VALÈNCIA.Separemos persona de personaje. Personaje público de periodista. Periodista de podcaster. Podcaster de novelista. Centrémonos en que una misma mujer puede saltar de un palo a otro de la producción cultural. Si bien quedan improntas de su trabajo principal —en el caso de esta entrevistada llamada Lucía Lijtmaer, es el periodismo—, la voz puede mutar al igual que los fotones pueden pasar por dos agujeros al mismo tiempo.
Cauterio, publicada en Anagrama, es la primera novela de Lucía Lijtmaer. Dos historias en un libro. Dos mujeres, una mujer del presente que deja Barcelona tras una ruptura y otra, Deborah Moody, que abandona Inglaterra rumbo al Nuevo Mundo en el siglo XVII. Un par de narraciones en paralelo que comparten la punzada de la soledad y la decepción.
"El proceso de escritura prácticamente lo hice por separado. Empecé con casi toda la historia de Barcelona. Paradójicamente, aunque parece más fácil la parte contemporánea, cuando escribes es mucho más fácil refugiarse en la investigación para postergar el escribir. Tuve que hacerlo por separado, la parte contemporánea la redacté prácticamente del tirón".
"La parte del siglo XVII fue más costosa por el trabajo de investigación. También porque no veía muy clara la posibilidad de meterme en una primera persona con un personaje de ese siglo. Es como si fuera una extraterrestre. leí muchos sermones. Leí libros históricos, sermones, hasta de libros de geografía para saber cómo eran los espacios que ella transitó, sin embargo apelar a lo sensorial era el único cable de conexión que tenía. No nos parecemos a una mujer del XVII, pero asumo que la tierra húmeda huele igual. Si no, iba a salir una voz ligada a la historiografía. No quería hacer historiografía del lenguaje. Asumo que tiene cierta neutralidad porque no quería irme a la carta manuscrita".
Aceptar —y dejarse llevar— por los vaivenes que sufren las dos mujeres protagonistas, separadas por grandes distancias espaciales y temporales, exige un desprendimiento de la concepción clásica de la narrativa. "Silvia Sesé, de Anagrama, entendió cuando el libro era un borrador lo interesante del personaje de Deborah y también que la protagonista contemporánea tenía algo que contar. Confió en mí. El trabajo de pulido es con Isabel Obiols, que fue muy editora. Isabel hizo un trabajo muy quirúrgico y respetuoso. Pulimos ciertas cosas en las que yo era más oscura. Cuando escribes siempre piensas que todo el mundo te está entendiendo. ¡Quién nos iba a decir que la gente lo iba a entender!".
El libro ha alcanzado la cuarta edición, y sigue. "La aceptación es mayor de lo que esperaba. Me ha sorprendido que le dicen que se lee muy rápido o resulta aditivo. Lo que me ha gustado es que por suerte, y eso me parece un paso de gigante respecto a lo literario, no se haya relacionado el personaje necesariamente conmigo. Si me puedo meter en la piel de una mujer del siglo XVII, ¿por qué no me puedo meter en la piel de una contemporánea sin que sea yo?".
Cauterio es una de esas novelas que podríamos tildar de artefacto —concepto tremendamente explotado en el mundo literario— en cuanto se aleja de la idea canónica de narrativa. "La novela total no existe. Además, ¿quién ha escrito la novela total, históricamente? Si ya entendemos que el punto de vista no tiene que ser necesariamente un narrador omnisciente en tercera persona, un libro de 600 páginas, que suele estar escrito por un señor, podemos tomar la idea de verdad desde otro punto de vista".
Los personajes de Lijtmaer son cuerpos rebeldes inscritos en su tiempo. "La construcción del personaje contemporáneo fue totalmente orgánica. Cuando encontré la voz que es una voz narrativa que podía tener algo de cronista social, de estudio antropológico de nuestro entorno, de una mujer joven treintañera que tenga una cierta distorsión el resto resultó bastante fácil. Quería narrar esa historia con ella y su expareja con la cuestión inmobiliaria presente, que me daba mucho de lo que tirar". El simbolismo del territorio conquistado —un piso con un alquiler asumible— y su posterior reparto es uno de los brillos irónicos de la novela que da en la empatía.
"Seas del entorno social que seas, la casa y el ladrillo en España representan muchísimas cosas: el enriquecimiento y la precariedad, la hipsterización, la idea de la nueva economía. Esto en el libro me permitía tratar las dos historias. Cuando encontré el personaje de Deborah ya había escrito los capítulos de Barcelona en los que hay tanta presencia de las calles. Fue como un hallazgo, un regalo, darme cuenta que Deborah había trazado el primer callejero moderno en el Mundo Nuevo. Se unían de una manera casual".
