En estas fechas navideñas, se multiplican los buenos deseos. Damos y recibimos palabras cargadas de energía positiva. La verdad es que reconfortan, generalmente van acompañadas de una sonrisa o de un abrazo. Sientan bien, sí. Sin embargo, la realidad no es tan afable. Ojalá la alegría de estos días fuera el reflejo de una sociedad unida, que rema en la misma dirección con optimismo y esperanza.
Lamentablemente, no es así, los que gobiernan España se empeñan en ahondar en la fractura que poco a poco va resquebrajando nuestra estabilidad. Si no teníamos bastante con la ignominia de la amnistía, ahora pactan con Bildu en Pamplona. Al PSOE, que cada vez responde menos a sus siglas, ya no lo reconocen ni los suyos. Me pregunto qué pensarían los socialistas asesinados por ETA si vieran a sus compañeros. La respuesta, casi estoy segura, sería vergüenza y una enorme decepción.
No es para menos. El ego perverso de Sánchez no tiene límite y a la gran mayoría nos afrenta. A muchos socialistas, lo sé de buena tinta, también y en su caso hay que sumar la decepción. Pues ellos no se esperaban que el líder de su partido llegara a cruzar tantas líneas rojas. No debe ser fácil soportar a un jefe de filas que se salta a la torera el legado de un partido centenario.
Además, el asunto es tan grave que ha llegado a Europa y por mucho que Sánchez le dé a la oratoria, sus hechos lo delatan. Es preocupante que España pase al primer plano europeo porque su presidente vulnere la separación de poderes para perpetuarse en La Moncloa. Cómo si no tuviéramos suficientes problemas en Europa.
Sin duda, la principal preocupación, un año más, sigue siendo la guerra en Ucrania. Pronto se cumplirá el segundo aniversario de la invasión rusa, que deja miles de muertos y de familias destrozadas. No nos olvidamos de su sufrimiento. Nuestro frenético día a día, las vicisitudes cotidianas no pueden difuminar nuestra atención a lo que diariamente sucede bajo cielo ucraniano. Que el paso del tiempo no disminuya nuestro compromiso con los que sufren.
En la misma línea, alargándose como un día sin pan, sufren en Oriente Medio. Israel y Palestina. Palestina e Israel. No hay retina que aguante tanto dolor. Pero el mundo no puede mirar hacia otro lado ante semejante barbarie. Debería ser imposible hacerlo, sobre todo, en estos días en los que el lugar que vio nacer a Jesús de Nazaret hace 2023 años no podrá celebrar la Navidad. La ciudad cisjordana de Belén ha suspendido la celebración.
Mientras, aquí y en tantas otras partes del planeta sí lo festejaremos. Para nosotros, la noche del 24 de diciembre es una de las más especiales del año. Creyentes o no, las familias españolas nos reunimos en torno a la mesa, es una noche de reencuentros y felicidad. Somos unos afortunados por vivir en un lugar donde lo podemos celebrar. Valorémoslo.
Del mismo modo, creo que hemos de realizar un ejercicio de autocrítica. Es importante preguntarse qué podemos hacer y qué hacemos por enriquecer la sociedad. Cada uno, a nuestra manera, tenemos en nuestras manos mejorar lo que nos rodea. El acto más pequeño, como ayudar a un vecino, contribuye a esa mejora. “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”, dijo la madre Teresa de Calcuta. Lo suscribo. Cada pequeño gesto cuenta. Cada acción, por minúscula que parezca, suma.
En este sentido, no estaría nada mal que en estas fechas de deseos de felicidad y bienestar, pasáramos de las palabras a los hechos. Sería muy fructífero que cada mensaje de paz fuera acompañado de un gesto o una acción que contribuya a conseguir un mundo mejor. Cada uno, desde nuestra responsabilidad pública, nuestro trabajo o nuestro día a día, podemos colaborar.
Por mi parte, me comprometo a hacerlo desde la Diputación, donde ahora tengo mi responsabilidad institucional. Desde el área de Carreteras trabajo cada día para dejar una provincia de Valencia más vertebrada de la que me he encontrado. Y hacerlo desde el respeto al medio ambiente y con el objetivo de contribuir a una vida más saludable para las personas.
En definitiva, todos podemos y deberíamos aportar nuestro granito de arena porque el progreso, la igualdad y la estabilidad se consiguen y se mantienen con el esfuerzo colectivo. Un trabajo continuo que ha de ir más allá de las palabras y de las buenas intenciones. Requiere implicación y acción. Por eso, os deseo que no solo en estas fechas, sino también el resto del año, las palabras se conviertan en hechos, que no se queden en simple música para los oídos. ¡Feliz Navidad!