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VALÈNCIA. Fue el Museu de Vilafamés el primer centro de arte contemporáneo que visitó Manuel Borja-Villel (Borriana, 1957). Ahora, prácticamente, vive en uno de ellos. El actual director del Reina Sofía es una de las figuras clave en la gestión artística española, creando un interesante puente València-Madrid en el que camina el también valenciano Miguel Falomir, director del Prado. Ese puente se materializa de distintas maneras. Ahora, en forma de un convenio con el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) a través del que se facilitarán los intercambios entre una y otra institución. Como es lógico, su visita -aunque breve- siempre despierta interés. Aprovechamos su parada en València para charlar sobre el presente y futuro de los museos. Estos son los 20 minutos de Culturplaza con Borja-Villel.
-¿Qué le interesa al Reina Sofía de la colección del IVAM?
-No se puede vivir solo. Si hay Internet de las cosas, sería absurdo que no hubiera Internet de las relaciones entre los museos. Estas relaciones tienen que ir a mucho más. Normalmente parece que son meramente de producción de exposiciones o de eventos, donde domina la relación económica, donde hay itinerancias y donde las comunicaciones se hacen en una dirección: haces una exposición y la llevas. Esto es muy limitado. Es mucho más importante crear otras formas de trabajar. Por ejemplo, ahora estoy inmerso en una exposición de Mondrian, para la que tenemos casi todos los préstamos pero, luego, el gran problema será si puedo confirmarlos o no, si puedo pagar las primas de seguro. Es un exposición que se va a hacer pero que no podría itinerar, es imposible, porque los préstamos son muy difíciles, ¿Esto qué quiere decir, que nosotros que no tenemos Mondrian no tenemos acceso a ello? Es ahí cuando establecemos un acuerdo con el Gemeentemuseum. Nosotros tenemos otras cosas que ellos no tienen y, entonces, se produce este camino en dos direcciones. Este trabajo, además, ayuda a cuestionar tus propias colecciones. En el caso del IVAM es casi lógico [que se colabore] teniendo en cuenta que el núcleo del Reina Sofía es Guernica, es el pabellón de la República, son los años 30... y ese es el núcleo también del IVAM, habiendo sido València capital de la República. Es un acuerdo lógico.
-Una de las líneas expositivas importantes del IVAM es el Mediterráneo. Por su parte, el Reina Sofía está mirando cada vez más a Latinoamérica, incluso el MoMA, que reabrirá en octubre con una muestra de la Colección Patricia Phelps de Cisneros (que donó hace unos meses obra al Reina Sofía). ¿Cuál es el reto a la hora de confrontar la mirada eurocéntrica?
-Esto es interesante. De hecho, las colaboraciones que estamos impulsando fuera de Europa -en Latinoamérica, Oriente Medio, etc- tiene que ver con esto. Efectivamente, hace 30 o 40 años, hablar del Mediterráneo o Latinoamérica, con algunas excepciones, en los grandes museos del norte era impensable. Ni estaban ni se les esperaba. En cambio ahora el MoMA tiene una colección importante, en la Tate hay una sección latinoamericana… Sin embargo, es una visión que va en una dirección determinada. Es una visión donde Hélio Oiticica o Lygia Clark tienen un papel determinado, pero en una construcción de la historia del arte que sigue siendo muy eurocéntrica, muy occidental. ¿Qué podemos plantear nosotros? La interpelación, cuestionar nuestras propias estructuras, las ideas recibidas, crear un tejido no solo de grandes instituciones, sino también pequeñas. Nosotros somos una institución artística y creemos que el arte es una cosa universal, y lo es, pero el concepto artístico nuestro no existe en todas las culturas. En muchas de las lenguas indígenas de Latinoamérica lo más parecido al arte tiene definiciones muy distintas, para algunas es algo que haces con la punta de los dedos, en otras se vincula con la magia. Cuestionar las ideas recibidas, nuestro propio lenguaje, es algo que creo que solo se puede hacer desde el sur geopolítico. Ahí, instituciones como el IVAM o el Reina Sofía pueden tener un papel importante a la hora de enfocar el Mediterráneo o Latinoamérica, un papel distinto a como se enfoca desde el norte.
-¿Siente que de alguna manera el Reina Sofía puede ser el puente, por las evidentes conexiones con España, entre Latinoamérica y Europa?
-Sí, en estos momentos el Reina Sofía es un puente entre Latinoamérica y Europa. Esa conexión es fundamental. Tenemos una fundación con muchos coleccionistas latinoamericanos que nos apoyan. Esto también tiene que ver con ese trabajo en red del que hablaba. Ya no es tan importante tratar de poseer todas las cosas, con esta visión decimonónica del museo imperial de acumular enciclopédicamente todos los tesoros del mundo. La enciclopedia, si es algo, es más parecido a la enciclopedia china de la que hablaba Borges, un imposible, todo son fragmentos. En estos momentos lo importante es generar relatos y que estos relatos circulen y se interpelen entre ellos. Para ello, crear este tejido de instituciones que son muy distintas pero que negocian de igual a igual es importante.
