El impacto del acuerdo comercial con Sudáfrica junto a una campaña marcada por una producción de menor calidad han dejado en evidencia la realidad del campo valenciano: no hay una estructura agrícola consolidada y los minifundios familiares pasan por su peor momento
VALÈNCIA.-En la Comunitat Valenciana la naranja tiene un valor más allá del producto en sí: es un símbolo, un orgullo —basta recordar la frase «la naranja valenciana es la mejor del mundo»— y tiene un peso muy significativo en la economía rural. Más de 157.000 hectáreas, según cifras de la Consellería de Agricutura de 2017 dedicadas al cultivo de la naranja y la mandarina se despliegan por toda la geografía creando un idílico paisaje... O no, porque hoy muestran su rostro más desolador: un manto de cítricos caídos al suelo que se va pudriendo y convirtiéndose en un caldo de cultivo para plagas. Es la fotografía de la peor campaña citrícola de los últimos años y cuyos factores son diversos y se prolongan en el tiempo.
El sector reconoce que ha sido una mala campaña. El retraso entre dos y tres semanas en la maduración de las variedades precoces (satsuma y clementina temprana), la presencia de mandarinas y naranjas sudafricanas en su momento óptimo de madurez y la abundante cosecha de naranjas de pequeño calibre —aquella destinada a zumo—, de las variedades tempranas especialmente, han contribuido a que estemos ante «una de las peores crisis citrícolas» que recuerda Pep Fuster, director de la empresa de distribución Germans Fuster, de Daimús. En su opinión, el principal problema reside en que la producción se ha centrado en los calibres de menor tamaño, lo que ha propiciado un descenso de los precios y de las exportaciones. «No hemos podido cubrir la demanda de aquellos países que piden naranjas de un calibre mejor y cuyo precio es más elevado», explica.
Una ley de la oferta y la demanda que ha hecho que los precios se desplomen a la mitad de lo que percibieron los agricultores en la campaña pasada, que resultó ser muy buena. Eso cuando han existido, pues la venta a resultas (el comerciante compra la cosecha al agricultor sin ofrecerle un precio cierto, de modo que cuando termine la campaña ya le dirá a cuánto se la paga) han sido la tónica de esta campaña.
Así, en la Comunitat Valenciana las cotizaciones oficiales han pasado de los 28-30 céntimos kilo que se pagaba al agricultor por la variedad de naranja Navelina o las mandarinas Clemenules a los 11-14 céntimos. «Los precios en la cadena de distribución se han mantenido constantes, al igual que aquellos a puerta de almacén. Solo han afectado al agricultor, que ha visto cómo han bajado los precios en un 40% o 50% con respecto a la campaña anterior», apunta el director de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-Asaja), Jenaro Aviñó.
Es el caso de Vicente Borrás, que tiene doce hanegadas de naranjas premium con Royalty en Beniarjó y ha visto cómo este año le pagaban a nueve euros la arroba (12,78 kg). «No soy un ejemplo porque, dentro de lo que cabe, he vendido a un precio razonable y temprano», comenta con cierto tono agridulce pues en campañas anteriores llegó a percibir trece euros por una arroba y en la próxima campaña «ya veremos qué ocurre». Borrás insiste en que buena muestra de la «penosa situación del campo valenciano» es lo que han vivido sus compañeros: «Muchos han tenido que dejar las hanegadas [sin recolectar] porque no han cobrado el mínimo para cubrir costes y les salía más rentable dejarlas», lamenta.
Realidad que también ha llegado a la Asociación Valenciana de Agricultores: «Bastantes agricultores nos han trasladado que este año han decidido no cultivar y, otros han pedido a las entidades de riego que el próximo año no les suministren el servicio porque no quieren seguir perdiendo dinero». Una tónica que también perjudicará al campo pues, como comenta un agricultor de La Safor, «los campos abandonados son un foco de plagas que pueden llegar a perjudicar a aquellos que sí están siendo cuidados». De hecho, en la actualidad se estima que hay más de 30.000 hectáreas de cítricos abandonadas en la Comunitat Valenciana.
