La filósofa, en su paso por el IVAM, habla de las movilizaciones más recientes y del futuro que imaginamos
VALÈNCIA. Marina Garcés (Barcelona, 1973) le habla a la realidad desde la calle que ha tocado a lo largo de su activismo social. Y su mirada desde la filosofía le ha acompañado. Es por eso que es una de las voces más escuchadas del pensamiento postcolonialista y antiautoriaria. En un momento en el que el neoliberalismo está reconfigurando el mundo en el que vivimos, el IVAM ha pedido que su discurso converse con la exposición Tiempos Convulsos.
- Leo en tu currículum que eres directora del máster en Filosofía para los Retos Contemporáneos de la Universitat Oberta de Catalunya. Con lo rápido que evoluciona el mundo, ya no se sabe bien ni siquiera si vivimos en la llamada Edad Contemporánea, ¿cuáles son estos retos que se plantean en el máster?
- Precisamente pienso que nombramos como "contemporáneo" aquello que no sabemos en qué tiempo está. Hacia atrás, nos es fácil nombrar aquellas épocas -siempre sabiendo que son denominaciones convencionales-, pero lo que caracterizara este después de la Modernidad es no saber darle nombre a las cosas. Y quizás por eso hablamos de retos: problemas de los que no tenemos solución y con los que lo que podemos hacer (y ahí la filosofía tiene un gran papel) es aprender a problematizar bien, que es el primer paso para dar forma a ese tiempo al que no sabemos cómo nombrar.
- En este sentido, en Nueva Ilustración Radical planteas justamente que nuestra visión sobre el futuro es demasiado fatalista, y esto puede llegar a desmovilizarnos...
- Exacto. En estos tiempos, más allá de la batalla ideológico, hay otra por los futuros precisamente porque es muy difícil imaginar futuros compartidos amplios. Hay una privatización del después, del mañana, asimilando los privilegios de unos pocos, que vivirán igual de bien como están viviendo actualmente. Esto es claramente lo que discrimina entre unos y otros, y ahí hay una operación ideológica muy importante, que va desde una parte de la ciencia a las esferas culturales o mediáticas, en situarnos en un futuro cancelado que nos sitúa en la posición de, o vivir a la defensiva, o a la ofensiva, o simplemente dejarse a la deriva quien cree que no tiene ya nada que ganar.
- Pienso en dos ficciones recientes, Black Mirror y Years&Years, que respondería a lo que estás comentando. ¿La cultura que habla del futuro desmoviliza?
- Paradójicamente, hay una apariencia de una cultura crítica, de efectos muy reaccionarios, que es la que contribuye, no solo a desmovilizar, sino a aumentar la impotencia que ya de por sí es bastante obvia a la interdependencia y las relaciones en nuestros entornos colectivos y políticos. Parece que hay todo un aparato cultural que contribuye a aumentar esa sensación de que no podemos hacer nada, de que solo nos queda contemplar la catástrofe, y por eso nos la enseñan una y otra vez. Obviamente hay datos empíricos (medioambientales, geopolíticos, económicos) que nos avisan de que no estamos yendo hacia algo mejor; otra cosa es en qué posición nos ponemos a la hora de mirar estos problemas y de relacionarnos con ellos, y ahí es donde hay una operación de despotenciación de la acción emancipadora o revolucionaria.
- En ese sentido, y en referencia a otro trabajo tuyo, Ciutat Princesa, parece que falta cierto relato colectivo. Estos retos contemporáneos parecen implicar únicamente al individuo, ¿se consigue así neutralizar el planteamiento de una alternativa?
- El individualismo moderno nos ha llevado a un individualismo que es frágil en el que ese individuo que tenía como promesa ser soberano en su familia, su futuro, su currículum, está precarizado. Está en riesgo de expulsión permanente del sistema, de la vivienda, del territorio... También amenaza por las condiciones ambientales, toxicológicas... Pero, ¿este individuo quién es? Pues una persona que en vez de conquistar el mundo solo puede protegerse a sí mismo. Es una inversión de la matriz individualista de la Modernidad, en el que el poder ya es solo poder defenderse. Eso provoca individuos enfrentados a otros, no para conquistar el futuro sino para defendernos de los demás, y eso nos lleva a una situación casi de protoguerra. En realidad, sí que hay relatos colectivos, pero son a la defensiva; identidades que se recomponen para protegerse de esta situación de fragilidad individual, desde las más atávicas (religiosas, nacionales, etc.) como actuales (de género, de forma de vida, de modas, etc.). Hay un combate entre lo colectivo y lo individual que en ambos casos está funcionando como un repliegue y como una defensa de eso que no sabemos cómo construir en común.
- Un buen ejemplo podría ser internet, que empezó en los 90 como una herramienta para colectivizar la información y para preservar el anonimato en ciertas cuestiones y ha acabado siendo un escaparate de aquello más reaccionario con las mismas herramientas, ¿se debe regular la libertad de expresión en internet? ¿la libertad tiene unos límites ideológicos?
