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El rapto de Europa (II)

Publicado: 13/07/2025 ·06:00
Actualizado: 14/07/2025 · 00:48
  • El rapto de Europa de Veronese.
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Hace varias semanas, realicé en esta columna un paralelismo sentimental entre la potente obra de Tiziano El rapto de Europa, que se integra en la extraordinaria colección de pintura de nuestra no menos extraordinaria Isabella Stewart Gardner (hago aquí un pequeño inciso. Se trata probablemente de la obra más importante de la serie de las poesías que pintó Tiziano para Felipe II. Por error afirmé que esta serie se componía de tres obras, cuando realmente son 6 o 7, sí, aquí también hay debate. Debo está rectificación a la fundamentada aportación de uno de los empresarios/ejecutivos más dinámicos y cultos de Valencia que me lo apuntó con benevolencia y generosidad en un viaje en tren, regresando de Madrid), con lo valioso que tiene la Unión Europea en su condición de ser un codiciado objeto de rapto.

Esta digresión me dio pie para lo importante: reivindicar el formidable logro que ha supuesto la construcción europea en cuanto a proyecto civilizatorio de gran calidad por su humanismo irrenunciable. Y también apunté otra evidencia consistente en la necesidad de que la ciudadanía europea se más asertiva en la defensa de este proyecto que debemos y nos conviene preservar.  

Empecemos volviendo a otro rapto de Europa que tuve ocasión de contemplar, el mes pasado, al visitar la magnífica exposición del maestro veneciano Veronese en el Museo del Prado. En la actualidad es una de las joyas de la National Gallery. Su origen, en alrededor de 1580, está muy probablemente en un encargo de un noble veneciano a Veronese.

Posteriormente formó parte de diferentes colecciones privadas europeas, entre ellas la del Duque de Orleans. Tras la disgregación de esta última, pasó a manos del Marqués de Hertford, gran coleccionista británico, y más a tarde y por herencia a Richard Wallace, quién a su vez la transmitió en 1854 a la National Gallery. Sin duda es la obra más sobresaliente de la National Gallery en materia de pintura veneciana tardía.  

Esta obra se pintó 20 años después de la de Tiziano y refleja una evolución clara del estilo dominante. De la potencia, fuerza, intensidad sensual, dramatismo de la obra de Tiziano pasamos a quizás una mayor perfección técnica y más exuberante calidez todo ello en un ambiente de teatralidad que resulta, por no decirlo, algo artificioso incluso fake.  El manierismo se imponía y con ello se desprende una cierta sensación placentera e incluso de agradable molicie. Es sin duda una obra impresionante, lujosa, destacable en su composición y en su impecable factura.

En contraposición a la de Tiziano, la Europa de Veronese es una Europa relajada, sonriente, serena. Parece incluso que está disfrutando del rapto. Está fastuosamente vestida y tiene una actitud de coquetería e incluso frivolidad algo incompatible con la violencia inherente a los raptos. Nada que ver con la intensidad de la obra de Tiziano.

Aunque quizás simbolice con más precisión la posición de cierta autocomplacencia en la que Europa se ha colocado. La insistencia generalizada en la irrenunciabilidad de los derechos adquiridos, pero obviando que la contrapartida solo puede ser un compromiso serio y constante para avanzar y hacer una sociedad más próspera, una sociedad mejor. Y evitar la indisimulada y peligrosa decadencia que se deja entrever. El problema de esta tendencia es que nos puede llevar a una situación de gran vulnerabilidad y, a lo peor que le podría suceder a Europa que es la irrelevancia. Y cuando esto pasa se pierden las riendas de los destinos para pasar a estar subordinados a intereses de otros. 

Es por lo tanto la Europa de Veronese la que, sin lugar a dudas, en la actual situación de cambio de intereses globales, se volvería a lanzar nuevamente a una situación de dependencia. Y esta tentación solo puede darse con China. Voy a explicar por qué entiendo que esto sería un error muy grave y cómo podríamos evitarlo. 

  • El presidente de EEUU, Donald Trump, y el presidente de China, Xi Jinping. 

No es descartable que la reacción de Europa a los desajustes que están provocando la gestión de la Casa Blanca por el presidente Trump fuese un mayor acercamiento a China. Y este desacuerdo con la administración americana es múltiple. Y no solo en materia de política arancelaria si no también en defensa, en posicionamiento frente a la ayuda al desarrollo, al conflicto en Gaza y un largo etcétera.

