CULTURA

Luis Trigo: «Las comunidades autónomas dedican porcentajes ridículos de sus presupuestos a la cultura»

Retirado desde hace unos años de la primera línea de batalla, Luis Trigo ha centrado su interés en la cultura y, muy especialmente, en la local, a través de la fundación que él mismo preside: El Secreto de la Filantropía 

13/10/2024 - 

VALÈNCIA. Pocos lo saben porque, ante todo, es una persona discreta, pero antes de instalarse en València, siendo socio del mayor despacho de abogados del mundo, se encargó de organizar legalmente el patrimonio de las mayores fortunas del país y asesoró a gobiernos extranjeros. Sin embargo, Luis Trigo sigue figurando en los rankings internacionales como el mejor abogado de España en gestión de grandes patrimonios, reconocimiento que alcanzó bajo la marca de la firma valenciana Broseta Abogados, que dirigió. Presente en la vida cultural y social valenciana y miembro activo de diversas instituciones, ha centrado su interés en la cultura y, muy especialmente, en la local, a través de la fundación que preside, El Secreto de la Filantropía. 


— Clasificarte no es fácil. Tu actual dedicación no es empresarial sino filantrópica. Pones en marcha muchos proyectos culturales de muy alta calidad sin ánimo de lucro y muchos los promueves en València sin ser de aquí. ¿Qué te mueve a ello?

— Es una actitud consecuente con una convicción a la que he llegado: que la cultura es una de las mayores riquezas del ser humano y que su cuidado depende de todos y cado uno de nosotros. No atender esa responsabilidad pone en riesgo lo que somos y nos aleja de la necesaria y constante reflexión sobre lo que queremos ser. 

Con lo realizado hasta la fecha, hemos querido demostrar que ese ideal participativo es posible y que pueden desarrollarse iniciativas culturales relevantes y de interés social saliéndose de los cauces típicos. También hemos querido despertar el interés de aquellos que tienen propuestas culturales atrayentes y de aquellos otros, especialmente empresarios, que podrían ayudar a hacerlas posibles. En definitiva, mi propósito es ayudar a promover el mecenazgo cultural.

— Entrando en el primero de los presupuestos que comentas, ¿es realmente tan importante la cultura? Si hiciésemos una encuesta, igual no figuraría entre las tres o cuatro prioridades de la mayoría. 

— Es muy posible, pero hay hechos que acreditan cuál es el valor real que le damos a la cultura. En nuestro imaginario colectivo, los grandes hombres y mujeres de la historia son siempre artistas, escritores, músicos, pensadores, y lo que conservamos y preservamos para la posteridad son sus obras. Los rendimientos más importantes de la civilización son la ciencia y la cultura: La ciencia nos enseña a entender la naturaleza, y la cultura, nuestro temperamento. 

— Y el segundo de los presupuestos es la responsabilidad colectiva.

— El convencimiento sobre este tema no es tanto una opinión basada en ideales de moral social, sino que tiene una fundamentación jurídico-positiva. 

Nuestra Constitución, en su artículo 44, determina un modelo de responsabilidad colectiva del conjunto de la sociedad con relación a la cultura, siendo el papel de los poderes públicos el de impulsor y tutor del deber de acercamiento de la cultura a la ciudanía. El acceso a la cultura es un derecho de todos, pero también una obligación de todos. Nos corresponde conservar, cuidar, estudiar, crear, ayudar a crear, exhibir, educar en todo ello, disfrutarlo y aprender. Es una constante. Unas generaciones le pasan el testigo a las siguientes. 

— Entonces la fundación que presides, El Secreto de la Filantropía, ¿quiere cumplir con esa responsabilidad o además atraer a terceros?

— Ambas cosas. Lo primero que queremos es hacer llegar a la sociedad el mensaje sobre esas dos convicciones que he comentado. Al final, el resultado práctico perseguido es propiciar el mecenazgo cultural, que no es otra cosa que la asunción de esa responsabilidad social con la cultura. 

Una de las cosas que hacemos es situarnos entre quienes tienen necesidades o proyectos, ya sea de iniciativas públicas como privadas, y quienes pueden ayudar a atenderlos, fundamentalmente aportando recursos. Lo segundo ha sido tratar de dar ejemplo y mostrar manifestaciones concretas de lo que se puede llegar a hacer. 

— Podrías nombrar alguno de los proyectos que lleváis a cabo en la fundación.

— Entre otros proyectos, juntamente con dos magníficos gestores culturales de València, venimos celebrando la única feria de arte existente en la ciudad, que hasta ahora ha celebrado tres ediciones, Paper Valencia, dedicada al arte y la poesía, que convoca a galerías y editoriales españolas de gran prestigio. 

También hemos realizado, con la Universidad Complutense de Madrid, unas jornadas de coleccionismo en las que han participado los museos y colecciones privadas más importantes de España.