- Yo viví el momento en que internet aparece en nuestras vidas como una herramienta nueva de coordinación política, de relación con entornos sociales y de experimentación colectiva que no conocíamos; que hacía de puente entre fenómenos tan territoriales como el movimiento zapatista en el 94 y un barrio de Barcelona en el 96. Y a pesar de eso, esa especie de tecno-utopía que algunos predicaban en los 90 yo nunca me lo creí del todo. Es como cuando se dice "nos queda la calle" respondiendo a las instituciones, hay que tener en cuenta que la calle no es un espacio neutro ni un espacio de libertad. Internet tampoco lo ha sido, y como la calle, ahora está más vigilada y privatizada.
En todo caso, son espacios de antagonismo y no de libertad; porque yo entiendo que la libertad siempre se construye contra algún tipo de dominación. En estos momentos vivimos un recrudecimiento de los poderes neoautoritarios que atraviesan toda la vida social y colectiva, ya sea material o inmaterial. Y además, la combinación entre los poderes económicos y políticos tiene una intensidad nueva, y en internet esta combinación se está haciendo más presente: no olvidemos el último "155 digital", o la vigilancia ejercida por Google y las grandes tecnológicas a nivel global... El reto, más que lamentar la libertad perdida, habría que repensar qué antagonismos son posibles en este espacio.
- ¿El poder tiene más capacidad ahora de controlar la esfera individual y colectiva? ¿Cómo convive con la diseminación del pensamiento?
- Todo cambia tan rápido... En realidad, dependiendo del tiempo que nos toque vivir, se da más un fenómeno u otro. El poder siempre es fuerte, otra cosa es que se manifiesta a través de la fuerza. Hay momentos de cierto pacto social, pero ahora estamos en lo contrario: es un momento en el que los poderes (políticos, económicos, culturales,...) han creado tal caos con su propia acción, en esa globalización feliz que prometían en los 90 que no solo no ha resuelto los problemas heredados (colonización, devastación ecológica), sino que los han aumentado. Esa misma globalización neoliberal que parecía poder desprenderse de las figuras fuertes del poder político, esa misma hoy los necesita. No es que el neoliberalismo se esté acabando en favor del una nueva corriente del autoritarismo, es que hoy el neoliberalismo necesita autoritarismo para poder regularse a sí mismo.
- Vas a hablar en la charla sobre violencia, y me gustaría preguntarte por los acontecimientos que se han dado estos últimos meses en algunas ciudades latinoamericanas, y tal vez aquí en Barcelona: unas contestaciones populares, callejeras, pero que a ojos de parte de la ciudadanía es una reacción violenta censurable. ¿Hace falta reformular el concepto de violencia para entender qué es lo que está pasando en las calles?
- La palabra violencia nombra muchas cosas, pero el concepto político de violencia está en manos de quien lo puede monopolizar, y el monopolio de la fuerza y la violencia lo tiene el Estado y sus estamentos. Del mismo modo, tiene el monopolio de poder atribuir la categoría de violentos a quien necesita aislar o convertir en enemigo. Esa es la operación básica del Estado máximo: poder nombrar al enemigo, ya sea exterior o interior. Pienso que hoy hay una gestión por parte del Estado y de esos poderes de la violencia muy particular, porque se basa en un régimen que podríamos llamar de excepción permanente, que no es una intervención de orden político, pero sí una situación que se normaliza. Y eso hace que la violencia del otro también se convierta en algo permanente.
El terrorismo es la vieja escuela de eso. El terrorista siempre aparece, y lo puedes localizar desde la figura más obvia de la persona que ataca y agrede hasta figuras que simplemente son disidentes o manifiestan su inadaptación al orden existente. Así que ese continuo de la violencia que el poder señala como no aceptable, como criminalizable, solo existe porque el Estado tiene el monopolio de la violencia, no solo de la que puede ejercer, sino también de la que puede nombrar.
- Estas movilizaciones, ¿tienen que ser más pedagógicas o más "efectivas"?
- Este es un punto que es muy difícil de resolver, pero pienso es que si algo es claro es que lo que han vivido durante estos últimos años las organizaciones colectivas es que, por muy poco violento que quieras ser, si el poder quiere, serás violento. No hay negociación posible. Por ejemplo, si entendemos la violencia como una agresión física o material, nada menos violento que lo que ha ocurrido en Catalunya en estos últimos dos años, luego podremos estar de acuerdo o no en el desafío al orden. En cambio, se le ha adjudicado los niveles más altos de violencia que el orden estatal puede reconocer. Yo realmente no sé hasta qué punto es útil querer argumentar la propia no violencia.
Yo empezaré la conferencia con una frase salida del colectivo Espai en Blanc que dice "Nuestra violencia es existir". Es una afirmación paradójica de la violencia: si la afirmación de la propia existencia, ya sea de la mujer violada, ya sea de un valle donde se vayan a privatizar las aguas, ya sea de un proceso de autodeterminación.... Si cualquier afirmación de una existencia entra en colisión con algún tipo de orden, será violenta. Entonces, ¿basta con negar que eso es violento o hay que atravesar esa violencia y afirmar que nuestra existencia es existir?