Los Pueblos del Sur (y 2): atrapados en el paraíso. Incluye las pedanías de Pinedo, El Saler, El Palmar y El Perellonet.
VALÈNCIA. Cuando el director de orquesta Carlos Kleiber llegó a València en la segunda semana de febrero de 1999, bajó del avión en Manises y sin, pasar por la ciudad, fue directo al Sidi Saler. Le acompañaba una joven rubia, de la que decía que era su sobrina. Juntos fueron al hotel. En la semana que estuvo en València, Kleiber apenas salió del complejo más que para visitar el Palau de la Música, adonde acudía a los ensayos. Era tan maniático que la cerveza se la trajo desde Alemania, convencido de que en España no encontraría su marca favorita.
Por esa misma playa, apenas unos meses antes, en agosto, estuvo otra estrella internacional de carácter excéntrico, la cantante islandesa Björk, que actuaba en la edición del FIB de ese curso. A finales del siglo pasado el Sidi Saler era uno de los hoteles de referencia en cuanto a lujo, pero no por su estética, bastante convencional y kitsch, sino por hallarse en un paraje único, en medio del Parque Natural de la Albufera. Su cierre por una mala gestión ha hecho de él un paquebote de hormigón varado en la playa de El Saler esperando un destino.
La posibilidad de que vuelva a abrir, tras la prórroga de la licencia concedida por el Gobierno de España a los propietarios del hotel, los bancos BBVA y Caixabank, ha hecho que vuelva a estar también sobre la mesa la posibilidad de reconvertir el hotel en un centro de mayores. Y si antes el Ayuntamiento de València se mostró reacio a cualquier actividad allí, las tornas parecen haber cambiado y el concejal de la Albufera-Devesa, Sergi Campillo, se ha mostrado dispuesto a escuchar la propuesta de los vecinos.
No es la primera vez que el edil de Compromís muestra este talante. Así lo señala la portavoz de la asociación de vecinos de El Saler, Ana Gradolí, quien recuerda uno de los grandes hitos de esta legislatura para ellos: la instalación de alumbrado público, algo que Gradolí atribuye a Campillo. “Desde que está se ha notado mucho su trabajo respecto a otros concejales”, dice; del pasado y del presente cabría añadir. Para ellos la llegada del alumbrado es fundamental. “Sabemos que vivimos en un Parque Natural, pero necesitamos algo de seguridad, un mínimo”, comenta. Y esto es solo un botón.
El interés que han mostrado tanto Campillo como el concejal de Hacienda, Ramón Vilar, ha sido clave para que su relación con el Ayuntamiento de València y la Generalitat sea menos tortuosa. Vilar se encuentra detrás del programa específico que ha realizado el PSPV-PSOE de Sandra Gómez para este distrito. En él se atienden a muchas de sus peticiones y lanzan propuestas como recuperar las antiguas escuelas municipales en el poble del Perellonet o las antiguas escuelas de El Palmar. Por su parte, Campillo ha sido fundamental en rebajar la tensión con el consistorio, tensión que otros concejales azuzaban. “Cuando hablas con él, sus negativas no son por una cerrazón como ha habido con otros políticos. Con Sergi [Campillo], si es ‘no’ habrá una razón”, explica Gradolí.
Su influencia no ha sido suficiente para que la legislatura haya sido un camino de rosas. Los cambios aplicados en el tráfico de la CV-500 han soliviantado a los vecinos que, dos años después de su aplicación, siguen sin aceptarlos. La reducción de la velocidad, la prohibición de hacer adelantamientos, así como los cambios de señalización aplicados sobre la vía para proteger a las aves de la zona, han sentado como un palo en las ruedas y se han unido a una larga lista de desagravios históricos. Por si fuera poco, el diseño planteado desde el Ayuntamiento y la Generalitat no tuvo en cuenta que la carretera es también una vía rural por donde pasan tractores, y colocó unos badenes que eran peligrosos para la estabilidad de los vehículos agrícolas. Los tuvieron que retirar.
Los problemas de comunicación y las restricciones por vivir en la Albufera son el mal común que afecta a los vecinos de unos barrios y pedanías en algunos casos centenarios. Cualquier alteración de la Movilidad es una conmoción y eso no se tuvo en cuenta al principio de la legislatura. Además de ser el sendero del exceso sobre el que se construyó el mito de la ruta del bakalao, la CV-500 es una vía muy peculiar ya que durante buena parte del año es un camino empleado por los labradores de la zona, mientras que los fines de semana y durante la temporada alta se convierte en un río incesante de vehículos. Columna vertebral, la carretera, que atraviesa la Albufera y tiene paradas tan conocidas como el mirador de la Gola de Puchol, es la única vía de comunicación de estos pueblos con la València a la que pertenecen. Alterar cualquier aspecto de ella ha sido siempre problemático.
A ello se une un servicio público de transporte más bien magro. Carmen Serrano, de El Palmar, explica cómo en ocasiones va a visitarla su hija y tienen que ir a recogerla en coche a la Mata del Fang, “como si estuviéramos en los años cincuenta del siglo pasado”, porque el siguiente autobús tardaría horas en llegar. Serrano explica que no pretenden una frecuencia muy abundante, pero si al menos “un autobús a la hora”, que cree que serviría también para fomentar una mayor presencia de turistas en invierno y entre semana. Porque otra disonancia grave que padecen es la estacionalidad de los visitantes, que hacen que los fines de semana en El Palmar sea “insoportable” salir a la calle. Allí se pasa de la nada a la invasión en apenas 48 horas.
