mejor manera de conquistar a alguien es por el estómago, así que empezó a enviarle un palé de 80 kilos de comida todos los años. Un mensaje no escrito de cuidados, de amor, de herencia y del dialecto del detalle.
Una manera de decir “te quiero” que ha hecho que Néstore pueda alimentarse alla italiana para coger fuerzas y escribir su primera novela: Leche cruda (Reservoir Books) en la que el alimento en sí mismo es uno de los personajes principales. Se rifa el protagonismo con una gata negra como la noche llamada Cavalli, con una madre con demencia y con Mia, una persona no binaria que aún no sabe bien quién es.
En el hogar de la novela las protagonistas no siempre se entienden, pero encuentran en la música y la cocina un espacio de conexión. Todos estos lugares e idiomas caben en una novela tan sensible como magnífica en la que Néstore reta al lector a leer en italiano, español, entre maullidos y en el dialecto de Lecce.
- Foto: PATRICIA CONOR
-¿Cómo nace Leche cruda?
-A través de otro libro. Al principio había escrito una historia sobre un chico gay y la relación con su padre. Era una historia masculina y me di cuenta cuando ya tenía el libro escrito prácticamente entero. Me pareció que no estaba siendo honesta conmigo misma y hablé con la editora para empezar con este nuevo relato.
-¿Alguna vez verá la luz este relato?
-No. Leche cruda nace de una contradicción, y de asumir la capacidad de fracasar y ponerlo en valor como algo positivo. Podría parecer que la madurez es tener una idea y mantenerla a lo largo del tiempo, pero para mí madurar significa que el otro pueda entrar y modificar tu sistema de creencia. Es el riesgo del amor, el de que otro te modifique sin que tú lo quieras.
-¿Por qué situar al lenguaje como protagonista de la novela?
-El lenguaje es el gran protagonista del relato porque permite que la realidad exista. Si nos colocamos dentro del lenguaje podemos vivir de una forma más rica y gozosa, lo que se queda fuera del lenguaje parece que no queramos que se nos presente. Me parece interesante colocar en la novela un primer plano de todas esas identidades más vulnerables que siempre han estado en los márgenes de la vida. La historia siempre se ha contado desde un masculino singular y ya es hora de enfocar lo que se ve en el fondo de la foto.

- Foto: PATRICIA CONOR
-Esa oda al lenguaje se hace a través de cuatro idiomas entre los que se comunican las protagonistas del relato, comprendiendo incluso los ronroneos del gato.
-Es la manera de encontrar una realidad más compleja y más bella desde la que se crea todo. Leche cruda habla sobre la posibilidad de hablar fuera del lenguaje común y de conseguir escuchar y querer entender a pesar de las barreras. Emplear cuatro idiomas me sirve también para hacer que el lector entienda sobre el deseo y la tolerancia, porque reconocer una realidad es dejar que te modifique y que te entre dentro. Es importante que lo extranjero y lo extraño forme parte de nuestro sistema de deseos.
-Otro canal de comunicación es el que estableces con el lector al hacer que arranque una de las páginas del libro antes de empezarlo, un gesto que puede llegar a percibirse hasta un poco violento
-Es una forma de generar un punto de encuentro con el lector a través de la acción, y es una forma de jugar con los géneros literarios. Entiendo la literatura como un espacio en el que un libro puede convertirse en una performance, en el que un lector arranque una hoja del libro, forma parte de una acción colectiva. Creo que la literatura tiene que huir de los géneros binarios, de las categorías y del binarismo como concepto. Entiendo el arte como un espacio de juego.
-Esta acción, y la incomodidad que puede generar, sirve también para hablar de lo queer y de lo apartado.
-Ayuda a comprender a un personaje que se nos descubre más adelante. Me gusta que hablemos de la incomodidad para comprender los cuerpos de las personas disidentes. Quiero que hacer cumplir un acto de violencia, como es arrancar una hoja, funciona como una acción que va a favor de la narrativa.

- Foto: PATRICIA CONOR
-En el libro hay espacios en los que parece que hay violencia, pero solo hay incomprensión. Como cuando la madre y la hija no se entienden y buscan nuevos espacios en los que relacionarse, ¿cómo construyes estos lugares?
-Son lugares grises en los que convergen lo extranjero y lo desconocido. Es una zona gris en la que consiguen encontrarse y les permite que se escuchen. La protagonista, Mia, es una persona no binaria y joven que habla perfectamente en cuatro idiomas, de repente se encuentra en su hogar con un ser animal y una persona enferma con demencia que no habla y que le hace entender que hay otras maneras de comprenderse. La enfermedad es extranjera, el animal tiene un lenguaje extraño y todos estos elementos permiten que Mia entienda ese quinto lenguaje que aún desconoce.
-La cocina se convierte casi en un gabinete de traducción, en este caso
-La comida y la cocina sirven como herramientas de comunicación. A veces parece que la madre de Mia no está de acuerdo con su camino, pero la realidad es que no siempre lo comprende, y eso no significa que le odie. Desde nuestro lado de la disidencia tenemos que aprender a entender estos nuevos lenguajes y comprenderlos.

- Foto: PATRICIA CONOR