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el callejero

El manitas de la música

Foto: KIKE TABERNER
31/01/2021 - 

VALÈNCIA. El taller de Sergi Martí es una fantasía para aquellos que aman las manualidades. En la pared que hay junto al banco donde trabaja, aparecen utensilios de toda índole para manipular la madera de los instrumentos de arco que repara. Lijas, punzones, pinceles, serruchos... Porque Sergi es luthier.

De lo alto, como si fueran jamones en el secadero, cuelgan los violines. Bueno, para el profano todo son violines, pero también hay violas, cellos y otros instrumentos. El luthier lleva ahí, en ese taller de la coqueta calle Borrull, quince años. Él es de Alzira y su afición por la música no la encontró en casa; le llegó de manera espontánea siendo un niño, tocando los instrumentos de la rondalla con siete años.

Tiene 51 y es uno de los siete u ocho luthiers que hay en activo en València. Artesanos que construyen, restauran, reparan y ponen a punto los instrumentos. Sergi tocaba en un grupo de música antigua y, de joven, coincidió con un alemán. Se llamaba Motek Leeuwardeen y vivía en Altea. Este hombre, hoy sexagenario, le inculcó el amor por la mecánica de la música.

Antes de eso ya había hecho una incursión en el oficio en un lugar tan insospechado como la Seu d'Urgell, en el Pirineo catalán, muy cerca de Andorra, donde daba clases de viola y donde había una escuela de luthería. Aguantó dos inviernos, un tormento para un valenciano. "Te marca el carácter. No había horizonte, las montañas lo tapan todo", bromea el alcireño.

Allí se inició, en los años 90, y al volver a València empezó a formarse en música antigua, anterior al Barroco. Entonces fue cuando coincidió con el alemán, que tocaba la viola de gamba. "Iniciamos una amistad y fue una suerte porque aprendí muchísimo del oficio gracias a él". Le atrapó la belleza de un instrumento y su sonido. Hay otros luthiers que, más que músicos, se sienten ebanistas. "Las formas del instrumento, del violín, son de un modelo del siglo XVII. No han cambiado prácticamente. Entonces, para mí, lo que resulta apasionante son los pequeños detalles que hacen que suene mejor".

Por sus manos, grandes y fuertes, han pasado instrumentos muy especiales. En 2006, aprovechando la visita del Papa Benedicto XVI a València, se realizó un proyecto para reproducir todos los instrumentos que tocaban los ángeles de los frescos renacentistas del Altar Mayor de la Catedral de Valencia. "Era una época de mucho florecimiento económico (se ríe), íbamos a tope, y se propuso recrear esos instrumentos y hacer un concierto. Trabajamos varios luthiers de toda Europa y fue un orgullo y una suerte construir una viola de gamba. Había arpas, salterios, panderetas, flautas, trompetas...".

Cuerdas de tripa de animal

Son unas pinturas del siglo XV y no existen originales. La única referencia es la iconografía: la pintura y las esculturas. "A partir de ahí tienes un fresco del que extraer y crear. Hay que conocer bien la cultura de esa época para acertar con las proporciones, el tamaño de los instrumentos, las cuerdas que lleva... Porque en una pintura aparecen cosas reales y cosas fantásticas de un pintor. Y tu trabajo es que sea todo real. Para ese instrumento utilicé madera de abeto para la tapa, el arce para los costados, que se llaman aros, el fondo y también para el mango. Y las piezas de las clavijas eran de maderas más duras, como la madera de boj". Las cuerdas se hacían con tripa de animal. Hasta el siglo XX, cuando llegaron los materiales sintéticos como el nylon, muy resistente y poco sensible a la humedad. "Hoy se fabrican las cuerdas de aluminio, acero y hasta de wolframio", apunta.

Sergi, cubierto con un delantal gris, habla en la parte trasera de esta planta baja donde tienen el negocio. En la delantera está la tienda, donde venden los instrumentos de arco. Su rincón, donde huele levemente a madera, está atiborrado de objetos. Herramientas, tarros, y 'post it' pegados a las lámparas... Hay hasta una pequeña cocina con una tetera, una cafetera y un microondas. Al lado, un cuchillo y una naranja. Al fondo, bajo un amplio tragaluz, hay un banco más grande para colocar objetos más voluminosos como un contrabajo, y, aprovechando la luz natural, barnizar la madera. Y por el suelo, apelotonadas, están las fundas negras y azules de los instrumentos.

En una pared hay un reloj blanco. En otra, un retrato de Sergi con un violín. Frente a su banco, una imagen alegórica de la música, de 1529. En una esquina, una fotografía antiquísima, en blanco y negro, de la parte frontal de las Torres de Quart. Y en un estante, un San Pancracio que sujeta con el dedo índice unas monedas japonesas de cobre.