Asimismo, hemos dotado al Casino de Agricultura de una sala de exposiciones, abierta al público y no solo a socios. En ella llevamos organizadas cinco importantes exposiciones de pintura. Ahora mismo, se puede visitar una de pintura valenciana con obras de Vicente López, Pinazo, Muñoz Degraín, Cecilio Pla o Soledad Sevilla, entre otros. 

Además, editamos libros, presentamos novedades editoriales, debates y otros eventos y hemos asesorado a coleccionistas en materia de mecenazgo. 

— ¿Y por qué la Comunitat Valenciana es uno de sus principales ámbitos de actuación?

— Mis últimos quince años de ejercicio profesional fueron en València, y mi interés en su cultura, su historia y su rico patrimonio aumentaba cuanto más profundizaba en su estudio. Me parece, además, un territorio clave en la vertebración de España. Como sabes, soy patrono de la Fundación Conexus, y en la misma formo parte de una especie de think tank que denominamos Parlem, que precisamente trata de analizar la realidad de la Comunitat Valenciana y sus vías de progreso, y me siento muy implicado en ello.  

— Recientemente ha sido nombrado patrono de la Fundación Ibáñez Cosentino de Almería. ¿También se vincula este nombramiento con su proyecto? 

— Sí, esta fundación ha desarrollado un modelo de gestión de museos, tanto privados como públicos, sumamente interesante. Su último logro ha sido la creación del Museo del Realismo Español Contemporáneo (Murec), en el que el pintor Antonio López tiene un gran protagonismo. Vengo colaborando con ellos y este año me han incorporado al patronato de la fundación. 

— ¿Crees que la cultura está desatendida en nuestro país? ¿Y en nuestra comunidad?

— Las comunidades autónomas, que tienen competencia exclusiva en materia de cultura, le dedican porcentajes ridículos de sus presupuestos. Por citar ejemplos, Madrid el 1,3%, Cataluña el 1,5% y la Comunitat Valenciana tan s0lo el 0,6%, equivalente a 180 millones de euros. 

Además, se tiene la idea de que la cultura es un servicio público de prestación obligatoria y de recepción gratuita. 

La incoherencia es preocupante. Se lanza el mensaje, contrario a lo que establece la Constitución, de que los poderes públicos tienen la responsabilidad plena de atender la cultura y de que esta debe ser gratis, pero luego se dedican cantidades irrisorias para cumplir ese supuesto deber.  

— Entonces, ¿vuestra propuesta es que haya más dinero público y privado para la cultura? 

— Nuestra propuesta es que las administraciones públicas, con más recursos de los que utilizan, ejerzan su papel de impulsor del acercamiento de la cultura a la ciudadanía a través de la actividad de fomento, ayudando al conjunto de agentes culturales, con criterios objetivos; que desarrollen el papel que les toca como operador cultural público, y que impulsen y promuevan el mecenazgo, para que también haya recursos de fuente privada al servicio de la cultura. 

Pero gracias al mecenazgo no solo se conseguirían más recursos, sino que se contribuiría, a mi entender, a reorientar uno de los aspectos que provoca más polémica con relación a la cultura, que es el de su politización. 

— Me imagino que se refiere a las llamadas batallas culturales…   

— Sí. Un gran problema de una cultura precaria y dependiente de los presupuestos públicos, que es la situación que vivimos hoy en día, es el riesgo por parte de los operadores culturales de ver a quienes deciden sobre dichos presupuestos como clientes a los que satisfacer. Si quienes mandan consideran la cultura una herramienta de propaganda pedirán a sus proveedores el producto que necesitan para atender sus objetivos políticos. Esto no solo es que ocurra, sino que ha pasado de ser un acuerdo sobreentendido a plantearse como una alianza. 

Por ejemplo, en el sector del arte contemporáneo, coincidiendo con la crisis financiera de la primera década del siglo XXI, el conjunto de asociaciones que integran a artistas, críticos, galeristas, directores de instituciones y otros partícipes idearon hacerse con el control de las instituciones culturales públicas para manejar sus presupuestos y no vivir condicionados por los vaivenes de la política.  Concibieron que dichas instituciones estuviesen gestionadas por órganos colegiados en los que las administraciones titulares fuesen minoritarias y el sector y su entorno, mayoritarios. También que los directores fuesen elegidos no por las administraciones titulares sino por jurados independientes y de composición plural. Dejando la selección de los jurados en manos del sector (directa o indirectamente) todo quedaba bien atado.  

Se hizo una gran campaña promocional del modelo, argumentando que así se despolitizaba y se profesionalizaba la gestión de las instituciones culturales públicas, pero el objetivo fundamental era garantizar la contratación de sus servicios.  

Aunque se hizo mucho ruido, la propuesta sectorial no tuvo excesivo éxito, salvo en la Comunitat Valenciana en 2015 donde, tras las elecciones autonómicas de ese año, el nuevo Gobierno la adoptó como modelo. 

