Y se acabaron las fiestas navideñas. Y empieza un nuevo año. Y empiezan nuevos retos, nuevas ilusiones y nuevos propósitos. En definitiva nuevos sueños.
Arranca el 2018 y empieza la batería de propósitos para este año. Cada uno y cada una ya se habrán marcado los suyos. De manera más o menos firme, más o menos meditada y más o menos flexible.
Quizá sea estimulador marcarse retos o quizá no. Quizá para algunos sea mejor fluir y dejarse llevar. Pero a mí me gusta marcarme objetivos y propósitos que al fin y al cabo son mis sueños. Sueños por cumplir. Sueños que me estimulan y sueños que hacen que me despierte cada mañana con ganas de comerme el mundo.
Vivir con sueños es vivir con ilusión y hoy día la ilusión es vital. No imagino vivir sin ilusión, no imagino vivir sin sueños. Y existe mucha gente que no puede ni plantearse soñar.
Por eso quienes sí que podemos soñar, creo que tenemos la responsabilidad de hacerlo y se intentar que la gente en nuestro entorno sueñe.
Sueños más o menos alcanzables, sueños grandes o pequeños, sueños humanos o divinos… no importa. Lo importante es poder soñar. Cuando uno sueña, vive, respira y percibe la vida de otra manera.
Siempre he dicho que el mundo se divide entre quienes podemos elegir y tenemos la suerte de ello, y quienes no pueden elegir. Ahí radica la gran diferencia. Y existe mucha gente que no puede elegir, mucha gente que no puede soñar.
Una vida sin sueños es una vida gris, sin propósitos y sin metas. Sin ilusiones, sin alegrías y sin penas. Una vida sin sueños, es una vida sin vida.
Por ello cada vez que pasan más años, soy menos ambiciosa y menos exigente con mis sueños, pero intento seguir soñando. Para ese 2018 solo pido tener un año cargado de salud y de sueños. Con estas dos premisas me veo capaz de todo.
Aunque quizá me equivoque. También soy consciente que luego empieza el año, pasan los meses, pasan los días y el desánimo por cosas pequeñas a veces puede con esta ilusión de soñar y de comerme el mundo.
Asuntos pequeños, la rutina, la monotonía, el desánimo y un sistema que a veces no nos deja disfrutar de lo básico de la vida y no nos deja tener tiempo para disfrutar de las pequeñas cosas y de nuestro entorno más cercano nos mete en una espiral de la cuesta feliz y que, al menos a mí, no me hace feliz. Por ello hablo y diferencio mucho a quienes podemos elegir y quienes no pueden. Cuando hablo de quienes no pueden elegir, son personas que realmente no pueden elegir.
Y me atrevo a asegurar que en mi entorno más cercano existe mucha gente que cree que no puede elegir, pero no es cierto. Resulta más fácil y más cómodo adoptar la postura de víctima que de luchadora.
Si paramos a analizar y cambiamos nuestras prioridades y nos ajustamos el día a día seguro que podemos bajar nuestro nivel de exigencia y elegir la vida que queremos.
¡Eso sí! quienes no tienen ni salud ni sueños saben de qué estoy hablando. Una vida sin sueños es una vida no sana, una vida insana, una vida enferma. Por eso deseo un año cargado de salud y de sueños. Porque ¿saben qué? ¡Que un día los sueños se cumplen!
Y si podemos soñar con sueños humanos, sociales, sensibles, sueños que nos lleven a un mundo mejor, más justo, menos egoísta, mejor distribuido y más humano… ¡mejor!
Soñar por y para los otros suele ser muy satisfactorio, ¡créanme! Y trabajar por un mundo lleno de sueños, es una de las recomendaciones que me atrevo a emitir.
Y para terminar me gustaría recordar la célebre frase de Calderón de la Barca en La Vida es Sueño: “que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
¡La semana que viene más!