VALÈNCIA. Tras el éxito de su ópera prima, la escritora valenciana Sònia Valiente regresa con su esperada segunda novela. En El reloj del fin del mundo (Plaza & Janés), Valiente presenta una novela de futuros posibles a lo Black Mirror en la que arrastra al lector a las profundidades del deseo, el poder y el olvido.
- El reloj del fin del mundo tiene una fuerte carga simbólica. ¿Cómo nació la idea de la novela?
- Surgió tras un viaje a la Laguna Negra de Urbión (Soria). La atmósfera cuasi mágica del lugar me llevó a reflexionar sobre el paso del tiempo y la imposibilidad de olvidar a ciertas personas de nuestro pasado. Creo que todos tenemos un puente de Madison, por así decirlo. Me pareció un concepto muy universal. A partir de ahí, comencé a jugar a aquello que nos encanta a los escritores de: “¿Qué pasaría si…?” Y di con un dilema moral muy interesante: ¿Qué estaríamos dispuestos a hacer por pasar una noche con la persona que no podemos olvidar? Es más, ¿cuánto pagaríamos por ese servicio? He trabajado mucho tiempo en innovación y el principio fundamental que rige a cualquier emprendedor es descubrir una necesidad de los consumidores que no esté cubierta y me dije, oye, aquí hay nicho de mercado (risas). Cuando regresé a Valencia, comencé a trabajar en serio en la estructura y ya no había vuelta atrás: el thriller con tintes distópicos a lo Black Mirror estaba servido. Es lo que se denomina ficción especulativa.
- ¿Ficción especulativa?
Sí, me siento muy cómoda basándome en un hecho real: una nueva tecnología o avances sociales y explorar y estirar sus límites. Todo lo que cuento en El reloj del fin del mundo hunde sus raíces en informaciones reales: una aldea en venta en Castilla y León, los avances con la inteligencia artificial, la instalación artística basada en el Doomsday Clock de Chicago… Pero combinándolo con personajes muy de carne y hueso, muy logrados como los de mi primera novela con Plaza & Janés, Veintitrés fotografías. La protagonista es una ‘perdedora’ de manual, una funcionaria en proceso de reconstrucción, Lourdes Nadal, a la que jamás le ha ocurrido nada malo. En definitiva, personas corrientes que se enfrentan a situaciones extraordinarias.
- El reloj es una metáfora del tiempo y de la fragilidad de la humanidad. ¿Cómo conecta con nuestra actualidad?
Vivimos en una época de incertidumbre: crisis climática, conflictos geopolíticos, tecnología que avanza más rápido que nuestra capacidad de procesarla. El Doomsday Clock es real y actualmente marca pocos segundos para la medianoche. Es un reloj simbólico que analiza la información social, política, bélica, avances sociales, tensiones internacionales y calcula cuánto falta para que la humanidad se extinga. Recientemente leía que estamos a 89 inquietantes segundos de desaparecer. Nunca, desde que este cálculo ha estado en funcionamiento, hemos estado a tan pocos segundos de la medianoche. La idea de la novela de construir un reloj en Sotillo de Duero, una localidad ficticia de la España vaciada me venía fenomenal como contraste: una crítica a cómo los pueblos desaparecen sin que nadie parezca darse cuenta. Es un elemento de tensión más en el libro: entre los habitantes del Valle de la Mantequilla, los turistas y la incertidumbre de los avances tecnológicos. En todos los periodos de la historia ha habido defensores y ludditas de la tecnología. El negacionismo está más de actualidad que nunca.

- Lourdes Nadal es una protagonista compleja. ¿Cómo la definirías?
Es una mujer que ha vivido en piloto automático, cumpliendo lo que se espera de ella, siendo la madre abnegada, la cuidadora perfecta, hasta que su vida se desmorona. Un clásico: su marido tiene un affaire con una réplica veinte años menor. Su viaje a Sotillo de Duero es una búsqueda de identidad, pero también una forma de enfrentarse a su pasado. Su evolución es clave en la historia. Me parecía entretenidísimo que una mujer que no ha hecho nada irresponsable en su vida se cite con un hombre del que no conoce ni su nombre ni su cara ni su voz y eso sea una excusa que le llevará a tomar las riendas de su vida y a protagonizar una aventura alucinante.
- ¿Podríamos decir que estamos ante una novela coral? ¿Qué peso tiene Valencia en todos ellos?
Absolutamente. Es una novela negra, con su puntito de drama y crítica social, pero con sus salseos. El inspector Trieste e Izan serán los aliados de Lourdes en su investigación y habrá sus situaciones de tensión sexual no resuelta. Pero si algo tienen en común la galería de protagonistas es que son personajes rotos que están tratando de olvidar a alguien. Algo que, por cierto, se les da regular. Otro nexo de unión es que la mayoría de ellos son valencianos y parte de la trama transcurre en escenarios muy reconocibles de la ciudad, algo que espero que conecte con los lectores.
- En su narrativa hay crítica social, misterio y coquetea con la superstición. Con la suerte. ¿Cómo logra equilibrar estos elementos?
Sí, la magia y la superstición están muy presentes en El reloj del fin del mundo. Me enamoró ese entorno rural, claustrofóbico de creencias arraigadas. La acción se desarrolla en la demarcación de Paria, un lugar indeterminado que bebe de la provincia de Soria, en la que ubica el lago de origen glaciar, el monasterio de San Juan de Duero en el que se inspiró Bécquer para su Monte de las Ánimas… Creo que la vida misma es un poco así: una mezcla de racionalidad, misterio, miedos y casualidades que parecen mágicas. Me interesaba que la historia tuviera un trasfondo realista, pero también una atmósfera envolvente.
- Si tuvieras que definir la novela en una frase, ¿cuál sería?
“Un thriller inteligente y adictivo”. La frase no es mía. Es del gran Santiago Díaz, un referente en la novela negra, que ha sido tan generoso de apadrinarme con esta joya de afirmación en la cubierta del libro. Tendremos que hacerle caso. (Risas).