En España, la leyenda negra sigue persiguiendo a los masones. Sin embargo, estos herederos de la Ilustración han contribuido notablemente al avance del ser humano. No es de extrañar cuántos científicos se formaron como personas en una logia
VALÈNCIA.-Tal vez te hayan contado esta historia de manera diferente. Es más, puede que no vayas a creer ni una palabra de lo que vas a leer, pero ocurrió así, palabra por palabra. Era 1969. Siete años antes John Fitzgerald Kennedy había pronunciado aquella famosa frase: «Elegimos ir a la Luna. No porque sea fácil, sino porque es difícil». El plazo para conseguirlo era antes de finalizar la década. Y después de mucho trabajo y accidentes trágicos, el 16 de julio de 1969 despegó de Florida una nave espacial con tres personas dentro: un ingeniero, un militar y un masón. Sus nombres eran Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin Aldrin, e hicieron historia.
Si bien es cierto que Aldrin fue a la Luna gracias a su condición de ingeniero y piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, también era miembro de la Logia Clear Lake No. 1417 de Texas, y llevó a la Luna una orden especial que le permitía representar al Gran Maestre de la Gran Logia de Texas y le concedía plenos poderes para establecer una logia masónica en la Luna. De hecho, se emitió un documento creando la Logia de la Tranquilidad nº 2000 —llamada así porque el alunizaje ocurrió en el Mar de la Tranquilidad—. Por el momento, las reuniones de la logia se celebran en la Tierra, hasta que puedan realizarse allí arriba.
Pero, además, Aldrin llevó dentro de su traje espacial un estandarte masónico que dejó allí. Cómo regresó a la Tierra aquel trozo de tela es un misterio, aunque presumiblemente lo recogieron algunos de los otros masones que después pisaron la Luna. En la actualidad, se puede visitar la bandera masónica que acompañó al Apolo XI en el Museo del Templo del Rito Escocés de Washington. Por cierto, también ofició una ceremonia presbiteriana y comulgó, lo que rompe el tópico de que masonería y religión son excluyentes.
Si esta historia resulta casi increíble, las siguientes no son menos sorprendentes, pero antes de contarlas es necesario entender quiénes son los masones.
A lo largo de la historia se ha hablado mucho de los masones y, particularmente en España por la tradición adquirida durante el franquismo, se les ha tildado de conspiradores y adoradores del diablo. Pero, ¿es cierto? Jesús López, arquitecto técnico por la Universitat Politècnica de València y miembro de la logia Blasco Ibáñez de València, explica que «el término masonería nace de la albañilería. De hecho, la relación de la albañilería y la masonería está en la construcción de catedrales: cuando se construía una catedral, en la pared anexa al primer muro se hacía una construcción que se llamaba logia. Ese era el lugar para las reuniones de los obreros».
En las logias masónicas originales se transmitía el conocimiento entre los que participaban en la construcción. Además, el paso de aprendiz a oficial tenía un juramento asociado para reflejar el avance en los diferentes grados del saber. López añade que «una construcción podía costar más de cien años. Pasaban muchas generaciones antes de terminarla, y los que al acabar tenían más conocimientos pasaban a dirigir la siguiente construcción».
en 1717 existían cuatro logias donde no quedaba ni un solo obrero, y se reunieron en una taberna llamada El ganso y la parrilla para fundar la gran logia de Londres
En mitad de ese proceso nació la masonería moderna. «Los historiadores diferencian la masonería que hay desde finales del siglo IX, llamada ‘operativa’, de la del siglo XVII, cuando surge la primera logia donde alguien que no es albañil es admitido. En esa época ya no se hacían grandes construcciones con tanta frecuencia, y además ocurrían en plena ciudad, así que no había sitio para construir una casa pegada a las obras y pasaron a reunirse en una taberna. Allí hablaban de cómo iba la construcción, de algunos conocimientos adquiridos, de quiénes se habían muerto y cómo hacerse cargo de sus hijos. Pero, entonces, la gente del pueblo se comenzó a enterar de las reuniones y algunos querían participar. En ese momento, un tendero escocés es admitido por primera vez, sin ser albañil, en una logia. Y durante todo el siglo XVII esto se convirtió en algo más habitual. De hecho, en 1717 existían cuatro logias donde no quedaba ni un solo obrero, y se reunieron en una taberna llamada El ganso y la parrilla para fundar la gran logia de Londres. A partir de ese momento surge lo que los historiadores llaman masonería ‘especulativa’», concluye López.
