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CRÓNICA DESDE CANNES

Los monstruos indelebles de John Carpenter

El maestro del terror ofrece una entrevista en profundidad durante el homenaje que le ha rendido la Quincena de los Realizadores en Cannes

16/05/2019 - 

VALÈNCIA. Desde el estreno de Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952), en Hollywood hay una ley tácita que impone a los cineastas mantener a los monstruos escondidos en la oscuridad. En el clásico, a dos de sus protagonistas se les encarga realizar un filme de terror de bajo presupuesto sobre hombres gato, pero por temor a que al público le parezcan ridículos los disfraces de los actores y el grito se convierta en carcajada, deciden ocultar la amenaza felina en las sombras. John Carpenter decidió hacer saltar esa norma en 1982, cuando estrenó La cosa

“Yo quise sacar a mi bebé a la luz. Y hubo gente que lo rechazó porque lo asociaban a un feto. Ya ves, en todo caso había sangre”, ha comentado, irónico, la leyenda del terror esta tarde en una ceremonia celebrada en Cannes por la Société des réalisateurs de films, donde se le hizo entrega de la Carroza de oro tras la proyección de la película.

De entre la totalidad de su cinematografía, integrada por más de tres decenas de títulos, el septuagenario director (Nueva York, 1948) ha elegido La cosa como una suerte de revancha. Cuando la película llegó a las pantallas de EE.UU. fue masacrada por la crítica y sus fans le dieron la espalda. Hacía dos semanas que se había estrenado E.T. (Steven Spielberg, 1982) y las comparaciones entre ambos extraterrestres fueron odiosas. La propuesta del maestro del escalofrío era demasiado oscura, demasiado violenta, demasiado sanguinolenta, como él mismo reconoce.

La incomprensión de la que se sintió víctima le procuró la ruptura con los estudios, con los que mantenía un idilio desde el éxito de La noche de Halloween (1978). 

La máquina de matar

Las andanzas de su villano inmortal, Michael Myers, no fueron abrazadas inicialmente por la prensa. El slasher se estrenó con una sola copia en Los Ángeles y la crítica, ha recordado su creador, la destrozó: “Escribieron cosas como: ‘Carpenter no sabe trabajar con actores’ o ‘Esta película es una basura’. La copia fue moviéndose de ciudad en ciudad, pero yo, como estaba haciendo otra cosa, ni me enteré de que me pusieron verde ni de que luego me elogiaron”.

Se refiere al artículo publicado en Nueva York en el que se tildó la cinta sobre el asesino frío e implacable de obra maestra. La publicación le procuró un renacimiento a Halloween. Tanto es así que el jefe del estudio le llamó para verse. “Yo sabía que si se reunía conmigo, no era porque yo fuera un buen tipo o porque lo cayera bien, sino porque era rentable. Sólo te invitan a comer si eres sinónimo de dinero. La película terminó siendo una ola sobre la que he surfeado, una oportunidad que aproveché”.

Aquella película estuvo protagonizada por Jamie Lee Curtis, una de las más icónicas de sus heroínas. El carpintero del horror asocia esa tendencia a darle el protagonismo a mujeres fuertes al influjo de Howard Hawks, del que siempre le llamó la atención cómo retrataba a sus personajes femeninos, “extremadamente fuertes y libres, sin que tuvieran necesidad de los hombres”.

Esa voluntad le provocó un malentendido que ha relatado a la entregada audiencia del Festival de Cannes. Como miembro del Sindicato de Directores de EE.UU., Carpenter acudió a la presentación de un festival de mujeres, ajeno a la molestia que sentían la asistentes por la violencia infligida al género femenino en sus filmes. 

“Me abuchearon y cuando presenté a la invitada, tomó el micro y se río de mí. Tuve que disculparme, abochornado”.

Miedos de ayer y de hoy

Carpenter creció nutriéndose de películas de terror. “Adoraba las películas de monstruos cuando era niño, pero desgraciadamente, ahora todo son superhéroes”, se ha lamentado. 

