De lejos, la actualidad está ronca. Solo susurra. Uno se asoma casi por costumbre a las noticias que marcan las conversaciones que deben de estar armándose en los bares de España y se da cuenta de que para indignarte, necesitas un interlocutor. Para entusiasmarte, no. Pero para despotricar, cabecear con resignación o sacar los trapos sucios del contrario para demostrar que la mugre tiene más costra, hace falta un jugador al otro lado de la red. De donde se deduce que un cuñado, en una cena familiar, tiene algo de entidad; a solas es un vacío cuántico. No tiene ningún sentido comentar las últimas novedades del caso Cerdán si nadie sabe quién es. Probablemente, un ego como el de Ayuso se desplomaría bajo cero si se enterara de que, de lejos, a nadie le importa lo de su chalé, porque a nadie le importa la mismísima Ayuso. Lo de Montoro tiene algo más de peso, siquiera para comparar países. Y bueno, me podrían decir por aquí, no nos van a explicar los españoles lo que es la corrupción. Es lo mejor que tiene la herencia del imperio de Felipe II. Compartimos idioma, cultura, pasado y gobiernos que tiene algo que esconder. Concretamente, lo que ya escondieron en el momento en que gobernaban.
De lejos, llegan ecos, sordos, ya digo, de los graves altercados de Torre Pacheco. Nada de la ola de calor y los incendios. Nada de política, repito, quizá porque aquí, tan lejos, la economía obliga a mantener la vista pegada al suelo, no vaya a ser que de un momento a otro, se abra un abismo bajo los pies. Y porque el verdadero laboratorio de la incomprensión y el despropósito de la ultraderecha tiene sede en la capital de la lejanía, justo a 1.200 kilómetros de donde me encuentro ahora. Ni que decir tiene que a nadie le suena Benidorm, salvo que tenga algún conocido a la sombra de sus rascacielos, ni Murcia, ni Alicante, ni la Comunidad Valenciana. Nadie se alteró porque apareciera una pintada de Mazón dimissió en el recorrido de una etapa de montaña del Tour de Francia. Probablemente, sí llegó la información de la dana del 29 de octubre, pero nadie se acordará, tanto meses después, ni sabrá qué hizo el president cuando salió del Ventorro. Si es que salió alguna vez.
Más de una vez he comentado que lo único que he querido de verdad en la vida es ser extranjero. Ahora que soy yo, aquí lejos, el que destaca por su acento, vuelvo a constatar la razón. Somos muy pequeños y la manera de darse cuenta es trasladarse a donde la gente tiene otras preocupaciones, otras costumbres, otras ilusiones y los mismos dolores de rodilla. Sin duda es importante lo que sucede en la Casa Blanca, pero no lo que le pasa a cualquier ciudadano estadounidense de a pie. Claro que nos afectan las decisiones de Pekín, pero no las de cualquier ciudadano chino de a pie. Y claro que Netanyahu sería el mismo genocida aquí, en el barrio que se vislumbra desde la ventana frente a la que estoy sentado, pero se volvería tan minúsculo que, a lo mejor entendería lo que está haciendo en Gaza. Que por cierto, sí es motivo de conversación aquí desde donde les escribo. Tan lejos.
@Faroimpostor