En las logias especulativas, y ya desde el siglo XVIII, el conocimiento que se transmitía no estaba relacionado con la construcción, sino que era una actividad especulativa y filosófica. Se debatían ideas; se aprendía de los demás; pero sobre todo se hablaba sobre la libertad, el conocimiento y el espíritu humano. Es decir, recogieron el testigo del amor por el conocimiento de la Ilustración, y lo han mantenido hasta el día de hoy.
López explica que «en el siglo XIX ocurrió una gran escisión de la masonería en la gran Logia de Francia. En una reunión ocurrida en 1855, se declaró que los miembros de la logia no tenían por qué creer en un ser superior, y admitieron por primera vez a agnósticos y ateos. Y eso, para la masonería inglesa, fue un insulto. Se produjo una fractura que dura hasta el día de hoy. Apareció la masonería que se autodenomina ‘regular’, y luego hay una masonería que se llama ‘adogmática o liberal’, que además reconoce la participación de mujeres como un miembro más». La logia de Blasco Ibáñez pertenece a este último grupo.
Una vez visto el origen de la masonería, ¿qué relación hay entre los constructores de catedrales y los viajes a la Luna? En primer lugar, la masonería, por así decirlo, ha sido una factoría de ideas ligadas a la Ilustración y al avance social, por lo que no es de extrañar que algunas iniciativas científicas y filantrópicas hayan sido llevadas a cabo por masones.
En ese contexto de avance del pensamiento libre, muchos científicos relevantes para la historia han sido masones. Allende —nombre simbólico utilizado para mantener su intimidad— es un masón que, además, ha ocupado destacados puestos científicos dentro y fuera de España, tanto en investigación como en diversas universidades. Para él, «el objetivo de la masonería es el mejoramiento de uno mismo a través de una educación que se transmite a través de una serie de grados. Pero, llega un momento en que tenemos que hacernos externos y participar en la sociedad, de forma individual, y llevar esos valores humanistas a nuestros ámbitos personales. La logia no intenta un cambio social como grupo, sino mejorar la sociedad a través de sus individuos. Tenemos los valores de la Ilustración como principio, y por eso luchamos por mantenerlos.
Pero ¿qué puede aportar la masonería a un científico? Allende cuenta su experiencia personal: «A mí me ha permitido ver el mundo de forma distinta a la que me dio la formación académica, que estaba centrada en los intereses profesionales, mientras que la masonería me ha dado los valores humanistas y de riqueza intelectual que significa la Ilustración. Cuando hablo de temas científicos siempre los completo con esa orientación humanista que he aprendido en la logia».
Pero Allende no fue ni el primero ni el último de los científicos en completar su visión del mundo gracias a la masonería. La Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural —mundialmente conocida por su nombre en inglés, la Royal Society— es una de las sociedades científicas más antiguas de Europa. En su caso, se sabe que al menos cinco de sus doce miembros fundadores fueron masones, entre ellos su primer presidente, el matemático William Brouncker.
Tampoco es de extrañar que, a pesar de que no hay pruebas de que Charles Darwin fuera masón, proviniera de una familia de destacados masones como su abuelo Erasmus Darwin, científico y filósofo, o Robert Darwin, padre del naturalista y médico —ambos miembros de la Royal Society—. Otros científicos, como Edward Jenner, impulsor de la inmunología y la vacunación contra la viruela; Benjamin Franklin, investigador de la electricidad y uno de los padres fundadores de América del Norte; Enrico Fermi, que desarrolló el primer reactor nuclear, o Alexander Fleming, descubridor de la penicilina, también estuvieron ligados a la masonería. ¿Qué ocurría mientras tanto en España?
GOL POR LA ESCUADRA.- El dictador Francisco Franco, hermano de masones, fue un encarnizado perseguidor de estas asociaciones. Sin duda, ignoraba que el astronauta Buzz Aldrin (segundo en pisar la Luna) era uno de ellos cuando le concedió, el 7 de octubre de 1969, la cruz de la Orden del Mérito Aeronáutico de tercera clase.
