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MARÍA PÉREZ CONCHILLO / fundadora de eSpill

«En lo sexual, la derecha y la izquierda siempre han sido extremadamente reaccionarias»

Ella y su marido, el doctor Juan José Borrás, lograron que por primera vez los derechos sexuales se considerasen derechos humanos. Hoy, la cofundadora del Instituto Espill se ve como una activista en un terreno en el que siguen existiendo demasiados tabús 

| 23/07/2017 | 11 min, 19 seg

VALENCIA.- Si hoy los derechos sexuales se consideran derechos humanos ha sido en buena parte gracias al impulso de dos sexólogos valencianos: la psicóloga María Pérez Conchillo y el médico Juan José Borrás. Ellos fueron los organizadores de la edición 13ª del Congreso Mundial de Sexología celebrada en Valencia hace dos décadas, donde se materializó por primera vez la Declaración Universal de los Derechos Sexuales.

«La sexualidad es una forma privilegiada para comunicarse íntimamente con una persona y expresar amor». Es el lema que recuerda Pérez Conchillo, hoy viuda del que fuera su compañero y marido durante 30 años, el Dr. Borrás, con quien cofundó el Instituto Espill de Sexología y Psicoterapia en Valencia, centro de referencia en España. 

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El paquete de pañuelos siempre está sobre la mesa de su consulta. Muchas veces se convierte en el instrumento esencial en el día a día con los pacientes. En ejercicio desde 1983, son muchos a los que ha visto sufrir a raíz del desconocimiento y el miedo. La negación de la sexualidad y la persecución del placer sexual, en especial el femenino, fue lo que la movió a reivindicar desde la sexología clínica los derechos sexuales como pilar del bienestar social. 

Sensible a los abusos sexuales a menores, se reconoce hoy sobre todo en su labor activista. Siempre con las maletas preparadas para participar en conferencias internacionales, confiesa que la mayor de las satisfacciones que le ha proporcionado su trabajo es poder ayudar a personas con cara que le confían las experiencias que no han contado a nadie más, a resolver no sólo un problema sexual, sino también de autoestima. Al problema de los tabús y las tonterías que siguen campando en torno al sexo, la solución está, dice, en la educación sentimental para una convivencia basada en el respeto. 

­—En estos momentos se define sobre todo como activista, después de reivindicar durante treinta años la sexualidad como el patrimonio más importante que podamos tener.

­—Algunos movimientos políticos me asombran y desilusionan por su candidez y sus discursos sociales reaccionarios. Tanto la derecha como la izquierda históricamente siempre han sido extremadamente reaccionarias en lo sexual. El componente social y de derechos de la sexualidad no ha sido recogido por ningún partido político, cuando es el gran patrimonio que nos distingue como especie. Quien gestiona su sexualidad de forma adecuada tiene mucho ganado, pero la negación del placer sexual es una tara. He conocido mujeres que no se atrevían a tocar su vulva por considerarlo sucio y feo, o el caso de una mujer que, aun estando enamorada de su pareja, no tenía relaciones sexuales por sufrir vaginismo [contracción del tercio externo de los músculos de la vagina que impide la penetración] porque le habían dicho tantas veces que debía guardarse, que cuando estuvo dispuesta, su cuerpo lo negaba por verlo como un peligro. Y eso les ha pasado a personas formadas. Aquella idea de que el amor es bueno pero el sexo es malo ha hecho mucho daño. La represión sexual ha supuesto un drama cotidiano terrible para muchas personas. 

­—A partir de esas problemáticas vistas en la consulta, usted junto con su marido, Juan José Borrás, propusieron la necesidad de la educación sentimental.

­—La regulación social de las conductas sexuales debe favorecer la convivencia y el bienestar de las personas. La educación sexual es educación para la convivencia, educación sentimental, los derechos sexuales como base y referente. No sólo el componente erótico, también reproducción, género y vinculación amorosa. Existen muchos problemas de género porque las expectativas de las parejas son diferentes cuando se casan. Hay hombres que al casarse todavía esperan los cuidados de sus madres, y las mujeres se cansan de que el hombre sea como tener un hijo, cuando les corresponde un cuidado de apoyo equitativo. Muchos divorcios podrían evitarse con una buena educación para las parejas, adquiriendo habilidades de comunicación, de convivencia y parentales para saber cómo relacionarse afectiva y sexualmente. 