Esa situación de abandono se achaca fundamentalmente a la caída de precios propiciada por el alargamiento de la campaña de cítricos de los países del hemisferio sur junto al retraso de la campaña valenciana. «Generalmente, cuando termina la campaña en el hemisferio sur la iniciamos nosotros pero este año, al haber sido más tardía la nuestra, ha coincidido con el inicio de la recolección de nuestras variedades tempranas y extratempranas, y los lineales ya estaban copados por estas naranjas y mandarinas sudafricanas», explica el director de AVA-Asaja, Jenaro Aviñó. De la misma opinión es Pep Fuster, que considera este hecho «puntual al inicio de campaña».
Factores coyunturales que se unen a la aplicación del acuerdo comercial de la Unión Europea con Sudáfrica que entró en vigor en 2016 y permite la importación de cítricos de este país hasta el 30 de noviembre con unos aranceles que irán reduciéndose en un 9% hasta desaparecer en 2026 —en 2018 fue del 11,6%—. En el caso de las mandarinas, AVA-Asaja recuerda que desde 1999 disfrutan de acceso libre a la Unión Europea, un pacto que se firmó cuando «Sudáfrica todavía no era un gran productor de mandarinas».
La voz más crítica hacia este acuerdo es de La Unió de Llauradors i Ramaders, que le atribuye pérdidas de hasta 155 millones de euros —del total de 300 millones de euros estimados por la organización en esta campaña— por «la presencia de fruta procedente de terceros países en los lineales de los supermercados europeos hasta mitad de noviembre». Además, se estima que algo más del 27% de la producción ni siquiera ha encontrando salida comercial.
«El sector coincide en la importancia de activar la Interprofesional Citrícola Española (Intercitrus), que «lleva diez años de parálisis»
Sin embargo, AVA-Asaja considera que si bien Sudáfrica supone una amenaza real de cara al futuro más inmediato, la incidencia negativa que han tenido sus envíos de cítricos sobre la actual campaña no ha sido tan decisiva pues «un incremento de 10.000 a 15.000 toneladas de mandarinas más para toda Europa —en 2017 la exportación fue de 116.000 toneladas— no es una cantidad tan significativa como para hundir los precios». En cambio, señalan como principal amenaza para este sector las 10.000 hectáreas que Sudáfrica ha sembrado de cítricos tardíos en los últimos años. «A un ritmo de un rendimiento de 50-60 toneladas por hectárea, en los próximos tres o cuatro años, implicará una producción de entre 500.000 y 600.000 toneladas. Además, si añades las variedades de estación media (junio-julio) nos ponemos en casi un millón de toneladas», apunta con cierta preocupación.
Datos que se incluyen en el informe Citrus Associaton of Southafrica, que indica que en 2017 el 17% de la superficie citrícola de Sudáfrica (77.708 hectáreas) correspondía a mandarinas; de las 13.256 hectáreas de mandarinas, 9.872 hectáreas pertenecían a híbridos tardíos (74,5% de la superficie). Además, de la superficie total plantada de mandarinas en Sudáfrica, el 60% a árboles de seis o menos años, que todavía no han entrado en plena producción y que incrementan los rendimientos cada año.
Una amenaza que también se producirá en las naranjas pues las plantaciones también han ido en aumento tras la firma del acuerdo de 2016 y, concretamente, de las variedades tardías. De hecho, en ese mismo documento se observa que en 2017 se plantaron 585.424 plantaciones de la variedad Midknight (273.695, en 2012) y, en contraposición, las plantaciones de la variedad Late (más temprana) han pasado de 159.580 en 2012 a 78.265 en 2017. «No es casualidad que después del acuerdo Sudáfrica haya doblado su ritmo de producción en las naranjas tardías», apunta Aviñó. Tanto es así, que los envíos rondan las 450.000 toneladas de naranjas a toda la Unión Europea.
