VALÈNCIA. ¿Quién critica al crítico? Desde la cultura pop: Who watches the watchmen?, o definitivamente, quis custodiet ipsos custodes?, yendo al origen. La era de la satisfacción instantánea, de la falta de cualquier contexto que no quepa en quince segundos de vídeo y que no se pueda comunicar con voz cartoon, de la ultraemocionalidad, del retorno de las creencias más —creíamos— superadas en la Edad Media, de los poderes que alardean de su estupidez y maldad, y del tomar partido con extrema violencia y por tanto considerar al otro enemigo con igual de extrema facilidad, la era que podríamos resumir en la tonta figura del like, esa era, ni más ni menos que la que vivimos, no se lleva nada bien con la crítica. Es fácil entender por qué. Hasta hace no mucho, quienes se dedicaban a ocupar parte de su tiempo leyendo, viendo o escuchando las creaciones culturales de los demás para, en base a su juicio desarrollado durante años de estudio acerca de la materia, valorarlas y así poder ofrecer un punto de partida al público para acercarse (o no) a ellas, eran leídos y queridos y odiados a partes iguales, depende por quién. Eran incluso firmas por las que seguíamos un medio, por las que comprábamos una revista. Decidíamos si ver o no una película en base a lo que opinase tal o cual crítico (a veces por medio de una relación inversamente proporcional). Decir que ahora las cosas han cambiado es quedarse tan corto que da hasta risa. Se da la circunstancia de que la crítica es, justo por eso, más necesaria que nunca: se requieren análisis razonados y con cierta distancia, pero la pandemia de inmadurez propagada por las redes sociales que asola nuestras vidas se defiende atacando y devorando cualquier alternativa como un monstruoso y omnipresente cuco.

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José Vicente Peiró es crítico con todas las de la ley: carga con décadas a sus espaldas dedicadas al ingrato oficio de ver/leer/escuchar las creaciones de los demás (muchas) para ofrecer su detallada visión a sus lectores y tal vez ayudarles a comprender mejor qué se disponen a ver/leer/escuchar, o bien si ya lo han hecho, a contrastar sus impresiones. Ahora, con la perspectiva de los años, se ha puesto al otro lado para narrar sus experiencias en ese campo de minas que es la crítica, que implica exposición y altas probabilidades de perder amistades cuando se ejerce con rigor. Esa obra que publica Editorial Posidonia, no su primer libro pero sí el primero de estas características, tiene por título Aventuras de un crítico sin apuros, y es una rareza literaria que se disfruta por su calidad y porque supone una infrecuente oportunidad: la de conocer la intimidad y vulnerabilidades de quien ejerce la crítica, a quien se suele idealizar como frío y hermético, y en este caso al menos, nada más lejos de la realidad. Uno se pregunta cómo puede ser entonces eso de sin apuros. Y Peiró lo explica: “Bueno, eso es porque soy mayor. Tuve apuros, pero ya no. Aprendí muchas cosas que podrían considerarse inmorales, y que me liberaron. Como decía Vargas Llosa, exorcicé ciertas cosas personales”. Valenciano que comenzó especializándose y volviéndose una referencia académica en el estudio de la literatura paraguaya, que asiste seguramente el que más a las producciones teatrales que se estrenan en esta tierra, y que puede integrarse en un jurado de poesía, de literatura dramática, narrativa o lo que se tercie, Peiró cuenta con un sinfín de anécdotas y reflexiones acerca de una vocación, de la que afirma, no se puede y tampoco se ha podido vivir en el pasado, aunque no fuese el páramo que es el presente. Un ejemplo del capítulo: ¿La crítica es útil?: “La crítica de artes escénicas hoy en día sirve para los dosieres de la compañía mayoritariamente. ¿Para algo más? No: para eso está la crítica apriorística. Explico qué considero crítica apriorística: aquella que se realiza antes de ver la obra. Que sí, que existe, aunque no se lo crea usted. Se lo demostraré con un ejemplo”.
El ejemplo en cuestión es una situación muy común y que tiene que ver con el pulso información-crítica. Ambas pueden y deben coexistir (y lo hacen en oasis como este medio), pero las velocidades inhumanas de internet arrasan con la balanza en otro tipo de plataformas y respondiendo a otro tipo de intereses. De la interesantísima lectura de estas Aventuras de un crítico sin apuros se deriva también la pregunta acerca de la prescripción, término demasiado relacionado con el marketing pero con una naturaleza que admite diferentes interpretaciones, y la que sigue es la de Peiró: “El prescriptor, al final, es como el influencer. Un personaje que lanza un mensaje, y siempre es positivo. Es otra cosa. En esta sociedad tan emocional y frenética, evidentemente está el prescriptor. Pero sigue habiendo espacio para el crítico. En el cine, totalmente. En la literatura, hubo un tiempo en que los escritores leían a los críticos. Yo creo que ahora ya no leen ningún suplemento cultural”. Pese a la inteligencia artificial y sus parasitísticos y cancerígenos resúmenes ofrecidos en las búsquedas que aniquilan las visitas a los medios y por tanto sus ingresos —al menos hasta que se haga algo al respecto—, uno cree ver, y no como un acto de fe, sino haciendo uso del pensamiento, precisamente, crítico, que de entre la maraña de saturación desinformativa e infoxicación surge un brillo, un resplandor: algo dice que la precisión y el abrazo mental de la razón y la emoción en armonía van a volver a coger fuerza, a ser rentables para los individuos, las empresas y la sociedad. La consolidación de un modelo de lectores-usuarios fieles o un nuevo sistema gestándose que todavía no conocemos. La infección ponzoñosa y antiintelectual de las redes ha creado horrores y también —lo veremos— su respuesta. Mientras eso sucede, y volviendo al factor humano de un crítico de carne y hueso, lo mejor y lo peor de lo vivido: “Sin entrar en lo evidente —los amigos, los enemigos—, yo creo que lo mejor es la conciencia de no ensañarte nunca con una persona que ha puesto todo su esfuerzo en crear un producto cultural […] Lo peor, eso ya lo dejamos para otro día. Pero mira, para terminar te cuento algo: como jurado en la última gala de actores, me pasó algo curioso. Una actriz me dio un gran abrazo creyendo que me había muerto. Eso también forma parte del oficio”.