-En un reportaje para la revisa Frieze, Suzanne Colter (entonces directora de la Fundación Serralves), decía que el futuro del museo de arte contemporáneo pasaba por ser “cada vez más un espacio social, una plaza", ¿por dónde pasa el futuro de los museos para usted?
-Será un archivo, porque gran parte del arte es efímero y, por lo tanto, quien tiene la ‘partitura’ tiene la clave; será un gran centro de estudios y, también, será una plaza. El problema es, ¿qué centro de estudios y qué plaza? Si es una plaza tipo San Marcos igual me genera más pesadillas [ríe] Es fundamental entender la plaza como un espacio cívico, un espacio de ciudadanos no de consumidores, no de gente que está uno al lado del otro sin comunicarse o que simplemente se hacen un selfie. Crear estos espacios es algo en lo que el museo debe trabajar.
-Hablando de esa idea de consumidor, ¿se están aprendiendo lecciones del 'caso Louvre'?
-Sí. Yo hice la licenciatura aquí [en València] y recuerdo que iba a museos en los que, a la segunda visita, ya te conocían. El gran reto de hace cuarenta años era cómo hacer que la gente viniese. Bueno, pues ya han venido. Ahora el problema es cómo sacárselos de encima. A nivel económico, es como el gran turismo de masas de ciudades como Barcelona o Venecia, donde ya no se habla de gentrificación, sino de éxodo. Por tanto, se trata de que venga gente pero que saque algo de esa visita. Los museos lanzan enunciados, relatos e historias y solo se enriquecen cuando alguien las retoma y las interpreta. Así se genera una especie de cuerpo de conocimiento colectivo que nos enriquece a todos. Si no hacemos esto entramos en el peligro -que vivimos ya- de la masificación y de instituciones que no pueden controlar sus flujos.
-De hecho el Reina Sofía es uno de los museos más visitados del mundo, imagino que hay un plan largoplacista para revertir estos problemas.
-El medio y largo plazo en educación es fundamental, y eso no siempre se ve. Es como si abres una escuela y quisieras tenerlo todo en un año. A veces, en cultura, está la tendencia a creer que en un año se conseguirá todo. ¿Cómo se hace esto? A través de la mediación, creando itinerarios para que la gente entienda que no solo se trata de estar allí. Lo que pasa en los grandes museos es que la masificación se produce en dos o tres puntos. Hay salas en el Louvre en las que puede que no haya nadie. Se trata de que, por ejemplo, para llegar al Guernica se cree un itinerario que te haga pasar por una muestra de las mujeres artistas de la República, de ahí a una de arquitectura... y acabes en el Guernica. Esa es la función de los museos. Por desgracia, a veces pasamos demasiado tiempo -o nos imponen que lo dediquemos- a cuestiones meramente administrativas, cuando esa función de mediación y educación es fundamental.
-El Reina Sofía ha hecho un trabajo especial en los últimos años por generar un recorrido no enfocado en los nombres propios.
-Y eso creo que es importante. Todos caemos en ese visión centrada en nosotros mismos, creyendo que lo que sabemos es lo que debería saber todo el mundo y que el único modo de llegar a la gente es hacer una programación con dos o tres nombres. Lo que hemos intentado demostrar en el Reina Sofía estos años, con una programación donde no siempre todos los nombres son conocidos, es que se entienda que la sociedad son múltiples minorías, que hay un proceso de aprendizaje. Una programación que no hace concesiones a los nombres puede ser atractiva. De hecho los visitantes han pasado de 1,5 millones hace diez años a casi 4 millones ahora, con el Guernica entonces y ahora.
-Cuando llegó a la dirección del museo dijo: "Me gustaría que fuese el MoMA del siglo XXI". ¿Es el MoMA el faro para los centros de arte contemporáneo?
-Me refería a que el MoMA reflejó el espíritu de una época, aunque en aquellos momentos dependía de unas condiciones políticas determinadas. Hoy en día es distinto. Sí me gustaría que tuviera el Reina un papel importante, pero desde una visión decolonial de los museos. Puede ser que sea el faro, en cualquier caso, tan importante como un faro es la luz trasera o lateral. Hay que ver siempre la cultura como un ecosistema. El Reina Sofía tiene muchos visitantes pero tan importante como esto es una institución en la cual hay un elemento de laboratorio, de investigación, y que por definición está reducido a un público más pequeño
-¿Qué le interesa de la València cultural?
-Muy claramente, además del IVAM, hay dos instituciones con las que colaboramos: el Consorcio de Museos, con un máster de educación, y Bombas Gens, que tiene una exposición de Anna-Eva Bergman que vendrá el año que viene al museo. Que haya una institución como el Consorcio, que hace un trabajo más capilar con colectivos, y una privada que tenga un programa de exposiciones que no sea el típico, junto al IVAM que representa la historia de los museos de la Comunitat, refleja un momento en València muy interesante.