Su contexto familiar también le afectó a la hora de acercarse al cine. “Muchos de mis personajes no son los más molones de la sala, son los perdedores, la clase obrera”.

Esa capa social en sus guiones responde a su necesidad de añadir niveles de lectura, porque si no, ha reconocido, “te aburres de hacer cine de terror”.

Hace poco, el poso político en Están vivos (1989) fue manipulado por un grupo de neonazis, que argumentó en redes sociales que los extraterrestres eran una metáfora de la manipulación a la que nos someten los judíos. “Yo les respondí: “Pero, ¿qué decís, era una película anticapitalista, contra Reagan? Y me lo discutían”. 

El responsable de clásicos de videoclub como 1997: Rescate en Nueva York (1981), Christine (1983) y Golpe en la pequeña China (1986), siempre se ha considerado un disidente, un electrón libre que no encaja en los estudios. De ahí que en casi todos sus proyectos haya tomado la última decisión en el corte final: “En la Escuela de Cine me dijeron que teníamos que luchar por nuestra propia visión, así que siempre he protegido mis películas. Me he peleado para que no les pusieran sus manos encima, porque en EE.UU. no quieren que los autores seamos los dueños de nuestras obras. La lucha es dura”.

En ese pulso constante, El príncipe de las tinieblas (1988) fue un punto de inflexión.

Los maestros del maestro


Su película sobre la esencia del mal puro respondió a un arrebato contra los estudios tras ver una película de Dario Argento, uno de sus directores favoritos, al que considera que Cannes debe también rendirle tributo. “Una tarde que estaba viendo una de sus películas pensé: ‘Dario es libre, hace lo que le da la gana’, y me dije: ‘Que les jodan’, voy a volcar ideas e imágenes terroríficas”.

A diferencia de la máxima autoridad del giallo, avezado en deseo y erotismo, Carpenter siempre ha sido muy púdico. Preguntado al respecto, ha defendido su personalidad como autor, del mismo modo que la de “pioneros” como George A. Romero, “al inventar el cine de zombies con La noche de los muertos vivientes (1968)”, y Tobe Hooper, “que firmó una de las películas más terroríficas de la historia, La matanza de Texas (1974)”. 

En el plano musical, donde Carpenter también se ha hecho un nombre con mayúsculas, se deshizo en elogios hacia Ennio Morricone, compositor de la banda sonora de La cosa. “Yo no hablaba italiano y él no hablaba inglés, así que hablábamos el idioma de la música. Es un majestuoso compositor”.

Música para amartillar los gritos

También estacó el trabajo de los compositores de bandas sonoras James Bernard, habitual de la Hammer, el reconocidísimo Jerry Goldsmith y Dimitri Tiomkin, ganador de tres Óscar por Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952), Escrito en el cielo (William A. Wellman, 1954) y El viejo y el mar (John Sturges, 1958). Pero fue la escucha del grupo alemán de música electrónica instrumental Tangerine Dream, precursores del uso de secuenciadores, los que le convencieron de que también podía componer. Y con su estilo minimalista y atmosférico también creó escuela en este plano.

“Utilizo sintetizadores porque amplifican la música y llenan los oídos. Es un reflejo de estudiante, de los tiempos de los bajos presupuestos”, ha bromeado.

Desde el estreno de Encerrada en 2010, no ha vuelto a dirigir, pero ha seguido componiendo música para aterrorizar en idéntica medida a los espectadores. La última ocasión ha sido para el capítulo final de su inmortal asesino en serie, La noche de Halloween, este pasado 2018.

Aunque no sumara ninguna otra película de terror, son ya tantas las imágenes en la retina de la audiencia que muy bien se merece un tributo por darle identidad y entidad a un género que siempre ha sido considerado menor: “Todos queremos ser asustados en un lugar seguro, es una emoción internacional, por eso es tan importante y es tan sano”. 

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