Con tan solo 772 habitantes y una presencia mínima de población foránea, El Palmar sobrevive con tensión a las restricciones medioambientales que se plantean desde las administraciones, sustentado por su hostelería, y padeciendo las limitaciones normativas. “He nadado en la Albufera, he lavado ropa en ella detrás de mi casa porque no teníamos agua corriente, he cogido ranas…”, enumera Serrano. “No me tiene que contar un biólogo lo que es vivir aquí. Lo que no me gusta es que me hagan sentir una ocupa en mi propia casa”, critica. “Nosotros hemos cuidado lo que ellos vienen a ver”, añade.
Esa sensación de distancia frente a la ciudad es algo extensible a otras pedanías. Hay hasta malestar, justificado por décadas de desencuentros, fomentados en muchos casos no por los políticos de turno, sino por técnicos con los que la relación es tensa. “A los de El Perellonet nos llaman indios”, relata Luis Zorrilla, presidente de la asociación de vecinos El Perellonet Gaviota Poblados Sur. “Aquellos que venían de Ruzafa y pasaban por la carretera Nazaret Oliva y veían como gente, muy morena de piel, se asomaba por las dunas, nos decían: '¡¡los indios!!' Pues así nos tienen, como indios dentro de su reserva. Mucha riqueza, pero sin poder explotar. Las limitaciones del parque y ahora con el PATIVEL, nos hace que pensar que sobramos. Pues no lo van a conseguir”, vaticina.
A diferencia de sus vecinos de El Saler, en El Perellonet aseguran que están igual de mal “en todo aquello que quieras preguntar”. Y ese todo aquello es casi siempre lo mismo: las comunicaciones y las restricciones a las obras de cualquier tipo en el parque. Las críticas a estas restricciones no significan que no estén precisamente sensibilizados con el medio ambiente. Más bien al contrario, desde El Saler Gradolí apunta un problema “grave” que, según ella, “no se está tratando con suficiente atención” por parte de las autoridades. “En La Devesa nos estamos quedando sin playa, sin arena”. Algo de lo que culpa a las ampliaciones del Puerto de València. Habida cuenta que se planea otra, Gradolí da la voz de alarma sobre el peligro que corre la playa y la propia Albufera.
Quizás la pedanía que más ha sufrido la nociva influencia del Puerto sea Pinedo. Su playa, que en los 70 era la favorita de muchos, ahora ha revivido gracias a que se ha convertido en playa para mascotas y se puede ir con perros. Si la parte de Pinedo que se encuentra al otro lado del nuevo cauce está aprisionada y asfixiada por la depuradora, la que tiene playa tampoco se libra de la huella industrial. Destino obligado de fin de semana junto a El Palmar por sus restaurantes de arroces, en los últimos años es más habitual que los que desean espacios naturales opten por ir a la playa virgen de El Saler, mientras que elijan la de El Perellonet los que buscan un descanso más familiar.
Lugar clave de la memoria colectiva de la ciudad en los años ochenta, la franja litoral de los poblados del Sur se convirtió en destino de peregrinación de modernos de toda España que acudían a las discotecas que jalonaban diferentes puntos de la carretera hace ya tres décadas. Su aislamiento y su emplazamiento idílico hicieron de estos locales algo así como pequeños paraísos, de fácil acceso, donde pasar buena parte del fin de semana. Pero el paso de los años, la presión social y los controles de carretera, provocaron que los pueblos del litoral volvieran a ser exclusivamente un destino familiar y las discotecas fueran cayendo como dioses con pies de barro, excepción hecha de las incombustibles de la vecina Sueca.
Con un perfil sociológico muy peculiar, 1.385 vecinos censados y tan solo 92 de ellos foráneos, casi la mitad de sus habitantes con estudios de bachiller o superior, El Perellonet ha sido patria chica de referencia del popular cómico Luis Sánchez Polack Tip, quien tiene dedicada una calle peatonal. Este otrora pueblo pesquero es ahora una zona residencial que en invierno goza de una tranquilidad casi beatífica, que contrasta con el trasiego en ocasiones conflictivo de fines de semana y vacaciones. Los vecinos mantienen la pesca, pero casi como un rito milenario, más que como un negocio. El turismo alivia levemente los problemas de empleo, pero no es suficiente.
Aquí Ciudadanos logró imponerse en las últimas elecciones generales, mientras que el PP hizo lo propio en Pinedo y el PSOE en El Saler. Pero en las elecciones municipales de 2015 Compromís ganó en El Saler y el PP en el resto de pueblos. Más allá del posible nuevo escenario que se devendrá tras las urnas, la pregunta que se hacen los vecinos es quién estará detrás de la puerta del despacho del concejal. Porque al final sus problemas dependen más de la empatía del regidor de turno que de otra cuestión, una empatía que pasa por ser conscientes de que sí, quizás vivan en el paraíso, un paraíso que sedujo hasta el mismísimo Kleiber, pero incluso ahí la vida es complicada.