­—¿Seguimos siendo analfabetos sexuales y sentimentales?

­—Absolutamente, por la gran cantidad de información distorsionada y banalizada en Internet. Hay disponible mucho material pornográfico con actitudes y valores que atentan a los derechos sexuales. Nuestros jóvenes están aprendiendo unos modelos de conducta sexual nada adecuados para su felicidad ni para la de los demás. Se exageran temas como la eyaculación precoz y su duración, el tamaño del pene o el papel de la mujer. La negación de un discurso sexológico adecuado en el desarrollo erótico lleva a que busquen información en otros sitios. Si hay una dejación de funciones de padres y profesionales, la curiosidad les moverá a buscarlo donde puedan, por ejemplo en webs absolutamente horrorosas. Hace poco denuncié una en la que se simulaba que un padre abusaba sexualmente de su hija en la ducha. Aunque fuera un montaje, es intolerable.

­—Los abusos a menores suponían el 20% de las causas del Tribunal Supremo en 2015. ¿Hay más sensibilización?

­—Los menores son responsabilidad de todos, no son propiedad de los padres, y socialmente debemos protegerlos. En abusos sexuales se habla de un iceberg, estamos en la punta pero lo que hay debajo es mucho todavía. Los menores que están controlados por educadores en servicios sociales a veces están más protegidos. Me preocupan los menores de clase media y clases acomodadas, donde parece que no ocurra nada. Los abusos sexuales se dan en todas las clases sociales. Los menores no suelen saber adónde acudir, y el abuso sexual es algo muy íntimo y muy difícil de entender para la propia persona agredida. Cuando sufren el abuso, están solos en la intimidad con esa persona que abusa y los demás no lo saben, y esa persona cambia del todo cuando está con más gente. Recuerdo a una chica que contaba que su padre la violó por primera vez cuando su madre estaba en misa —la madre no quería saber nada porque decía que en su casa no pasaba nada— y luego se sentaron a comer la paella como si nada hubiera pasado. A veces, la persona que lo sufre llega a dudar de lo que le pasa, vive otra realidad. No lo cuenta por temor a que no le crean.

­—Los menores son responsabilidad de todos, no son propiedad de los padres, y socialmente debemos protegerlos. En abusos sexuales se habla de un iceberg, estamos en la punta pero lo que hay debajo es mucho todavía. Los menores que están controlados por educadores en servicios sociales a veces están más protegidos. Me preocupan los menores de clase media y clases acomodadas, donde parece que no ocurra nada. Los abusos sexuales se dan en todas las clases sociales. Los menores no suelen saber adónde acudir, y el abuso sexual es algo muy íntimo y muy difícil de entender para la propia persona agredida. Cuando sufren el abuso, están solos en la intimidad con esa persona que abusa y los demás no lo saben, y esa persona cambia del todo cuando está con más gente. Recuerdo a una chica que contaba que su padre la violó por primera vez cuando su madre estaba en misa —la madre no quería saber nada porque decía que en su casa no pasaba nada— y luego se sentaron a comer la paella como si nada hubiera pasado. A veces, la persona que lo sufre llega a dudar de lo que le pasa, vive otra realidad. No lo cuenta por temor a que no le crean.

­—¿Las medidas de protección son efectivas?

­—Se deben trabajar en especial los abusos intrafamiliares. Nos negamos a aceptar que eso pueda ocurrir dentro de una casa, pero la mayoría de los abusos son intrafamiliares. Nos llenamos la boca diciendo a los niños «cuidado con los desconocidos», pero son los padres biológicos y los hombres más cercanos los que suponen mayor riesgo. Los más afectados de los últimos recortes han sido los niños. Los abusos no disminuyen, sin embargo se reducen los presupuestos a su atención. Temo que como los niños no votan, nadie se acuerda de ellos. Por primera vez va a haber una Dirección General de Infancia y Adolescencia en el nuevo gobierno. He participado como experta para establecer recomendaciones que garanticen la asistencia a la infancia a iniciativa de Unicef, Save the Children y Cáritas, en la que se abogaba por un pacto por la infancia para todos los partidos. Es un paso muy importante no sólo para tareas de protección de menores sino para abordar la infancia en general.