En efecto, estamos asistiendo a una situación que ya se intuyó durante la primera presidencia de Trump y a que ahora se está padeciendo de forma palmaria: la relación entre los Estados Unidos y sus aliados, en concreto las democracias liberales, está cambiando dramáticamente. Y lo Estados Unidos en ese cambio han provocado una desconfianza profunda en sus aliados tradicionales. Éstos últimos tendrán que empezar a velar por sus intereses. Un exponente de esta aproximación a China ha sido nuestro incombustible presidente Pedro Sánchez.

En efecto, el pasado abril, tras el anuncio de la imposición de aranceles por el presidente Trump, el presidente Sánchez fue el primer líder occidental que se reunió con Xi Jinping para explorar posibles vías de colaboración e incrementar las relaciones con China. 

Esto podría implicar dar un golpe de timón en la actual relación de los países europeos con China. Y podría suponer que se eliminasen los actuales aranceles a los coches eléctricos chinos o incluso revitalizar el comatoso acuerdo sobre inversiones entre China y la Unión Europea cuya negociación se suspendió como reacción a la imposición de sanciones por parte de China a eurodiputados tras sus críticas por la vulneración de derechos humanos del régimen de Pekín. Un potencial acercamiento a China, del punto de vista estratégico, conllevaría aparcar la estrategia hacia Oriente, por otro lado mucho más equilibrada, de China más otras jurisdicciones orientales.

Es decir, pactar con China lo que convenga (como, por ejemplo, en relación con el suministro de  las tierras raras y otros minerales críticos) pero priorizar otros jugadores como Vietnam u otras democracias asiáticas como Corea del Sur o Japón. Lo que resulta peligroso es que no tomar las debidas cautelas con China puede tener un efecto nefasto en los intereses europeos. Lo apuntó, y no estaba equivocado, el secretario del Tesoro americano, Scott Bessent, cuando supo de la visita del presidente Sánchez a China, al afirmar que China inundaría de productos a la Unión Europea debido a la sobrecapacidad en la que se va a encontrar tras reducirse sus flujos comerciales con los Estados Unidos como consecuencia de los aranceles elevados que puede acabar imponiendo el presidente Trump. 

  • El secretario del Tesoro de EEUU, Scott Bessent. 

En este sentido, las afirmaciones de algunos líderes europeos (entres los que parece estar nuestro presidente) sobre un posible incremento de las exportaciones e inversiones hacia China al tratarse de un gran mercado demuestran gran desconocimiento del marco normativo chino actual.  Ni los productos europeos (salvo quizás los de lujo) resultan competitivos en China ni se prevé a corto plazo que China vaya a relajar sus políticas de control de inversiones y ser más amable con la inversión europea directa. Al contrario, mi conclusión, que se deriva de la evolución de la práctica de los negocios en China, es precisamente la contraria. China cada vez se lo pone más complicado al inversor europeo hasta el punto, y estos son datos de la Cámara de Comercio Europea en China, que muchos se están planteando seriamente buscar otros mercados y abandonar el país. 

Por lo tanto, como dijo Lenín en 1092, ¿qué hacer? La respuesta es fácil, aunque difícil de aplicar. Europa tiene que ser más que nunca leal a sus valores. A los valores que la han hecho grande. Y no transaccionar con ellos. Creo que fue Benjamin Franklin quien afirmo que aquel que renuncia a sus principios para preservar sus privilegios termina perdiendo ambos.

Y los principios tiene que ser los que guían las políticas. Si existe una contradicción entre unos y otras al final pierden todo su sentido y se producen situaciones perversas en las que los radicalismos (generalmente populistas, tanto de izquierdas como de derechas) pueden llevar a las situaciones catastróficas que se han vivido en el pasado. Por lo tanto, Europa tiene que estar más cerca de las democracias que comparten esos valores. Y tiene que tratar de multiplicar sus relaciones estratégicas con las mismas.

Estoy hablando básicamente en América de Canadá y en Asia de Japón, Corea del Sur y Singapur. Respecto a los países del Gran Sur, que muchas veces son democracias, aunque a veces con algún tic populista, quizás Europa también tendría que hacer un esfuerzo y dejar atrás actitudes paternalistas que no ayudan ni contribuyen a que la confianza aumente. Estos son los retos para Europa: seguir promocionando sus valores y unirse a aquellos que los compartan en gran medida. Esperemos que el cambio en los Estados Unidos sea coyuntural y pronto vuelva a tener más sintonía con Europa. 

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