VALÈNCIA. Su última película Calç blanca, negro carbón está pendiente de estreno. Lo hará este año. La figura de Toni P. Canet (Llutxent, 1953- València, 2018) seguirá viva mucho después de su muerte. Es su legado. Este viernes su pueblo, Llutxent, le concederá lo que su alcalde, Pep Estornell Català, describe en el escrito oficial como “la consideración más distinguida”: se le nombrará Hijo Predilecto de la Villa de forma póstuma.
La ceremonia, a la que asistirá su familia, se unirá así al homenaje que le brindó la Generalitat concediéndole el premio Honorífico del Audiovisual Valencià apenas unas horas antes de su fallecimiento. Recuerda su productor, Antonio Mansilla, que el conseller Vicent Marzà llamó para darle la noticia justo cuando le estaba visitando su familia. Poder decirle a su madre que le había llamado el conseller para darle el premio, el rostro de felicidad que vio en ella, le causó una honda ilusión, dice Mansilla.
Este viernes será su pueblo natal, al que siempre volvía, el que siempre tenía en mente, el que homenajeará su trayectoria cinematográfica, honesta y única, pero también su compromiso vital. Lo hará en un acto que tendrá lugar en el salón de plenos del Ayuntamiento a las ocho de la tarde. Un espacio que se halla a apenas 200 metros, menos de tres minutos andando, de El Cine.
Convertido en pub desde finales de los años 70, ese local albergaba el antiguo cine de Llutxent al que solían ir todos los domingos el cineasta y su padre, calero, a quien rinde Canet memoria en su película aún inédita. Convertido en una referencia nacional del cine documental gracias al éxito de su obra maestra Las alas de la vida, en Calç blanca, negro carbón Canet ahonda en formas narrativas cercanas al ensayo autobiográfico, con momentos de una gran belleza estética y musical.
Un documental en el que contó con la colaboración de músicos como Jesús Salvador Chapi, Miquel Gil, Pep el Botifarra, entre otros, y en el que se dan cita la jota aragonesa, el flamenco y el cant d’estil valenciano. Una película hecha a mitad camino entre Forniche Alto, en Teruel, y su Llutxent natal, en la que el cineasta valenciano entona un canto a la pureza de la vida rural, poniendo la mirada sobre esa España que se vacía.
Haciendo suyo uno de los fines últimos del cine, hacer de memoria del tiempo, Canet levanta acta notarial de un estilo de vida, de unos oficios que se estaban perdiendo pero que, iniciativas como la suya han conseguido que no sea para siempre. Así, fue precisamente durante el rodaje de la película que en Llutxent se creó la Cooperativa del Forn del Convent para retomar la producción comercial de cal.
Cuenta su madre que cuando Canet le dijo que no quería estudiar Magisterio, que quería estudiar Arte Dramático, se llevó un gran disgusto. Ella le veía como maestro. Corrían los años 70. El cine de Llutxent aún no era un pub. Canet había estado estudiando en València y, sin decirle nada a su familia, y con la complicidad de quien acabaría siendo su cuñado, inició la aventura de irse a la capital.
Cuarenta años después su Llutxent, su gente, le ensalzará como Hijo Predilecto, haciendo justicia a su trayectoria, a su cine, y a su pelea por que perviva el recuerdo de unos trabajos que forman parte de la idiosincrasia de esta tierra. Cuarenta años después Llutxent reconocerá a quien, como pedía el poeta, asumió la voz de un pueblo, de su pueblo.