¿Y TÚ QUÉ MIRAS?  

¿Nostalgia, revisión o falta de imaginación?

25/08/2023 - 

VALÈNCIA. Ay, la nostalgia. Qué tontos nos vuelve. Las series que solo eran simpáticas nos parecen buenas, las pelis que eran malas se convierten en entrañables. Que no pasa nada si lo mantenemos en el ámbito cotidiano, mientras las recordamos con cariño tomándonos unas cañas con los primos o las amigas, pero es otro cantar cuando se convierten en la medida con la que miramos y juzgamos la producción cultural. Y no digamos ya si la persona nostálgica asume tareas de programación y gestión o ejerce la crítica. 

Por aquello de delimitar, aclaremos ya que aquí vamos a mantenernos en nuestro negociado de televisión y cine y no ir más allá, a todos esos nostálgicos de tiempos pasados y terribles, tiempos que, de ninguna manera, podemos dejar que vuelvan. Tampoco acudiremos a esos artistas y creadores que claman, claramente desde su privilegio y desde las tertulias más vistas y los periódicos de más tirada, que entonces sí que había libertad, no como ahora que no se pueden hacer chistes machistas o de maricones o gitanos, y te cancelan, maldita sea.

A lo que íbamos. El cine o las series siempre han mirado al pasado en busca de temas, personajes o momentos, por supuesto, pero, en los últimos años, la mirada es claramente nostálgica. Una nostalgia por los años setenta, ochenta y noventa, por aquello que hizo felices a quienes hoy son adultos: sus juegos, sus personajes de cómic, su música, su cine o sus famosos copan una parte sustancial de la producción audiovisual. Es un gran negocio. Stranger things, Top Gun: Maverick, Jumanji, MacGiver, Hawaii 5.0, S.W.A.T., Dune, Bel-Air (sobre El príncipe de Bel-Air), Indiana Jones y el dial del destino, Pam & Tommy, biopics de Elton John, Elvis, Freddie Mercury o Tina Turner y muchos títulos más. Tampoco por estos lares nos quedamos atrás: Veneno, Bosé, Cristo y Rey, Locomía, La Ruta, Lola, Nacho, Camilo Superstar (próximamente)…

Es obvio que, entre todos esos títulos y los que no he citado, pero seguro tendrán ustedes en su cabeza, hay de todo: series mejores y peores, películas buenas, regulares y malas, aburridas y entretenidas. Por supuesto que la serie La ruta, excelente, ofrece una mirada particularmente interesante y compleja sobre lo que supuso la ruta del bakalao. O que Veneno lleva a cabo, de forma más que brillante e imaginativa, una reflexión sobre la fama y el papel de los medios de comunicación, también presente en Locomía, además de una reivindicación de la identidad trans.

Pero aún con todo eso, y aunque gran parte de ellas se escudan en cierto aire de revisión del pasado, por lo que respecta a los biopics, gran parte de ellos obedecen a un impulso nostálgico de recrear algunos aspectos y personajes particularmente polémicos o morbosos del pasado reciente, con coartada para el exceso y el brilli brilli. O sin él, como en la larga lista de true crimes: por bien documentados y realizados que estén, que los hay de todo tipo, no cabe duda de que ofrecen, en su base y en su éxito, una mirada a un pasado morboso, unida al gusto por la truculencia del periodismo amarillo y de sucesos. 

Nostalgia, revisión a ratos y, además, falta de imaginación. Parece que, gran parte de la industria, opta por la comodidad de ir a lo conocido y apelar a la memoria colectiva más popular, la de los personajes y hechos que protagonizaron programas y revistas del corazón y de sucesos. Entiendo que hay que mantener el interés en el relato y que se elijan historias con garra, pero es mucho más fácil unir sexo, poder y escándalos con nombres por todos conocidos que pergeñar historias originales. Y puesto que vende, nadie le pone peros a la falta de imaginación.

Último y sorprendente ejemplo: ¡ha vuelto el Grand Prix! ¡En 2023! No solo eso, es que, en su estreno sentó ante la pantalla de la televisión lineal a dos millones y medio de espectadores y, unas semanas después, pasada la emoción de la vuelta, sigue teniendo una audiencia de más de un millón de personas. ¿No están atónitos ante este fenómeno? Vale que aquí no hay morbo ni escándalo, sobre esa eterna España de los pueblos enfrentados, las vaquillas (aunque sean de pega) y las fiestas populares que, por mucha inteligencia artificial que llegue, parecen no morir nunca. 


Y aunque es verdad que la nostalgia nos vuelve tontos, como hemos dicho al principio, puede que no tanto como suponen algunos directivos de las cadenas: no son pocos los remakes que no han logrado convencer a nadie, ni a los más nostálgicos, porque el reciclado no ofrecía un producto digno y la operación comercial olía a kilómetros, y ahí van las nuevas versiones de V, Sensación de vivir, Dallas o Los ángeles de Charlie, de las que nadie, con toda justicia, se acuerda. 

En todo caso, más allá de series y películas, y aunque he dicho que no diría nada de ello no lo voy a cumplir: sería una buena idea y síntoma de salud dejar la nostalgia, siempre paralizante, para las cervezas con los amigos o para las reuniones familiares y alejarla del debate público, donde se debería estar hablando del presente, que es la única forma de hablar y construir el futuro.