— A ver si lo entiendo... ¿Está diciendo que en las instituciones culturales públicas pasaron a mandar aquellos que habrían de prestarles servicios o nutrirles de obras, en lugar de las administraciones titulares y responsables de la política cultural? 

— Sí. Es notorio el caso de una institución cultural pública que pasó a ser gerenciada por un representante del sector, militante defensor del modelo y elegido conforme a sus pautas. Esa institución multiplicó su presupuesto por cinco en esos años, sin incrementar la plantilla, puesto que el aumento de presupuesto se lo llevó la contratación externa y las compras de obra. La finalidad del modelo se cumplió a la perfección. 

Obviamente, quienes se vieron favorecidos por las políticas de contratación estuvieron muy satisfechos, pero no hubo ni garantía ni control de que aquel dinero se estuviese gastando adecuadamente, pues la propia concepción de la operativa y la estructura lo viciaban todo. 

— ¿Pero qué gana el político que asume este modelo? 

— Introducir contenidos y mensajes acordes con sus planteamientos ideológicos. Es un cambalache de negocio por propaganda. Y todo con dinero público. 

—Pero cuando hay un cambio político, ¿no hay peligro de favorecer y dar negocio a quienes contribuyen a difundir los mensajes del nuevo gobernante? 

—El riesgo es evidente, pero no debiera ser esa la solución. Una cultura precaria, alimentada casi exclusivamente por los presupuestos públicos, es muy fácil que se vuelva sumisa, dependiente y clientelar.  

Por ello, es necesario desarrollar un modelo en el que exista equilibrio entre financiación pública y privada. Ello favorecerá una sana competencia que suele traducirse en oferta plural y de mayor calidad. Por ejemplo, las producciones cinematográficas y las artes escénicas hoy progresan gracias a fórmulas de estímulo fiscal a la financiación privada de esta clase de proyectos. 

— ¿En qué situación estamos ahora?

— Hemos vivido un año raro. Otorgar la responsabilidad de Cultura a un partido sin programa en la materia [hace referencia a Vox] hizo muy difícil afrontar el cambio requerido tras dos legislaturas en las que se operó sobre las bases expuestas. 

El 30 de junio de 2023, estando en funciones la anterior consellera de Educación, Cultura y Deporte, se tomó la iniciativa de blindar el consejo rector del IVAM para que la mayoría del mismo quedase designada por cinco años y sin posibilidad de remoción, y desde la Vicepresidencia Primera de la Generalitat y la Conselleria de Cultura no hubo ninguna reacción. Se hablaba, sin precisar, de «cultura blanca», queriendo quizás transmitir esa idea de cultura pública no intervencionista, pero sin un discurso elaborado, actuaciones coherentes o una política encaminada a atender ese fin. La mayor parte de los planteamientos fueron inconcretos o contradictorios y no se avanzó en ninguna dirección clara. Se anunciaron proyectos que no se concretaron y los cambios acometidos, salvo quizá en el Institut Valencià de Cultura (IVC), se iniciaron, pero no se ultimaron. En fin, un año básicamente perdido. 

En materia de mecenazgo podía haberse avanzado, pero las circunstancias sobrevenidas impidieron progresar en los trabajos iniciados.  Y es una pena, porque la ley valenciana de mecenazgo ofrece muy buenas oportunidades. 

— ¿Y a partir de ahora, qué? 

— Pues no lo sé. Personalmente, en el contexto existente me intranquilizó mucho el modo en el que se planteó la selección de la dirección del IVAM y decidí impugnarla. Considero que el consejo rector ha asumido competencias propias del Consell y no entiendo que, en un procedimiento en el que la ley establece que la intervención de este órgano sea solo «ser oído», el mismo se reserve cinco de los siete puestos del jurado encargado de la selección. Creo que, en este caso, se abre la posibilidad de repensar si se quiere mantener un modelo con alto riesgo clientelar o si se desea recuperar una institución de prestigio dotándola de la mejor dirección posible elegida por los mejores. 

En el resto de los terrenos, estaremos atentos a cómo se progresa. Lo deseable sería que se avanzase con transparencia, rigor, buena administración, controles, vigilando que los gestores atiendan con objetividad sus responsabilidades, trabajando en interés de todos y no en el propio. Creo que hacen falta retoques normativos y refuerzos en las instituciones encaminados a regenerar la cultura valenciana, garantizando pluralidad, servicio, calidad, eficacia, pulcritud en la gestión y proyección de su valor. Además, es necesario establecer una estrategia. Sin un plan enfocado a objetivos es muy difícil tener posibilidad de acertar.

Por último, como ya he indicado, estoy convencido de que haciendo partícipe al conjunto de la sociedad valenciana de la responsabilidad sobre su cultura, que es enormemente valiosa, todos ganaremos en libertad y en riqueza. Hay buenos ejemplos singulares de mecenazgo, pero hay que propiciar nuevas iniciativas y revisar algunos que miran más a intereses particulares que sociales. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 120 (octubre 2024) de la revista Plaza

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