Hoy arrancamos el nuevo año. Es el primer día de regreso a la rutina. Totalmente. Ayer, en las casas, fueron retiradas esas luces que se instalan para deslumbrar los sueños y la convivencia alegre de la Navidad. También se desmontaron los árboles que han aguantado esas bolas brillantes, los lazos, la ornamentación de miles de detalles navideños, enredados en luces de colores. Todo se ha apagado. El belén ha regresado a su caja de almacenamiento, y en todas las casas se ha dispuesto el retorno a la rutina, a los días normales y corrientes. Mis tres nietos han debido reorganizar sus espacios de juego para poder ordenar los tremendos regalos de los Reyes Magos, olvidando ya la nueva tradición del Pare Noel.
Hemos despedido tres semanas de luces y entusiasmo. Hoy, la vida nos devuelve a la cruda realidad. Así, de lleno.
Tras ver diversas Cabalgatas de Reyes por televisión… me quedo con mi mejor desfile de los Magos de Oriente, el de Morella. El día 5 de enero fue mágico en la comarca de Els Ports. Los primeros copos de nieve del nuevo año, sumaron el gélido viento junto al nerviosismo extremo de los más pequeños. Un día perfecto. La Cabalgata de Morella es el mejor evento de mis fiestas navideñas. No hay nada tan bello como ese campamento real que se instala unos días antes en las montañas, frente al Portal de Sant Miquel. Salir al frío y el hielo de enero, en Sant Miquel, con tus hijos pequeños, aferrados a tus manos, cubiertos de gorros, bufandas y guantes, es de las mejores experiencias vitales. Y esperar que se decidan a entrar en la ciudad amurallada.
En Morella, además, el séquito de los tres Reyes desfila por sus calles medievales al ritmo mágico de la mejor música de la Banda, poniendo la piel chinita a toda la población. En este trayecto, la Cabalgata se va deteniendo para que las y los pajes puedan entregar regalos en los balcones morellanos. Con una escalera van ascendiendo a esos balcones, donde esperan con extremo nerviosismo las niñas y niños. Mis tres nietos, Aimar, Biel y Quim vivieron por primera vez esta entrega de regalos que absorbe todas las ilusiones.
El paje colocó su escalera de madera a los pies de un balcón del Hotel Rey Don Jaime. Y tras las barandillas, mis tres pequeños estaban paralizados. Sus miradas, sus sonrisas y esas pequeñas manos, cubiertas de guantes, recogieron sus paquetes muy emocionados. No hay nada tan bello como estas vivencias en la noche del día de Reyes.
Hoy regresamos a la realidad que se impone. Menos mal. Hoy retomamos esa rutina que sobrellevamos el resto del año. Regresamos a la vida que nos espera, con esa furia devastadora que hemos ignorado entre copas de cava, pucheros, mariscos y turrones.
Y la vida no decepciona. El genocidio de Gaza no se ha detenido durante todas las fiestas navideñas en la Tierra Santa del nacimiento celestial, el mismo territorio donde los Reyes Magos siguieron hasta Belén esa estrella que hoy es pura muerte y sufrimiento. Es indignante e insoportable que este mundo se mantenga en silencio y detenido. Resurgimos en este nuevo año como corazones helados.
Hoy regresamos al extremo y desagradable ruido de esos políticos de la derecha y su ultraderecha. Regresamos a la ruta del odio que han ido diseñando estos partidos por eso de no soportar no haber podido formar un gobierno nacional. Somos una democracia parlamentaria, pero estos personajes, anclados en la prepotencia, no se han enterado todavía, ni lo harán durante toda la legislatura.
Además, el año ha comenzado con la ignominia del Ayuntamiento de Orihuela, gobernado por el PP, eliminando, desde Vox, la subvención para el prestigioso Premio de Poesía Miguel Hernández. Eran 6.000 euros anuales, que dedicaban desde el año 2000, para mantener viva la memoria del poeta, para promover la creación y el arte de las miles de personas que participaban en este certamen, y para posicionar en el mapa a Orihuela y a su poeta universal.
Y nadie ha dicho nada, las primeras autoridades del PP autonómico siguen en silencio. Este pequeño país mediterráneo está siendo amenazado, desde su cultura hasta su identidad.
Miguel Hernández creó un bellísimo poema para la noche del cinco de enero. Las abarcas desiertas. Quiero acabar con estas letras maravillosas, porque son, además, parte de la maldita realidad que habitamos en este mundo. Porque, la mayoría, hemos recogido las abarcas vacías.
Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas
mis abarcas desiertas.»
Buen año. Buena semana. Buena suerte.
Exposiciones que no has visitado, conciertos a los que no pudiste ir, piezas escénicas que se te escaparon entre los dedos, libros que querías leer y al final se han quedado en la estantería esperando… ¿Qué hacer cuando el FOMO pasa de temor abstracto a certeza tangible?