Cuando improvisas en una ciudad que no conoces, la línea que separa comer fantástico o rematadamente mal es más delgada de lo que parece.
“Nunca ha habido un momento mejor para visitar València. Es un paraíso para foodies”, anunciaba con entusiasmo un artículo del diario británico The Independent publicado en marzo de 2017. El trabajo de campo de la periodista Annie Bennet era bastante certero: esmorzaret en Central Bar, aperitivo en Café de las Horas, merienda en La Más Bonita y cena en Casa Montaña. Una combinación de costumbres locales, exploración del producto fresco y autóctono, y algún que otro local pintoresco donde poder sacar fotos para los amigos. Pero la realidad del turista común y corriente no es siempre esta. En esta ciudad, como en todas, se cometen muchos crímenes gastronómicos.
Paellas del horror, vade retro
Las personas que transitamos el centro a pie todos los días somos testigos de innecesarios -y caros- atentados contra el buen comer. De vez en cuando me asalta un arrebato psicodramático. Me imagino estampando de un manotazo una de esas espantosas paellitas precocinadas con arroz vaporizado que veo engullir con desencanto a un guiri despistado. Sus partners in crime son las "Cruji Coques" y las "Fideguay". Ve con cuidado.
No, tampoco todas las paellas caseras cocinadas a pie de Malvarrosa están de premio. Aunque las haya cocinado un valenciano de pura cepa. Algunas, de hecho, son espantosas. Matt Goulding, en este artículo del diario británico The Guardian, explicaba muy bien la decepcionante imagen que proyecta nuestro plato más universal cuando no se pide en el lugar adecuado: “Durante años, yo fui el típico tío que comía siempre malas paellas […]. Una sartén de arroz amarillo y húmedo como una baba de plátano. Incluso mis esfuerzos por ir a locales con buena reputación obtenían como recompensa una comida mediocre. Nada de lo que me encontraba me sugería ligeramente cómo la paella había llegado a ser la tarjeta de presentación de España frente al mundo”. (Duro de leer, ¿verdad?).
No hace falta más que navegar un rato por internet para averiguar cuáles son las casas de arroz infalibles, pero si toca improvisar…. No te cortes y observa lo que están comiendo en las mesas… muchos desacatos a la paella saltan a la vista. Y no olvides que el verano es engañoso, así que desconfía de las apariencias. Aunque el restaurante esté de bote en bote, es posible que todos los comensales sean pobres víctimas primerizas. De las que van una vez, pero no vuelven.
Si quieres comer bien… aléjate de los monumentos
De acuerdo, no es un consejo muy científico, pero tampoco vamos muy desencaminados. Existe una fuerza centrípeta que concentra a los turistas en torno a la Plaza del Ayuntamiento, la de la Virgen o la Reina. El paseo está completamente justificado.. la catedral de València, la Basílica de los Desamparados y el Miguelete son una maravilla. Pero si de lo que hablamos es de comer y beber bien en un ambiente relajado… lo mejor es que te alejes de eso que nuestra compañera Lidia Caro ha bautizado como la “anti-València” gastronómica.
Si no quieres arriesgar… cíñete al producto local y fresco
Nos referimos al producto local…. de esta costa. Un ejemplo: teniendo al alcance de la mano gambas, tellinas, clótxinas y todo un sinfín de productos recién traídos de la lonja, ¿por qué empeñarte en comer zamburiñas? Haberlas, haylas, pero…
Sí que te recomendamos sin embargo que le des una oportunidad a las ostras valencianas… criadas en el puerto de València con semillas francesas.
Quizás el chocolate con churros en pleno julio no sea una buena idea
Porque igual te derrites. Además de ser más refrescante, tiene más interés para el turista degustar otras especialidades con más solera valenciana: horchata, agua de cebada, leche merengada… o el rocafull de Aquarium.
Menos shopping y más mercados
Son un placer para los sentidos. Un modo de contactar con los sonidos, los colores y los olores locales. Además, albergan bares y restaurantes muy valencianos, y muy de fiar. Además del ya citado Central Bar de Ricard Camarena (Mercado Central), y Habitual (Mercado de Colón), no olvidemos otros más humildes pero con mucho rollo también, como el de Rojas Clemente o la estupenda Tasqueta del Mercat, junto al Mercado de Ruzafa.
Móntate un picnic… pero bien
Quizás eres de los que no quieren separarse de la toalla hasta que no cae el sol. Para esos casos hay pocas soluciones más valencianas que pasar por La Pascuala de camino a la playa y encargar uno de sus célebres bocadillos kilométricos (y baratísimos). Si has tenido la estupenda idea de pasar de restaurantes y montarte un picnic en el cauce del río Turia, como hacen algunos locales, nuestra recomendación es que dirijas tus pasos al puesto de UNO en el Mercado Central y prepares tu propia cajita: ensaladas riquísimas de quinoa y espelta, hamburguesas vegetales y zumos naturales. Triunfazo asegurado a la sombra de un árbol.