La primera reacción ante la posibilidad de que una pandemia nacida en China llegara a España fue de incredulidad, pese a que la OMS ya había advertido a nivel mundial del riesgo. Si hubiera sido un estallido zombi, seguro que hubiéramos puesto más atención
VALÈNCIA. Si de pandemias se trata, pocas han hecho volar tanto nuestra imaginación como la de un estallido zombi que se lleva por delante nuestra civilización. Es la amenaza perfecta, en la que todos podemos ser el enemigo, y en la que nuestra supervivencia dependerá, muchas veces, de volarle la cabeza a alguno de nuestros seres queridos. La lista de películas, libros o cómics que han analizado este escenario es eterna, pero la ciencia también lo ha tomado —en ocasiones— de referencia para estudiar cómo actuar en caso de que llegue y, sobre todo, cómo extrapolar las conclusiones hacia situaciones más reales.
El matrimonio zombis-ciencia comenzó, casi como si de una broma se tratara, en la Universidad Carleton de Ottawa (Canadá) de la mano de cuatro estudiantes de posgrado algo frikis (Philip Munz, Ioan Hudea, Joe Imad y Robert J. Smith). Ellos, en 2009, se propusieron estudiar un fenómeno que solo se da en los muertos vivientes: el infectado muere como con cualquier enfermedad, pero no solo eso sino que además cambia de bando, lo que acelera el ritmo de propagación de la amenaza. Así nació el paper titulado ¡Cuando los zombies atacan! que el New York Times llegó a incluir en su listado de las mejores ideas del año.
Según Fernando Cervera, redactor de Ciencia de Plaza y editor de la revista Ulum.es, «la idea puede parecer un poco descabellada pero no lo es. El mundo de la biología es muy complejo y existen, por ejemplo, hongos que parasitan el sistema nervioso de sus huéspedes y les controlan, como ocurre con las hormigas y el Ophiocordyceps. Estos modelos sirven para anticipar cosas que no han ocurrido pero podrían suceder».
«El estudio canadiense —apunta— incluye cinco modelos distintos, del más sencillo al más complejo, y en alguno vemos aspectos con claros paralelismos con lo que está ocurriendo con la Covid-19». El segundo modelo, por ejemplo, contempla un periodo de latencia de la enfermedad, antes de que la persona se convierta en un muerto viviente, y en el que puede contagiar a sus semejantes. Este ha sido el principal mecanismo del SARS-CoV-2 para expandirse urbi et orbi.
«El modelo tres añade el concepto de ‘cuarentena’ más drástica que la nuestra, por supuesto, y el famoso RO o ‘reproducción efectiva’ del que tanto hemos oído hablar. Si ‘O’ es superior a 1, entonces los zombis han ganado la batalla. En el quinto modelo se añade la erradicación intensiva en un contexto de recursos limitados, que también es otro de nuestros problemas».
Sin embargo, donde la coincidencia es más clara es en las conclusiones: «lo que dicen estos modelos es que, además de que la cuarentena por sí misma no es suficiente, para atajar un estallido zombi hay que actuar desde el principio y con toda contundencia. Todo lo que no se haga en el momento inicial nos acerca más a la tragedia».
«La verdad es que me sorprendió cómo, al principio, se han repetido los mismos errores de un país a otro», asegura Helena Matute, catedrática de Psicología Experimental en la Universidad de Deusto (Bilbao), y directora del Laboratorio de Psicología Experimental. Aun así, la autora de Nuestra mente nos engaña: Sesgos y errores cognitivos que todos cometemos (Shackleton books) explica que hay factores que han podido influir en nuestra forma en que nuestro cerebro se ha enfrentado a la pandemia: «Por ejemplo, tenemos el caso de la gripe aviar y el famoso Tamiflú, que luego quedó en nada. Eso, sin duda, dejó cierta desconfianza hacia los consejos de la Organización Mundial de la Salud. Pero también hay que contemplar nuestra incapacidad de valorar exactamente hasta qué punto nuestro mundo está interconectado, lo que nos dio una falsa seguridad, cuando la realidad es que China está a apenas doce horas de vuelo desde España».