"Tuve que argumentar la presencia de los capítulos autoconclusivos que son estáticos en el tiempo. No pasa nada en ellos pero ayudan a que te metas en la mente del personaje. No me gusta que lo literario necesariamente sea como en los trabajos de los talleres literarios estadounidenses, que indican dónde está el nudo, el desenlace aquí. Son impolutos, pero de tan trabajados cuesta conectar. Me gustaba la idea de que pudieras detenerte como lectora. Que fuera porque sí, si la protagonista está parada en el tiempo el lector también".
¿Es esta querencia por los capítulos autoconclusivos un rasgo del periodista? "Tienen que ver con la experiencia periodística. Sentía que cuando empezaba un capítulo tenía que acabarlo. Sabía cómo empezaba y más o menos como tenía que acabar, lo que no sabía lo que pasaba en el medio. Hacerlos de una cierta longitud me permitía acometer un trabajo de dos o tres horas al día, en especial en el caso de Deborah, que tiene más complejidad narrativa. El mayor miedo que yo tuve fue que al tener dos historias paralelas, al tener un antes y ahora, me hice una cronología de los hechos. Para no perder al lector dejé muy claro dónde está el personaje y en qué tiempo".
"Para mí la mujer treintañera no está loca, en absoluto. Le tengo un enorme respeto a ese personaje. Es una desviación de la norma que se cuestiona por qué lo otro es normal. Tiene un extrañamiento con lo que le rodea, como si se disociara de las convenciones sociales y dijera ‘esto es una mierda, no me interesa, no me gusta, porqué estamos cumpliendo ese papel social’. Ella es punk. Los personajes que salen de la norma en lo mental, en la literatura me parecen fascinantes. Están ahí desde el inicio de la literatura para decir lo que otros no se atreven o para somatizar".
"Me gusta mucho que el personaje tenga algo apocalíptico, para que sea una metáfora de cómo está ella. La idea del mar es fundamental, en una idea de apocalipsis, tenía que estar el mar involucrado. Algo que se llevara por delante a Barcelona y a todo. Por eso también están los animales que se suicidan".
Hombres. "Alguien me dijo ‘es que no se salva ninguno’. No fui consciente de cómo es su presencia en la novela. En el fondo, las dos historias tienen una historia de decepción. De hecho tres, tanto Anne como Deborah como el personaje contemporáneo tienen una historia de decepción con lo masculino. Eso me permitía situarlas fuera de la norma, porque si hay algo de la feminidad dentro de la norma es la pareja. Tenía que situarlas fuera de la pareja. Deborah no necesita volver a estar con un hombre porque se va a buscar sus medios de subsistencia. En el caso del otro personaje, renuncia a todo lo social, a la idea del amor, también a las amigas. Como si hiciera una especie de retiro espiritual. Por eso traje a la figura del inglés como una figura feliz del pasado, ella podría haber tenido algo que estaba bien, que hubiera sido algo con una cierta duración, un anhelo".
Mercé Rorodera, Breat Easton Eallis, algo de Ottessa Moshfegh en el personaje hastiado y contemporáneo y ecos a Alan Pauls. No ya influencias, sino luces led como las de los televisores, que se quedan siempre encendidas. La escritura propia se cimenta en las lecturas de las escrituras ajenas. Y deja sedimento. "Hay una escena en la que la mando a un locutorio porque es un homenaje a la novela El pasado de Alan Pauls. En esa novela hay un personaje muy secundario que ella empieza a dar las clases en camisón porque está en una relación de amante con un hombre casado y está enganchadísima. En esta construcción, casi narrada en tercera persona, se reflejan elementos de la novela de Pauls".
El final de la novela se podría haber resuelto de mil formas, pero habrían sido artificiales. Hablar de un final sin spoilers no es fácil: "Sabía cómo quería que acabara, pero no sabía cómo iba a ser la transición. El cierre se me ocurrió caminando un día. Sabía que las historias que se trenzaban de alguna manera tenían que tener alguna conclusión conjunta. Durante mucho tiempo pensé que Deborah resucitaba en el personaje contemporáneo, pero entonces pensé: ¿voy a someter a este personaje dos veces a este tránsito, es que no ha aprendido nada? Entonces di con el cierre. A veces las cosas son serendipia, un hallazgo feliz".