De la cristalera que separa las dos partes del negocio, cuelga una lámina de Stradivari, el gran luthier que abre una puerta a los que lo único que saben de violines es que hay unos, los Stradivarius, que cada vez que se subastan salen en los noticieros porque son muy caros. "Sí, hay mucho desconocimiento. De hecho, stradivarius es la fórmula en latín para describir que está hecho por Stradivari. Aunque es cierto que él llevó la profesión a lo más alto. Cuando ves un violín que te parece bien diseñado, es el modelo de Stradivari. Llevó al violín al punto más alto de perfección en cuanto a las medidas. Estableció las medidas exactas que aún hoy siguen los luthiers. Rozó la perfección: la proporción entre lo que son las cuerdas, la afinación del violín y el volumen de la caja acústica. Un equilibrio perfecto para el sonido. Pero no fue ningún revolucionario. Hasta los 40 años estuvo construyendo con el modelo de su maestro. Y después ya empezó a hacer su propio patrón".

Sergi ha viajado ocho o nueve veces a Cremona, la ciudad de Stradivari  y otros célebres luthiers. Allí, en este pequeño núcleo urbano de la Lombardía, al norte de Italia, se reúnen turistas de todo el mundo persiguiendo la fama de los grandes artesanos. Allí son muchas las familias que viven de su patrimonio y venden bollos o bocadillos Stradivari. "Es como la meca del violín y se concentran muchos profesionales de la luthería. Merece la pena visitarlo".

El luthier valenciano está rodeado de instrumentos. En su casa, en Alzira, tiene una colección con cerca de veinte. Es el hogar de alguien enamorado de la música medieval donde no faltan instrumentos antiguos. A sus dos hijos intentó llevarlos a su terreno. La mayor, Marta, que ya tiene 21 años, pasó de la afición de su padre. Con el pequeño, Sergi (15 años), cambió de estrategia y no le achuchó. Hoy es músico, aunque, como para llevarle la contraria a papá, se ha decantado por la flauta y el piano. Ni rastro del arco.

La novia despechada

El taller llama la atención del viandante. Los cuatro que trabajan ahí dentro -dos luthiers y dos vendedores- ya están habituados a que los más curiosos asomen el morro y pregunten. Los hay tan atrevidos que se cuelan hasta el fondo y solicitan hacerse una foto con el maestro luthier. Sergi se lo toma a guasa. Más organizados son los violinistas de la Berklee -la escuela internacional asentada en València-, que cada año acuden a ver cómo trabajan.

Luego están los clientes singulares. "Muchos se piensan que soy el Cavadas de los instrumentos", bromea. Como una chica que, hace años, discutió con su novio y, rabiosa, le soltó una patada a su cello. "Lo destrozó y apareció por aquí llorando. El instrumento estaba fatal y le dije que no podía prometerle nada. Pero logré repararlo y de vez en cuando entra a saludarme y a darme las gracias". Otras veces, cuando irrumpe algún músico angustiado, le toca hacer de psicólogo y explicarle que el instrumento no suena igual porque hay un cambio de estación o por el motivo que sea. "Hay elementos como el puente, o el alma, que es un palito que va por dentro, que son el 'set up' del instrumento, y es definitivo para el sonido final. Muchas veces cambias un puente y resucita su sonido. Ese es nuestro día a día". También compran en subastas instrumentos que están en mal estado para su proyecto de restauración.

Sergi dispone de un arsenal de herramientas para trabajar cada detalle. Dos de las que más usa son las gubias y los formones. Las primeras tienen el corte curvo; las otras, recto. "Son muy típicas de otros oficios para trabajar la madera. Pero lo más característico nuestro es el cuchillo de luthier, que está muy bien afilado y sirve para hacer cortes muy precisos. Es como un bisturí, pero el bisturí corta materia blanda y este tiene que cortar madera". También hay todas las limas que uno pueda imaginar. Son especiales, hechas a mano. Y sierras que parecen sacadas de una película de Tarantino. Un serrucho japonés con un mango largo y un dentado muy afilado. Y no pueden faltar las cuchillas con las que raspan la madera y la limpian. "Te permiten crear una superficie de la madera cristalina y funciona mejor que la lija".

De repente cruza el taller y de un estante saca un tarro repleto de una especie de piedrecitas brillantes. Es cola hecha de huesos de animales. Cuando se seca, se cristaliza y tiene una textura muy parecida a la madera. Eso la hace ideal para ensamblar las piezas de madera. Los huesos del conejo hacen una cola más flexible, pero es menos adherente. Hay hasta de beluga, una cola que cuesta más de secar pero que, a cambio, es más gelatinosa. Y en una vitrina cuelgan varias colas de caballo. Su pelo se aprovecha para hacer los arcos.

No falta de nada. Allí entran cerca de mil instrumentos cada año. Y día a día, con la música sonando desde un iPad, Sergi Martí pasa las horas ensimismado con su trabajo. Serrando, lijando, raspando. Ahí se olvida de todo. Él y el instrumento. La vida de un luthier.

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