Matute cree que «si se hubiera tenido activo en la cabeza el recuerdo de una situación similar, hubiéramos reaccionado de otro modo. Pero eso se verá si, por desgracia, hay una segunda oleada de contagios después de verano». En lo que sí es optimista es en el legado científico que dejará la covid-19 porque «aunque aún es pronto para plantear estudios, sí que hemos visto que algunas de las medidas adoptadas —como mantener la distancia social— entran dentro del campo de la psicología de la conducta. Se podrían hacer estudios sobre la mejor manera de proceder para que la gente acepte mejor este tipo de medidas».
El modelo matemático de los estudiantes de la Universidad de Carleton fue el primer coqueteo de la ciencia con las epidemias zombis de la cultura pop, pero no el último. Los siguientes en entender la importancia del fenómeno fueron los responsables del Departamento de Salud de Estados Unidos a través de la red de Centros para el Control de Enfermedades y Prevención (CDC). Uno de los principales problemas del organismo es hacer llegar sus consejos a todos los ciudadanos. La experiencia les decía que incluso en casos como el Huracán Katrina, que golpeó con fuerza el sureste de Estados Unidos (y arrasó Nueva Orleans) en 2005, la gente ignoró las advertencias de las autoridades hasta que el agua les llegó a la rodilla.
El éxito fue inmediato y toda la prensa se hizo eco. Aún hoy, sigue siendo la página más visitada de la institución
En 2011, los CDC lanzaron una alerta zombi auténtica porque tiene todos los posibles peores escenarios: desabastecimiento, escasez de suministros, autoridades desbordadas, fallos en los suministros de energía… El éxito fue inmediato y toda la prensa se hizo eco. Aún hoy, sigue siendo la página más visitada de la institución y en ella se puede encontrar desde una novela gráfica, hasta un blog con noticias sobre el tema y, lo que es más importante, actividades para que alumnos y docentes puedan desarrollara actividades en el aula.
Precisamente de esto último sabe mucho Santiago Vallejo, profesor de 3º de ESO en la Comunidad de Madrid y director del inexistente Centro Nacional de Control (CNC) de Enfermedades, que un día decidió dar un nuevo enfoque a su asignatura de Biología y Geología, viendo que a los estudiantes no era una asignatura que les entusiasmara precisamente.
La idea, cuyo origen también es EEUU, parte de que el profesor se convierte en el CNC y divide a los alumnos en cinco grupos que crean su propio ‘santuario’ para sobrevivir a la epidemia. A lo largo del curso deciden desde la infraestructura en la que se refugiarán para evitar ser pasto de los muertos vivientes, hasta los algoritmos para determinar quién debe ingresar en el hospital y quién no. «Se platean dudas de todo tipo, incluyendo las morales, como ¿qué se hace con alguien que está incubando la enfermedad, se le expulsa de la colonia o se le trata como a un enfermo?».
Para Vallejo, lo importante de la tarea radica en su complejidad y en que, a veces, no existe la respuesta correcta, sino una variedad de opciones con sus pros y sus contras. «No he podido hablar aún con alumnos que participaran en esta experiencia, pero estoy seguro de que les ha servido para entender la enorme dificultad de enfrentarse a la covid-19 como sociedad y la importancia de los pequeños detalles: mantener la distancia de seguridad, respetar el aislamiento o limpiarse las manos para lograr objetivos más ambiciosos, como sobrevivir a la pandemia».
Pero el CDC no es el único organismo que ha entendido que una amenaza zombi, por sus muchas variantes, puede ser un modelo para prepararse para un escenario catastrófico hasta límites insospechados. En abril de 2011, el comando estratégico del Departamento de Defensa publicó el conocido como ConPlan 8888 (o de Contra-Dominio Zombi) en el que desarrollaba las líneas maestras de una pandemia de muertos vivientes.
El documento advertía en sus primeras páginas que no se trataba de una broma, y que una amenaza de este tipo podría servir como referencia para otro tipo de amenazas. En primer lugar, distinguía entre la posible naturaleza de los distintos enemigos a los que enfrentarse: los creados por un patógeno, por radicación, magia negra, de origen extraterrestre, creados en un laboratorio para utilizar como arma de guerra, por la acción de un simbionte, vegetarianos (que no constituyen ningún problema ya que solo comen plantas, como en el videojuego) y, sin olvidar, a los pollos-zombis, cuya existencia es la única —subraya el informe— de la que hay constancia documentada.