«Me preocupan los menores de clase media y clases acomodadas, donde parece que no ocurra nada. Los abusos sexuales se dan en todas las clases»

­—¿Cómo interpreta la postura del Vaticano al crear la comisión de Protección de los Menores?

­—Veo con muy buenos ojos esa actitud de intolerancia cero pero me desanima mucho que la Iglesia haya hecho una especie de indulto como en el caso de los Legionarios de Cristo y los abusos sexuales continuados. Me consta que dentro de la Iglesia cada vez hay más actitudes positivas. He hablado con las personas que apoyan la interesante iniciativa de los Maristas. Han elaborado un protocolo muy adecuado sobre la infancia en tema de abusos y maltratos. Los niños pasan mucho tiempo con otros adultos y sin embargo no existen protocolos adecuados en los colegios. Cuando surge un tema de abusos no hay que dramatizar. Una conducta sexual abusiva es como una de maltrato. Si alguien sufre abusos en su vida pero luego se trabajan sus traumas, no tiene por qué estar estigmatizada. La excesiva dramatización conlleva a que no se le quiera prestar atención. 

­—Cada vez más se realizan producciones audiovisuales eróticas hechas por y para mujeres. Uno de los aspectos que abordan corresponde a la masturbación femenina y a que las mujeres conozcan su mapa erógeno, un tabú hasta hace poco.

­—La masturbación es fundamental dentro del desarrollo erótico. La sexualidad no sólo hay que pensarla en pareja. Hay personas que no la tienen pero su vida sexual es saludable y hay quien tiene pareja y no tiene una vida sexual sana. Todavía es una asignatura pendiente tanto para la mujer como para el hombre. Más que la compulsión o el desahogo, el autoerotismo es el contacto con uno mismo, una manera de desarrollar la capacidad de disfrute sexual, tan positivo para la salud física y mental. Es algo que uno o una se lo puede proporcionar sin necesidad de salir a por alguien que le suministre un orgasmo. En esos casos suele ocurrir una masturbación a dos sin ningún vínculo de tipo emocional. Es triste que alguien, después de llegar al orgasmo, se pregunte qué hace junto a esa otra persona en esa cama. Emocionalmente es importante que haya un cierto vínculo o interés por el otro, más allá de que sea una mera facilitadora de orgasmos, porque lo que hacemos de esa persona es un objeto. 

­—En la sexualidad en los discapacitados, la figura del acompañante hace que algunos se rasguen las vestiduras sin entender que si no existiera es tipo de asistentes, las propias madres tendrían que proporcionar el placer sexual a sus hijos impedidos.

­—La diversidad funcional presenta una gran variabilidad de situaciones (discapacitados sensoriales, físicos y psíquicos). Los derechos sexuales reconocen la sexualidad a todos. Se entiende que ya tienen bastante con sus limitaciones y la sexualidad para ellos no existe. Ha habido una sobreprotección. La idea de que hubiera unas personas asistentes en las terapias sexuales viene de los años 60. En los casos en que no hay más remedio, no es tan grave que una persona convencida de que hace un bien social y personal quiera libremente dar sexo y que se le remunere. Lo terrible es la explotación sexual. Si se reconoce como un derecho, está completamente justificada la figura del asistente. Existe la estimulación eléctrica prostática para eyacular y poder inseminar a la pareja. Si hay un acompañamiento para la reproducción asistida, ¿por qué no lo puede hacer una persona? Son condicionantes morales sin sentido que no resisten un análisis racional. Si esa tarea implica un bienestar para el otro, los demás no somos nadie para impedirlo.  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 27 (I/2017) de la revista Plaza

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