VALÈNCIA. Podría pasar en 2025 que el Ayuntamiento de València editara un estudio sobre Tirant lo Blanc. Podría pasar también que un concejal con funciones en la misma corporación pidiera que el volumen no se distribuyera argumentando que el libro está escrito en… ¡catalán! Podría pasar que lo lograra, bloqueando la publicación.
Todo esto, que podría pasar, sucedió en 1992, el año supernova español. Mientras España se preparaba para mostrar al mundo a Cobi y a Curro, como extraños estandartes del viaje del país hacia la modernidad, València miraba 500 años atrás. La concejal de Educación del Ayuntamiento, Dolores García Broch, en representación de Unión Valenciana, lograba que el ensayo Algunes consideracions per a l'anàlisi estilística de Tirant lo Blanc quedara paralizado por estar escrito en un idioma, el valenciano, sin una adecuación estricta a los gustos personalísimos de la concejal.
Ante la andanada lizondista, con González Lizondo creando la ocasión para imponer su marco, el PP local combinó la defensa del ensayo por parte del delegado de Publicaciones Manuel Tarancón, con la postura ambigua de la alcaldesa Rita Barberá, quien pidió evitar “cualquier tipo de agresión catalanizante que pudiera provocar la incomodidad en el Gobierno”. Unió, que había competido pocos meses antes por la alcaldía, quedándose a las puertas, buscaba marcar agenda propia y apropiarse -de aquella manera- de la defensa pata negra de la cultura valenciana.

- Mario Vargas Llosa -
- Foto: EP (LORENZO CARNERO)
Fue entonces cuando Mario Vargas Llosa, adalid de Joanot Martorell, levantó la voz. Desde Berlín, informaba entonces El País, denunció que el secuestro del libro era “un atentado a la libertad de expresión”. Argumentó que “es lamentable desde el punto de vista literario que se impida la aparición de un libro de investigación sobre una de las más altas creaciones narrativas de España, de la cultura valenciana o catalana, ya que, curiosamente, la diferencia en términos lingüísticos era inexistente en la época en que se escribió [finales del siglo XV] (…) No tiene sentido esta guerra lingüística que, vista desde fuera, es un problema inexistente y artificialmente creado”.
Vargas Llosa atacó la decisión del ayuntamiento de València, catalogándola de “localista y politizante", como “una censura que entra en contradicción con el principio básico de los derechos individuales y la libertad de individuo”. Tal que “una una visión de campanario, que hace un flaco favor a la celebración del quinto centenario de la primera edición del Tirant”.
Han pasado 33 años, y en el transcurso de esa edad de Cristo, lo que parece haber cambiado en el marco cultural es… que Vargas Llosa ya no está. La reapertura, como una exhumación, de la confrontación lingüística en torno al acento abierto/cerrado del nombre de la ciudad, o la llegada a los medios públicos de activistas del separatismo lingüístico, justo para hacer apología de ello, reflejan algo diferente a dar respuesta a un debate con sustrato en la ciudadanía. Como hace 33 años, el movimiento responde más al desarrollo de las condiciones adecuadas para embarrar el campo.

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Si en estas semanas ha hecho fortuna el término de ‘inundar la zona’, a propósito de la estrategia del presidente estadounidense por colapsar la agenda informativa, la adecuación de la realidad cultural valenciana a las polémicas creadas artificialmente provoca que el tiempo transcurra reaccionando a ellas, en lugar de desarrollar ideas nuevas o más apegadas al futuro.
Como en el 92, la competición interna, buscando la reapropiación de una supuesta autoría de la defensa fetén de lo valenciano, pone en riesgo ciertos consensos duraderos en el tiempo. Provoca que el debate cultural, en lugar de un viaje a la modernidad, corra el riesgo de quedar atrapado en el pasado, pero no en uno que rinde culto a la historia propia, sino un pasado que traba el avance y encierra el debate en una madriguera cainita.
Un debate que ayudará a evitar “tanto el catalanismo como el anticatalanismo”, argumenta el filólogo Abelard Saragossà (en palabras a Levante-EMV), encargado de redactar el informe sobre la denominación oficial de la ciudad (València/Valéncia), dando por descontado ese mismo marco de confrontación, cuando no azuzándolo, impidiendo superar una cuestión que ni por asomo se cuela entre las decenas de prioridades de la ciudadanía cuando se le pregunta periódicamente por sus problemas.
La discusión de hace 33 años vuelve a reeditarse, solo que ahora ya sin Vargas Llosa. Queda la sensación de que si no se pasa página es por el convencimiento de que hay rédito que sacar en ese capítulo infinito.