Lo primero que hay que hacer es poner en marcha una operación de vigilancia epidemiológica para identificar los vectores que extienden la enfermedad, de manera coordinada y sincronizada con todos los niveles de la administración. La siguiente fase, deter (desalentar) no va tanto contra los zombis sino contra los que puedan utilizarlos como arma psicológica. Se trata de demostrar la capacidad de respuesta, al tiempo que se implanta una cuarentena para la población.
Todo, por supuesto, en colaboración con los países aliados, algo que con la Covid-19 a veces ha brillado por su ausencia
A continuación se inicia la fase tres, en la que el ejército empieza a tomar la iniciativa. Incluye poner en marcha los planes de emergencia y confinar a las autoridades y personal esencial durante cuarenta días.
La última etapa (si seguimos con la metáfora del virus, la que comenzó el 10 de marzo) consistirá en reconocer el estado actual de la amenaza, garantizar la seguridad epidemiológica de la población, sin dejar de estar listos para intervenir de nuevo en escenarios concretos en los que la amenaza no haya sido neutralizada completamente. Todo, por supuesto, en colaboración con los países aliados, algo que con la Covid-19 a veces ha brillado por su ausencia.
También recomienda tomar las habituales medidas de higiene ya que, aunque no puedan paralizar la expansión de la pandemia en algunos casos, en otros al menos servirán para aplanar la curva de contagios. Y una advertencia: lo más seguro es que no haya material bélico disponible para hacer frente a la invasión, así que habrá que agrupar al máximo las fuerzas para crear entornos lo más seguros posibles. El documento da por sentado que algunos emplazamientos se verán desbordados sin remedio por las hordas de muertos vivientes, como ocurrió en los primeros días con nuestras UCI.
A continuación, ya solo queda proceder a la reconstrucción de las infraestructuras dañadas y devolver el control de la situación a la población civil. La batalla, en la que no habrá que respetar la LOAC (Ley de Conflictos Armados, de carácter internacional), será desigual. Un zombi solo se considera muerto una vez se le ha volado la cabeza y ha sido incinerado, pero ni siquiera esto es garantía. En el caso de los zombis creados por magia negra, podrían ser resistentes al fuego, al tiempo que habría que considerar población de especial riesgo a los ateos, según el informe. Además, en este caso la estrategia será diferente: los capellanes del ejército deberán enfrentarse al de los autores del hechizo y así, probablemente, liberar a los zombies de su encantamiento y devolverles a su estado humano.
Según el psicólogo Ramón Nogueras, autor del recién publicado Por qué creemos en mierdas (Kaila Ed.), explica por qué no hemos reaccionado ante la amenaza de la Covid-19 como si de una pandemia zombi se tratara. «El principal problema es que nuestra percepción del riesgo depende de la inmediatez en el espacio y en el tiempo». Pone el ejemplo del tabaco: un cigarro no provoca ningún problema y «la posibilidad de contraer cáncer es a largo plazo», que es lo que sucedió cuando nos llegaban las informaciones de la lejana Wuhan.
«Además —añade— nuestro cerebro carece de referencias para asumir la importancia de la amenaza. La gripe aviar quedó en nada, y el ébola no llegó a Europa, así que nuestra única referencia, lejana en el tiempo, es el VIH que hoy lo vemos más como una enfermedad crónica».
Desde la psicología se puede responder incluso a la pregunta de por qué, pasado el estadio inicial, hay gente que llega incluso a negar la existencia de la enfermedad, como ha ocurrido en EEUU, donde el pasado 1 de abril el ingeniero Eduardo Moreno llegó a intentar lanzar un tren en Los Ángeles contra el barco hospital U.S.N.S. Mercy porque creía que formaba parte de un plan secreto del Gobierno. Aquí, nadie ha ido tan lejos, pero no han faltado los que han defendido que la enfermedad es inexistente, que es una creación de los que gobiernan el mundo, o la han relacionado con cosas tan peregrinas como la puesta en marcha del 5G. «La conspiración, por un lado, te hace sentir parte de una élite que está en ‘la verdad’, y además es reconfortante. Además te convierte en parte de un grupo de elegidos, una especie de ‘efecto rebaño’ que te refuerza en tus creencias».
¿Utilizar a los zombis para concienciar sobre la pandemia podría ser una buena estrategia? «Es difícil saberlo —explica— aunque hay ejemplos, como algunas campañas de Tráfico para concienciar sobre los accidentes, que han tenido resultados muy positivos. El problema es que, a veces, el alarmismo puede ser contraproducente».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 67 (mayo 20 20) de la revista Plaza