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EL ALGORITMO ES EL MENSAJE / OPINIÓN

No será mejor de lo que era

31/01/2022 - 

La publicación de las Facebook Files (recogidas en castellano por El Confidencial, aunque recomiendo su versión en podcast) ha levantado la ceja del escepticismo en algunas marcas con respecto al uso de las redes. Por ejemplo, la cadena de cosmética “natural” Lush apagó todas sus cuentas (10,6 millones de seguidores) en las plataformas del grupo Meta y en otras al revelarse que, sabedores de que Instagram estaba provocando suicidios entre adolescentes, el gigante tecnológico decidió no hacer nada –según la investigación–.

Para Lush, una empresa enfocada al autocuidado y que promulga unos valores de paz mental y orgánica, desde luego la idea de compaginar estos mensajes comerciales con semejante evidencia –lejos de ser la única: captación de guerrilleros, trata de personas, efectos en la radicalización política…, siempre según la investigación– digamos que no le hacía sentirse cómoda. Por ello, Lush apagó sus redes aun sabiendo que perdería unos 12 millones de euros en el plazo inmediato. Mucho más a futuro. Pero se liberó del yugo del que solo unos pocos privilegiados pueden zafarse: no estar en las redes­. No es la única, aunque otras ya lo hacen como distingo del vulgo y postura de clase.

Una mirada amarga sobre las redes se extiende entre personas físicas y jurídicas, aunque eso no influya en una caída de usos ni usuarios. Pese al miedo combinado de a) un mercado laboral volátil + b) el pánico a ‘quedarse fuera’ –FOMO–, esa amargura arraiga. El escepticismo de lo que allí y en otras plataformas –no solo redes– sucede escampa como ya lo hizo sobre los medios tradicionales, partiendo del fenómeno promesa incumplida. Estas apps gratuitas no son neutrales, no son transparentes y no pinta nada bien en todo lo que esto ya nos influye.

15 años de experiencia nos deberían llevar a concluir que, cuando la comercialización de los datos personales entra por la puerta, los escrúpulos saltan por la ventana. Porque la historia de internet, en general, se parece a la historia de cualquier otra cosa. Y, también en general, todo tiende a descomponerse: los asteroides, los cuerpos, las relaciones, esa cebolla en la nevera. En este caso nos pudo confundir que el intercambio de información entre pares, el origen como servicio público (militar) de internet, era utópico. Costaba, entonces (antes del cambio de siglo), aceptar que también era demasiado poderoso como para que la humanidad capitalista no metiera sus zarpas hasta descomponerlo.

Sin embargo, esta columna hoy quiere ver el vaso medio lleno y pronosticar el medio vacío. Si todo tiende a descomponerse, parece evidente que el momento en que vivimos es bastante menos putrefacto que el que vendrá. Las tecnológicas, erigidas como el monstruo de las siete cabezas de nuestro tiempo, capaces de hacer pasar por algo más salubre el sistema de medios tradicionales, tiene costosísimos aparatajes humanos controlando el cenagal en que se convierte dar voz a la humanidad sin filtro: odio en todas sus formas, estafas, delitos civiles… Pongamos por caso la pelotera entre Neil Young, Spotify y el podcaster más caro del mundo, Joe Rogan. Para cuando el patter del rock le dijo a sus agentes que retiraran toda su música de esta plataforma si tenía que convivir con las proclamas antivacunas que transpiraban algunos episodios de Rogan, YouTube o Twitter ya habían retirado esos contenidos. No solo eso, Spotify ha retirado más de 20.000 episodios de podcast en todo el mundo que atentan contra la ciencia en materia de vacunas. Y aunque con Rogan tienen las de perder, porque en mayo de 2020 pagaron 100 millones de dólares por tenerle en exclusiva –por eso Young no pide que se retire su música de Deezer u otra plataforma, porque solo convive con Rogan en Spoti–, abogan por la libertad de expresión de un tipo al que escuchan 11 millones de personas de media por episodio (al mes y al año, su audiencia es mucho mayor que la de algunos medios estadounidenses con miles de trabajadores…).

Spotify, Twitter, YouTube (Google) y Meta, mientras se enfrentan a ‘fallos del sistema’ como los desvelados por las Facebook Files mantienen en nómina a extensos comités éticos, donde sociólogos, psicólogos y hasta filósofos tratan de humanizar un futuro dominado por la data y los algoritmos. El futuro en sus manos no será mejor de lo que era, pero, disfruten mientras puedan del presente porque parece inevitable que será más salubre –desde los Derechos Humanos y desde las libertades todas– que el futuro. Piensen en su libertad cuando eran usuarios de Fotolog o MySpace, a qué nivel se sentían presionados por estas formas de existencia virtual y hasta qué punto su vida física era, todavía, más propiedad suya que de terceros.

Esta larga bajada a los infiernos todavía nos depara momentos no escritos. Les contaré uno del que informó Axios hace tan solo unos días: Truth, la red social trumpista creada –precisamente– para eludir los cortafuegos de los comités éticos de las tecnológicas, para evitar la censura ante proclamas deliberadamente nocivas para el bien común, ha empezado a enviar correos a gente famosa para que reserve su nickname, su nombre de usuario. Se hará pública; dejará de ser un foro privado donde todo cabe, ajeno al escrutinio de las normas comunes. 

Por lo que sabemos, por lo ya vivido, esta nueva generación de redes –con Truth como primera piedra– campará a sus anchas sin la menor cautela por conflictos de intereses del tipo ‘invitado negacionista en podcast de Joe Rogan’. Será, mucho más allá de lo imaginable, una reedición del Lejano Oeste (esto va camino de ser cíclico en internet). Y no será la única, pero sí una que podría dejar a Twitter como un prólogo de todo el odio que nos quede por vivir. Así que prepárense, porque el futuro algorítmico, en lo que a libertades y humanidad virtual se refiere. Dándole la vuelta al sentido de las cosas y los planetas, no será mejor de lo que era. No será mejor, seguro que es peor.

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