Un panorama que el sector agrícola valenciano todavía no contempla, más indignado y contrariado por la competencia desleal de los países del hemisferio Sur. «Nosotros cumplimos con unas condiciones laborales de una sociedad moderna, aplicamos unos fitosanitarios con materias activas cada vez más respetuosas con el medio ambiente y la seguridad alimentaria, parámetros que no se exigen a las importaciones de estos países», denuncia Carles Peris, secretario general de La Unió de Llauradors i Ramaders. Igualmente, sostiene que Sudáfrica y otros países terceros utilizan plaguicidas prohibidos en la UE (Metil Paration, Metil Azinfos, Paraquat...), por lo que La Unió solicita a la Unión Europea la suspensión de las importaciones de cítricos de Sudáfrica y de otros países terceros. «Se nos exige una agricultura sostenible y respetuosa, así como el tratamiento en frío, pero los terceros países no están obligados a ello y, encima, debemos invertir en investigaciones para hacer frente a esas plagas que han entrado procedentes de esos países», critica Peris recordando que de las últimas once plagas, cuatro han sido de Sudáfrica. Por ello, enfatiza que «es fundamental equilibrar las reglas del juego».
Para AVA-Asaja la campaña ha puesto de manifiesto el «gran desequilibrio» de las relaciones de fuerza en la cadena de producción
Otra de las cuestiones que señala La Unió es la diferencia en los costes de producción de un país y otro. De hecho, según estudios realizados por las principales organizaciones del sector, la producción de cítricos en Sudáfrica cuesta entre diez y doce céntimos de euro el kilo mientras que en la Comunitat Valenciana se sitúa entre los 22 y los 24 céntimos. Además, indica que un recolector sudafricano cobra hasta diez veces menos que uno en el campo valenciano. Un dato que indigna a los propios collidors locales, que se quejan de sus condiciones laborales.
«Para poder ganar un jornal bueno debemos recoger en una hora entre cuatro y cinco capazos —un capazo son 19,50 kilos y se cobra a unos ocho euros—», explica Salvador Palmer, quien lleva más de trece años trabajando en el campo junto a una cuadrilla compuesta por veintidós personas. Además, insiste en que la tónica de trabajo ha cambiado: «Nos indican qué naranjas hay que recolectar en cada campo y, una vez recolectadas, debemos ir a otro. Ahora, para ganar el jornal, es imprescindible recorrer varios campos de cultivo».
Igualmente, lamenta que en las últimas cosechas no siempre sale rentable recolectar los cítricos pues el precio de ese capazo puede oscilar según la variedad. «No es lo mismo recolectar un campo cuyas variedades están bien cotizadas y están en buen estado que ir a uno donde es más difícil trabajar y llenar un capazo», resalta Palmer, lamentando que «este año hemos tenido más problemas que otros años y mi cuadrilla se ha tenido que ir más lejos a trabajar».
Para AVA-Asaja es fundamental que la Unión Europea realice un estudio sobre el impacto de las importaciones de terceros países que sirva como punto de partida para la renegociación de esos pactos pues el problema ya no es solo Sudáfrica sino también Egipto, Marruecos y Turquía, que compiten en la misma temporada con los cítricos valencianos». Según cifras oficiales del ministerio de Comercio, la subida acumulada de las exportaciones de cítricos egipcios —naranjas especialmente— a Europa entre 2014 y 2018 se ha concretado en un 78,9% tras situarse en 332.126 toneladas, mientras que en el caso de Turquía el incremento se ha materializado en un 18,2%, tras alcanzar durante el citado período una cifra global de envíos de 284.882 toneladas. En cuanto a Sudáfrica, el aumento se ha materializado en un 40,4%.
Igualmente, solicita la puesta en marcha de un seguro de rentas y de una ley de la cadena alimentaria de carácter comunitario. «El 60% de los cítricos valencianos se exporta a la Unión Europea, por lo que sería necesario contar con una ley común para ese mercado comunitario a fin de que todos los eslabones que conforman la cadena (distribución, operadores comerciales, industria y productores) tengan una justa remuneración», explica Aviñó. Y es que, en su opinión, la campaña ha puesto de manifiesto el «gran desequilibrio» de las relaciones de fuerza en la cadena de producción pues, mientras los exportadores y las cadenas de distribución pueden jugar con los márgenes obtenidos, el agricultor no puede.
