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EL INTERIOR DE LAS COSAS / OPINIÓN

En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo

11/12/2023 - 

La Plataforma de Mujeres Artistas por la Paz y contra la Violencia de Género viajaba a Palestina, en los primeros años de la década del 2000, en plena celebración de la Navidad. Nuestro 'cuartel general’ quedaba instalado en el hotel Bethlehem, y en Belén pasábamos la fiesta de Nochebuena y Navidad, el resto de los días nos desplazábamos por distintas ciudades y campos de refugiados de Cisjordania y Gaza. 

La pequeña ciudad de Belén es impactante. Rodeada completamente por el muro del apartheid israelí, es un núcleo urbano bellísimo, como la mayoría de localidades palestinas. Y es la ciudad donde nació Jesús, según la tradición cristiana. Belén es, como el resto de Cisjordania, un territorio ocupado por Israel desde hace más de cincuenta años. Es, además, una ciudad santa para las tres religiones monoteístas. En la Plaza del Pesebre se alza la impresionante Basílica de la Natividad, del siglo IV, en el mismo lugar del nacimiento de Jesús. Es el eje para miles de peregrinos cristianos y musulmanes. Hay una cripta, bajo la iglesia, cubierta de mármol, donde se ubica el nacimiento de Jesus, el portal de Belén. 

Esta Basílica está administrada por las tres iglesias, cristiana, ortodoxa, católica y armenia, aunque su custodia depende de la orden franciscana. En Nochebuena se celebra un encuentro multitudinario de las diversas prácticas religiosas. Allí se celebra la Nochebuena cristiana, la ortodoxa el 7 de enero y la armenia el 18 de enero, una geografía humana en la que confluye toda la población y visitantes. 

Es emocionante seguir la celebración de la Nochebuena, mediante un desfile de todas las religiones que cohabitan en esta ciudad. El Patriarca latino abre una especie de desfile que se prolonga hasta la Misa del Gallo y al que se suman los habitantes musulmanes de Belén. 

Foto: Katia Chausheva

Los franciscanos, la mayoría españoles, están muy unidos a la población de Cisjordania. En tiempos de acoso israelí, de violencia extrema, que son constantes, han abierto las puertas de la basílica al refugio de la población palestina. 

Esta Navidad se han suspendido todas las celebraciones, todos los desfiles y actos de hermanamiento entre religiones como señal de condena y solidaridad con Gaza. Tan solo se ha creado un Belén del Nacimiento sobre escombros, sobre lo que significan las casas demolidas por el ejército de Netanyahu, en recuerdo a las decenas de miles de víctimas civiles, sobre todo niñas y niños. 

La vida en Cisjordania es impredecible. La población palestina vive desesperadamente el día a día. Israel, hoy, está castigando ferozmente a la población de Gaza, pero también está torturando y asesinando en Cisjordania, en territorios ocupados desde hace décadas. Y todo con la complicidad de la denominada comunidad internacional. 

Ayer se entregó, a sus hijos, el Premio Nobel de la Paz, en el Día Internacional de los Derechos Humanos, a la activista iraní Narges Mohammadi, encarcelada por incumplir el código de la vestimenta y por la defensa de los derechos de las mujeres. Mohammadi ha iniciado, una vez más, una huelga de hambre para poner en relieve la urgente necesidad de acabar con el régimen iraní. Y no pasa nada. Porque seguimos habitando un mundo occidental donde reconocemos y premiamos gestos increíbles, pero no hacemos nada para cambiar el rumbo de este planeta. 

Es imposible olvidar, ante su reciente fallecimiento, el cinismo internacional que otorgó en 1973 el Premio Nobel de la Paz para ‘el ciudadano estadounidense’ Henry Kissinger, un personaje clave, impulsor de demasiados golpes de estado en países latinoamericanos, incluso, relacionado con el atentado que hizo volar al presidente del gobierno franquista Carrero Blanco. Una historia que sucedió el mismo año, unos días después de que el mandatario de los UEA recogiera el Nobel.

La historia está poniendo en relieve los gravísimos errores de este mundo. Un Premio Nobel para Narges Mohammadi en un contexto internacional donde no se mueve ficha en defensa de los Derechos Humanos. Es escalofriante sentir que este planeta está girando fuera de órbita y alimentando la ignominia que sufren millones de personas vulnerables, indefensas. No quiero imaginar que el genocida Netanyahu llegara a recibir el Premio Nobel de la Paz. Pero, en este jodido mundo todo es posible. 

Ayer fue un domingo de emociones. No he podido estar en Morella para la prueba emocional y gastronómica de Les pilotes de Nadal el día de la Inmaculada. Pero mi vecina revivió un caldo espectacular, y nos llegaron cuatro pelotas morellanas. Es un manjar para los sentidos, para dibujar las sensaciones de los recuerdos. Es un impacto que se instala directamente en el corazón. El sabor y olores de los hilos del azafrán, el bendito caldo de un cocido madrileño que apuramos la pasada semana, y ‘les pilotes’, con ese sabor imprescindible del queso rancio y el jamón añejo. Un manjar que revolvieron los cimientos de una memoria de tiempos felices. Mi vecina, tras hablar y hablar de este mundo roto, tuvo la mejor respuesta. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, y me abrazó. 

Ayer comimos tristes y revueltas, jodidas por esa Navidad que invade con un tremendo ruido y vacío cada día de este mes de diciembre, contentas por sentir cerca a quienes queremos, a hijos y nietos, a las madres de nuestros nietos, a esa familia que va creciendo, que aumenta los abrazos tan necesarios. 

Buena semana, buena suerte. 

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