Arriba, en las alturas, ajenos a las preocupaciones del común de los mortales, los burócratas comparecen cargados de estadísticas y leyes inútiles para informar de que la educación experimenta un notable progreso gracias a ellos. La realidad, ay, la realidad no tardará en desmentir a estos mercaderes de optimismo
Por ahí vienen. Mirad qué felices llegan esos hombres y esas mujeres, observad sus caras de alegría que no pueden ni quieren disimular. ¡Tal es la dicha que les invade! ¿Habéis visto algo semejante desde que España ganó el Mundial? Hoy es un día muy especial para todos ellos, de esos días que se remarcan con un rotulador rojo en el calendario. Se han levantado temprano, más pronto de lo acostumbrado, para disfrutar de la jornada, de todas sus horas y de todos sus minutos, desde el amanecer hasta la noche.
Por unas horas se han olvidado de sus problemas, para que ninguno de ellos les amargue este día soleado de septiembre. Mañana todo volverá a ser como siempre, la dolorosa batallar por sobrevivir, pero hoy es distinto; es como una de esas treguas, cada vez más escasas, que aprovechamos para reconciliarnos con la vida y recobrar fuerzas.
"El inicio del curso académico es el día más dichoso para los padres, que ven con alivio cómo sus hijos vuelven a corretear por el patio"
Por ahí vienen esos padres y esas madres con sus hijos de la mano. Con lentitud se aproximan a la puerta del colegio. Quieren estirar este momento al máximo; acortan el paso y buscan cualquier pretexto para detenerse con un conocido. Se saludan, se preguntan por las vacaciones y siguen su marcha. Miran a los balcones y esperan a recibir la ovación de los vecinos. Les aplauden. Los últimos metros hasta llegar a la escuela son una experiencia maravillosa para ellos.
Sin embargo, ¿veis aquellos rostros cariacontecidos? Son las caras de los profesores que aguardan a las tiernas criaturas. Al llegar los padres, los reciben con abrazos y sonrisas levemente forzadas. Ante esta escena, cualquier observador imparcial concluiría que los maestros preferirían no hacerlo, como el personaje de Bartleby; preferirían no volver a ver las caras de sus alumnos hasta la Navidad, como muy pronto. Pero esto ya no es posible: hoy comienza el curso académico, el día más dichoso para los padres, que ven con alivio cómo sus hijos vuelven a corretear por el patio del colegio.
Benditos sean todos esos angelitos que ya revolotean por los pasillos de cada centro, insultándose de manera divertida, y rindamos homenaje a esos padres pacientes que, como el santo Job, han superado terribles pruebas este verano. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, se preguntaban algunos de ellos en las tardes de agosto, a la hora de la siesta, cuando el niño no dejaba de berrear porque le habían quitado el móvil de última generación. A estos padres, como a todos los que no tenemos hijos, Dios nos envía estas pruebas para que aprendamos la virtud de la templanza.
Con sus pequeños en las aulas, los progenitores han quedado liberados. Los que carecen de trabajo llenan ya las terrazas de los bares y comentan las incidencias del inicio de curso. Entretanto, los farmacéuticos de la zona, por lo general gente despiadada y sin escrúpulos, se frotan las lleguen manos a la espera de que los primeros profesores. Será a finales de septiembre o, como muy tarde en octubre, cuando comiencen a subir las ventas de ansiolíticos y antidepresivos. También un conocido psicoanalista argentino de la avenida de Francia se ha hecho rico gracias a la desgracia ajena, en concreto la desgracia de algunos docentes que padecen crisis nerviosas. Está visto que lo que es bueno para unos (los padres) puede serlo malo para otros (los maestros). Así es la vida, que unos ven la virtud donde otros sólo aprecian la cara del vicio.
Arriba, en las alturas, más allá del bien y del mal, ajenos a las preocupaciones y los sufrimientos del común de los mortales, los burócratas, da igual que sean de aquí o de allá, comparecen cargados de estadísticas y leyes inútiles para informar de que la educación ha experimentado un notable progreso gracias a ellos. Con el rostro serio y no exento de cierta autocomplacencia, los burócratas, ayudándose de los papeles escritos por sus asesores, sostienen que se ha invertido más en educación; se ha reducido el absentismo en las aulas, se ha bajado el número de alumnos en clase; se ha mejorado el dominio de los idiomas extranjeros; se ha logrado incluso que los alumnos sean ahora más felices, delgados y guapos. Cada inicio de curso se oyen semejantes discursos, pero la realidad, ay, la realidad desmiente pronto a estos mercaderes de optimismo.
Pero ¿qué importa todo lo dicho, toda esta vana palabrería, cuando contemplamos el rostro feliz y sereno de un padre que ha recuperado la alegría? Dejémosle disfrutar de este momento con tranquilidad. Si alguien se merece ese premio es él.