Julio Cervera nació en Segorbe en 1854. Comenzó sus estudios de Ciencias Físicas en la Universitat de València, aunque los abandonó para unirse al ejército, donde se formó como ingeniero. El doctor en Historia Vicent Sampedro ha publicado recientemente un libro sobre él. Según explica, «la primera retransmisión sin hilos de la voz humana posiblemente la realizó Cervera, entre Alicante e Ibiza, en 1902. Pero, en 1903 y sin que sepamos muy bien por qué, abandonó para siempre esas investigaciones». Lo que menos se conoce sobre este ingeniero es que una de sus grandes influencias fue la masonería, llegando a alcanzar el grado más alto dentro de la institución. Sampedro lo explica: «Ingresó en la masonería muy joven, cuando estaba en la academia de ingenieros. Más tarde fue destinado a África, donde ayudó a crear muchas logias. Además participó y lideró expediciones, entre ellas la del Sáhara, gracias a la cual España pudo reclamar la soberanía sobre el territorio».
Cervera visitó Estados Unidos cuando abandonó sus investigaciones sobre la radio. Allí se dedicó a consolidar la masonería americana, en especial la de las logias que seguían la obediencia del Gran Oriente Español. Pero el ingeniero fue más allá. Sampedro relata que gracias a su viaje conoció algunas iniciativas de educación por correspondencia, así que cuando volvió a España creó uno de los primeros sistemas del mundo para la educación a distancia, y gracias a él mucha gente pudo estudiar ingeniería. Sampedro cree que el motivo de su iniciativa está en que «era un hombre avanzado; aquellas ideas de progreso casaban perfectamente con su forma de ser. Basó su vida en dos ejes, el republicanismo y la masonería. Quería llevar a su país a mayores cuotas de educación y cultura».
Pero la relación entre la ciencia y la masonería en España aún tenía muchos frutos que dar. Narciso Monturiol, el inventor del primer submarino a combustión, fue masón; e Isaac Peral, otro de los padres del submarino, tuvo muchos contactos con la masonería, llegando a ser asesor de una logia. Sin embargo, si hay un grande de la ciencia española que fue masón reconocido, aunque por un breve periodo de tiempo, ese fue Santiago Ramón y Cajal —ganador del Premio Nobel de Medicina en 1906—.
Sampedro relata que «Cajal se inició en la logia Caballeros de la Noche, de Zaragoza. Cuentan que le atrajo de la masonería su carácter filantrópico y universal. Además, fue íntimo amigo y colaborador de Luis Simarro Lacabra, padre de la psicología experimental en España y neurólogo, que además ayudó a Cajal en sus investigaciones. Simarro fue un impulsor de la masonería en su época y fue nombrado gran Maestre del Oriente Español». Además, aunque del doctor Simarro es poco conocido hoy en día, fue el introductor en España de la teoría de la evolución por selección natural de Charles Darwin y Alfred Wallace.
A pesar del origen masónico de muchas iniciativas filantrópicas y científicas, como por ejemplo la Cruz Roja —su primer comité estaba formado mayormente por masones que querían mitigar el horror de la guerra—, la masonería ha sufrido una represión brutal en la mayoría de países donde se instauraron dictaduras fuertes. De hecho, en España se intentó erradicarla a golpe de fusil. Allende tiene claro que el motivo es que «lo primero que piden y quieren los masones es libertad de conciencia y pensamiento, y eso los regímenes autoritarios no suelen llevarlo bien».
Decía Ramón y Cajal que existe «un patriotismo infecundo y vano: el orientado hacia el pasado; otro fuerte y activo: el orientado hacia el porvenir». Muchos de los personajes que abrazaron la masonería lo hicieron por amor al progreso, como los hermanos Montgolfier, que inventaron el primer globo aerostático que permitió volar a la humanidad. O como Monturiol, que ayudó a surcar las profundidades de los océanos. Y ahora, en una época en la que la sociedad tiene la vista puesta más allá de la Tierra, y siguiendo los pasos de Aldrin, tal vez la masonería aún tenga algo que añadir en el inevitable viaje del ser humano hacia las estrellas.
* Este artículo se publió en el número 51 de la revista Plaza