VALÈNCIA. Adentrarse en una obra de arte es, de alguna manera, entrar en un sueño. Un viaje al universo que propone el artista en su lienzo. Algunos ilustres valencianos representan, en estos territorios oníricos, las festividades y el costumbrismo de la ciudad (como Pinazo), mientras otros se atreven a reflexionar aspectos más abstractos que temáticos, como la luz (como Sorolla). Entre ensoñaciones y colores imposibles se encuentra otro valenciano: Antonio Muñoz Degraín, considerado uno de los grandes precursores de la “modernidad artística” y amante de los paisajes “imposibles e infinitos”. Estos toman ahora la Sala Joanes y Ribalta, donde el espectador puede formar parte de El paisaje de los sueños del pintor hasta el próximo 13 de octubre.
Con seis obras procedentes de la Biblioteca Nacional de España, cuatro del Prado, doce del Museo de Málaga y treinta de la colección del Belles Arts, el museo expone 52 lienzos que viajan a lo largo de la vida del valenciano. Lo hace a través de seis secciones que analizan la historia de Degraín desde La imagen del pintor hasta comprender sus obras de Realidad e historia, Fantasías literarias -con algunas representaciones propias de El Quijote- y algunos de sus viajes como Oriente como faro o un paseo por El paisaje de lo sublime. Cierra el paseo, la sección que se adentra en la Atmósfera y nocturnidad del artista, en la que los negros y claroscuros se dejan iluminar por algunas proyecciones que magnifican las obras de arte, un trabajo realizado por Matra Museografía.
La muestra, que coincide con el centenario de la muerte del valenciano, es un recorrido que pretende arrojar la luz sobre un perfil “inclasificable”, tal y como lo califica Pablo González Tornel, director del Belles Arts y co-comisario de la muestra junto a Ester Alba Pagán: “Desde el museo tenemos que comprender las exposiciones como un elemento para hacer avanzar en el conocimiento sobre los artistas y sus momentos históricos, no solo como la oportunidad para decorar con cuadros un espacio”, ha añadido Tornel, quien ha señalado que Degraín es un artista que está en la génesis de las colecciones más relevantes del museo. Fue en el año 1913 cuando donó 59 lienzos al Belles Arts, que se ha convertido en la sede de la colección más importante que existe sobre el artista, y que permite que ahora se exponga y se celebre la figura de un artista que debe comprenderse "por sí mismo".
“Degraín no es solo un paisajista que pintaba en tiempos de Sorolla. Él es incomparable con otros artistas. Lo que hacemos con esta muestra es reclamar su importancia dentro de la modernidad y comprender sus inquietudes y viajes desde sus lienzos”, señala Tornel. Alba, por su parte, ha querido destacar también el “furor cromático” del artista, que trabajaba a través de la pulsión y que reflejaba en sus obras el contacto con la “modernidad de su tiempo”.
Fotos: MUSEU DE BELLES ARTS
Prueba de ello son los colores azulados y morados con los que jugaba a interpretar la nieve y los paisajes nocturnos, haciendo un uso único de estos pigmentos de color nunca vistos hasta ese momento en las corrientes más “realistas”: “Es un pintor que tiene muchas caras y facetas. Se nota que es una persona viajada, porque recorre Italia, África y Oriente Próximo en sus cuadros, en los que también deja ver una faceta más literaria que nos habla de lo exótico y lo espiritual. Es un artista que usa lo matérico donde quiere incidir en la luz y que tiene una mirada muy concreta y única de la naturaleza”, destaca la co-comisaria de la muestra.
Serpenteando por las salas, el visitante se puede dejar llevar por paisajes eternos, escenarios de ensueño y animales salvajes que se cuelan entre obras que representan escenarios más comunes, como puede ser la literatura de El Quijote. De esta obra literaria ofrece una relectura a través de su arte y en obras de gran formato que se adentran en sus “perspectivas diversas”, en los que la poesía y la literatura simbolista se dan la mano, tal y como reza el texto de sala. Es por ello que le dedica una serie al valeroso Quijote y algunas obras a “temas Shakesperianos” como Ofelia, Otelo y Desdémona. Tal y como lo contempla la directora general de Patrimonio Cultural, Pilar Tébar, con este recorrido temático se puede empezar a “comprender a un artista al que no se le entendió nunca” y sobre el que queda muchísimo por descubrir aún dentro de la inmensidad de sus paisajes.
El paseo por este universo onírico da comienzo con otro sueño, uno cumplido. Entre las paredes que dan la bienvenida al visitante se encuentra el boceto de tiza sobre papel de El cabo Noval, uno de los tesoros escondidos en los almacenes del Belles Arts que estuvo durante décadas en las sombras. Ha sido gracias a la ayuda de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson -y su colaboración con el museo- que este cuadro por fin se puede exponer en la sala permanente dedicada al pintor que hace un año se abrió en el Belles Arts. Tal y como ha querido recordar Tornel, la restauración de esta obra suponía la “recuperación de la obra más grande” del pintor, donada al museo hace más de cien años, y que ahora puede saldar su deuda con el valenciano. El boceto de El cabo Noval invita al visitante a acercarse a ver el resultado de tan arduo trabajo que llevaba efectuándose desde hace más de un año.
Tal y como resalta Tébar, la complejidad de esta restauración fue aún mayor al tratarse de un escenario “nocturno” en el que los protagonistas son los tonos negros y azulados. Tornel ha querido señalar también las “peculiaridades de la pintura” y como se consiguen sacar finalmente todos los blancos que alumbran al protagonista de la escena y la constelación de estrellas que le rodean. Evocando a la noche que envuelve este enorme cuadro, desde el museo deciden también ambientar la Sala Joanes y Ribalta con la música de Wagner, que si se escucha atentamente observando su óleo Las Walkirias bien podría parecer que uno se prepara para una intrépida expedición, tal vez si se permite soñar despierto.
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