Pep Fuster, director de la empresa de distribución Germans Fuster de Daimús, no comparte esta opinión: «El malo de la película siempre es el exportador pero no hay que olvidar que está condicionado por nuestro comprador, que a veces actúa egoistamente. Me da pena tener que pagar esos precios de miseria por la naranja y la Clementina. Es una vergüenza pero tenemos la segunda parte: la distribución. La naranja siempre ha sido el producto gancho o de oferta, vendiendo incluso por debajo del coste para ponerlo en una publicidad y que sea un reclamo. A precios tan bajos es imposible cubrir nuestros gastos: la malla, la cera, las etiquetas, un corte en el campo...».
El sector coincide en la importancia de activar la Interprofesional Citrícola Española (Intercitrus), que «lleva diez años de parálisis». Mientras AVA-Asaja ve posible su reactivación, La Unió se muestra más escéptica y destaca: «Tenemos un instrumento que podría servir para ordenar el mercado y adoptar medidas en situaciones como esta pero ni funciona ni defiende los intereses de los citricultores». Igualmente, reclama el impulso de un plan estatal de reestructuración del sector citrícola o profundizar en la normativa comunitaria y estatal y en los compromisos de los actores implicados para que la Intercitrus realice funciones de ordenación del mercado, así como que el sector utilice los instrumentos que la Política Agrícola Común (PAC) pone a su disposición para la gestión de crisis.
Pero no todas las culpas miran hacia Europa, ambas organizaciones piden mayor implicación de las administraciones. «Desde hace veinte años tenemos el mismo plan agrícola y la administración ha de trabajar más con nosotros. La Ley de Estructuras Agrarias está muy bien sobre el papel pero hay que ponerla en marcha», denuncia Carles Peris, resaltando que «necesitamos mecanismos contundentes». Entre sus propuestas contemplan la apuesta por la agricultura ecológica, evitar los monocultivos, fomentar otros productos o variedades, buscar nuevos mercados y reforzar los canales de comercialización en los nuevos mercados (Canadá y China). Además de potenciar una etiqueta que refleje el tipo de producción, la procedencia del cítrico…
Asimismo, apuntan la necesidad de modificar la OCM (Organización Común de Mercado) de Frutas y Hortalizas para que se contemple la posibilidad de que «en crisis como la actual pueda actuar con un presupuesto específico y que englobe a todo el sector» y un seguro de costes a través de la Política Agrícola Común (PAC) porque «la agricultura mediterránea es la gran damnificada de la PAC pues la mayor parte del presupuesto se va a la agricultura intercontinental». Según explica, ese seguro limitaría las pérdidas hasta el 70% de los costes por lo que «si un comercio quiere comprar los cítricos a un precio inferior de lo que cubriría el seguro, el agricultor puede decidir no venderlo». Por ende, este seguro limitaría las pérdidas y establecería un precio mínimo.
Por su parte, Pep Fuster apuesta por una DO de Naranja Valencia. De hecho, Germans Fuster es una de las empresas que forman la Asociación para la Promoción de la Marca Colectiva Naranja de Valencia, la cual está formada por otras dos empresas del sector (Tresfrut y Brío) junto a IGP Cítricos Valencianos. «Queremos difundir la calidad de los cítricos valencianos, avalados por IGP, y prestigiar aún más la naranja producida en la Comunitat», concreta.
Lo que está claro, y en ello coinciden todos, es la necesaria autocrítica del sector y su reorganización para aplicar medidas que realmente contribuyan a paliar una realidad cada vez más evidente: no hay relevo generacional y el abandono de campos en la Comunitat Valenciana es cada año mayor. «Estamos muy preocupados porque esta crisis citrícola va a provocar muchos abandonos de tierras si no ponemos remedio. Y si un campo se abandona no se recupera», sentencia con cierta pesadumbre Aviñó.
* Este artículo se publicó originalmente en el número de octubre de la revista Plaza