VALÈNCIA. Sirat es una película que avanza pedregosa, lentamente, hasta que de repente todo se acelera. Es una película de la que se sale con sabor a tierra en la boca, necesidad de enjuagarse la boca. Hay una tentación, puntual, que pide escapar de ella. Sirat es una película sobre la huida. Pero una huida que hay que interpretar, llevársela al terreno propio para terminar preguntándonos de qué huimos. De quién.
La rave infinita y arenosa que cruza la película, al ritmo con el que se cruza Marruecos, envía las señales sobre una fiesta que, en lugar de estar emplazada en una ubicación, va escapando de todas. Un trance nómada.
En un entorno muy distintos, con códigos muy diferentes, se trata de la misma huida que Eduardo Maura, el autor de Euforia y miedo en la modernidad democrática española, explica en su libro en relación con una generación que, en pleno viaje eufórico español, sale de fiesta en el entorno periurbano de València, escapando quién sabe de dónde: “España se busca a sí misma con Lobatón al mismo tiempo que los niños perdidos se esfuerzan por construir lenguajes comunes más allá del desgarro de hallar motivos para vivir y de la monotonía de la semana”.

- Interior de Spook -
- Foto: ESTRELLA JOVER
Como un lugar común en el tratamiento sobre la Ruta, el documental de Canal+ Hasta que el cuerpo aguante se convierte en un tratado antropológico, perfecto para las lecturas a posteriori. En él, Maura ve la “paradoja” de unas personas entrevistadas que salen hablando “siempre en tiempo presente, tanto para referirse al pasado (muy pocas veces) como al futuro (siempre muy cercano). Este intercambio de presentes (del yo del trabajo al nosotros de la fiesta y vuelta a empezar) es muy significativo en plena eclosión nacional-progresista. Yo tenía doce años, no había visto una discoteca en mi vida y no me di cuenta entonces, pero ahora veo a esas personas y entiendo que estaban gritando: ¡pero no veis que la gente joven no cabe en vuestra España del futuro!”.
Es la contradicción de una generación española que, en pleno éxtasis país (el camino hasta la España’92), parece sentirse desplazada, no formar parte de esa promesa. Justamente ocurre en el territorio, València, al que se le infringe el mayor castigo: fuera de la gran fiesta nacional.
De regreso a Sirat, uno de los leves contactos entre los personajes huidizos y la realidad, está representado por las autoridades marroquís, colisionado contra los raveros para procurar que la fiesta acabe. Una función paternalista que corresponde a la ‘Strict Father morality’ acuñada por Lakoff. Un impacto que, con múltiples evidencias, tuvo lugar en la Ruta que una fuerza visual casi idéntica.

- Imagen de La Ruta -
“Muchos se matan en los alrededores o de regreso a su ciudad de origen. Las autoridades están alarmadas ante la movida valenciana mientras los jóvenes que la siguen quieren más y más”, advertía Arturo Pérez Reverte en La1.
Como también dirá Maura, la lectura moralista de la retahíla de reportajes sobre aquella Ruta en directo fue “negacionista de los excesos de la generación que gestionó Barcelona y Sevilla (la de la España’92) y crítica con los jóvenes. Los veranos de 1993 y 1994 estuvieron marcados por un giro securitario que procede de esta concatenación de riesgos: como miembros de una familia corríamos por igual el peligro de perder algo o a alguien (como en Alcàsser)”.
En el libro Fiesta, Asier Ávila habla de la construcción de “una tragedia sensacionalista donde los establecimientos de ocio nocturno dejaron de ser lugares de liberación y optimismo para representar el lado más oscuro de la juventud española”. Hay unos jóvenes huyendo… pero nadie se pregunta por qué huyen, de quién.

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- Foto: JULIÁN LLANOSA
La estrategia es otra: el Estado debe ser visto, percibido; el Estado debe ejercer su fuerza, percibirse como el ‘poder’. Tras la euforia del 92, ha llegado el miedo. El tiempo del orden. La Ruta, su fin, debe servir de lección de la misma manera que se procura apilar a los integrantes de la rave de Sirat para llevarlos hasta una vida como dios manda. En plena escalada de la Ley Corcuera, el secretario de estado de Seguridad, Rafael Vera, pide “prevenir y reprimir” ante la situación en un lugar donde “no solo se trafica con drogas, sino que se ejerce la prostitución, se desvalijan vehículos y se destrozan bienes y propiedades colindantes”.
Movimientos reactivos que guardan un gran parecido con cómo operó el gobierno británico -en manos del conservador John Major tras la caída de Thatcher- ante las fiestas masivas que se reproducían cada fin de semana en las islas. Especialmente después de que el 22 de mayo del 92 hasta 20.000 personas se reunieran espontáneamente en una llanura de Castlemorton. Unas imágenes que la BBC reproducía sin cesar y que agrandaron el efecto bola de nieve: cada vez se acercaba más gente, una inmensa manada de ravers. El gobierno Major, aprobó como consecuencia la ley Criminal Justice and Public Order Act para ilegalizar las reuniones al aire libre en las que se congreguen más de veinte personas y donde se reproduzca música electrónica “total o principalmente caracterizada por la emisión de ritmos repetitivos”.
Si en 1986 El País publicaba apenas 2.000 noticias de sucesos, al atravesar 1990 se duplican hasta alcanzar las 4.455. Corcuera y la espectacularización policial en la carretera de El Saler son deudores de esa nueva envoltura mediática, donde València y su Ruta fueron chivo expiatorio.
Como en Sirat, la pregunta final no estaba en conocer quiénes huían, si no en por qué lo hacían.

- Oliver Laxe durante el rodaje de Sirat -
- Foto: QUIM VIVES