LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

El mundo será de los blandos

Vamos hacia una sociedad de blandos y ultrasensibles, de gente que a la menor contrariedad se derrumba, como esos universitarios yanquis que piden no leer a Shakespeare por la violencia de sus tragedias. No estamos preparando a los niños para las dificultades del mundo

28/11/2016 - 

Cuando no doy con el tema para este artículo semanal, salgo de casa y me encamino al centro de Valencia. No falla, siempre da resultado. Paseando por sus calles surge la idea, el chispazo que prende una hoguera de palabras más o menos atinadas para contarles lo que pienso o siento.

Así me ocurrió hace dos sábados, cuando andaba seco de imaginación. Empecé a refrescarla tomando un café en el Mercado de Colón, una isla de elegancia y gente bien en el corazón de la capital. Vi a Mayrén Beneyto, esplendorosa como siempre, con su melena portátil, detenida en el tiempo, ejemplo de saber estar. Unas mesas más allá, creí reconocer al escultor y pintor Miquel Navarro, que gasta ahora una barba entre Jorge Oteiza y Ernest Hemingway (él prefiere parecerse al segundo por lo vividor que fue, según le oí confesar a un conocido).

"Algunos padres hacen un daño inmenso a la enseñanza pública, ya de por sí deteriorada, con su propuesta descabellada de huelga de deberes" 

El tema estaba a punto de salir, sólo hacía falta un último esfuerzo. Por eso me dirigí a la calle de la Paz, la más bella de la ciudad, por la que siento especial devoción. Bajando hacia Santa Catalina iba tan abstraído en mis pensamientos que no reparé en que Rafael Aznar pasó a mi lado. Me saludó y volví la cabeza. Se dio esa circunstancia embarazosa en que no sabes si pararte o seguir la marcha. Nos paramos. Me alegré de verlo después de tanto tiempo. Tuvimos un trato formal, correcto, cuando él era presidente del puerto. Rafael Aznar es un caballero con maneras del siglo pasado, cortés, elegante, un poco chapado a la antigua. Como todos, ha tenido sus contratiempos pero no empañan el juicio superficial que me merece su persona.

Me despido de él y, ya en la plaza de la Reina, entro en una cafetería. Pido el periódico. Lo abro por las páginas de información local. Enseguida una noticia despierta mi interés. Dice que la Confederación Española de Asociaciones de Padres de Alumnos de la escuela pública se muestra satisfecha por el supuesto éxito de la huelga de deberes en noviembre. La información incluye las declaraciones de su presidente. Sostiene este señor que los deberes ocasionan “estrés” y “angustia” a los alumnos. ¡Valiente majadería!

(Ya tenía el tema.)

Estos padres de alumnos hacen un daño inmenso a la enseñanza pública —ya de por sí suficientemente deteriorada— con sus propuestas extravagantes. Al plantear esa huelga de deberes, han cuestionado aún más la autoridad de los maestros de sus hijos. Siempre ha habido deberes y nadie se ha alarmado por ello. Ahora parece que sí. Los docentes disponen de pocas horas para impartir sus materias. Es normal que envíen tareas para casa. Así los alumnos practican lo que han aprendido en las aulas. El problema se presenta cuando esos niños y adolescentes, además de afrontar las tareas escolares, han de ir a ballet, solfeo, judo, inglés, chino y natación por las tardes. Entonces, sí, entonces llegan extenuados a sus casas, como es lógico, pero la culpa no es de los profesores sino de los padres que han apuntado a sus hijos a actividades a menudo prescindibles.

Estos padres (por suerte no son la mayoría pese al ruido que hacen) parecen desconocer que el aprendizaje exige eso tan antiguo que se llamaba trabajo, estudio, esfuerzo y tesón. A la escuela o al instituto no sólo se va a pasarlo bien sino también a aprender, es decir, a adquirir esas habilidades y conocimientos necesarios para manejarte en la vida. Sí, la vida, a veces la dura y amarga vida que los padres se esfuerzan en ocultar a sus hijos para que no se “traumaticen”.

La vida como un videojuego sin dolor

Lo decía el filósofo Gilles Lipovetsky en una reciente entrevista. No estamos preparando a los niños para las dificultades del mundo. Víctimas de un exceso de protección paterna, al final acaban creyendo que la vida es un videojuego en el que la muerte, la enfermedad o el dolor son sólo imágenes que podemos borrar a nuestra conveniencia, sin pagar un precio por ello. Les han comprado una felicidad de parque temático y se la creen.

Vamos hacia una sociedad de blandos y ultrasensibles, de gente que a la menor contrariedad se derrumba, como esos universitarios yanquis que piden no leer a Shakespeare por la violencia de sus tragedias. La respuesta de estos pusilánimes es abrazarse al terapeuta, quejarse del mundo, llorar un poco y atiborrarse de pastillas. Pobres diablos. Más Platón y menos Prozac, escribió alguien. Llevaba razón. Pero yo añadiría el nombre de otro filósofo griego, Heráclito. Para él, la vida es contienda, lucha hasta cinco minutos antes de despedirse de este mundo. Es todo lo contrario a lo que nos venden ahora: que no merece la pena sacrificarse por nada porque al final papá o mamá nos comprará lo que deseamos.

Quien no valore el esfuerzo y la necesidad de trabajar para alcanzar un objetivo, sabe que puede apuntarse a una de esas asociaciones de padres de alumnos. La cuota no será muy elevada. Con sus propuestas descabelladas, demuestran haberse declarado en huelga, al igual que sus hijos, pero en este caso en huelga de inteligencia y sentido común, que es algo más grave que no hacer los deberes del profesor de matemáticas.

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