VALÈNCIA. Hace unas días los nuevos datos depurados de la Agencia Tributaria daban pie a que varios periódicos mapearan nuestra ciudades a partir de una nueva mirada: la distribución por distritos del origen de la renta. ¿En qué porcentaje las rentas proceden del trabajo? Un mapa del rentismo con todas las de la ley. El resultado, en casos como los de València, era sorprendente justo por la poca sorpresa. Esto es, por lo ajustado al convencionalismo. En la València más rica ni tan siquiera el 50% de las rentas depende del trabajo, mientras que en la más pobre solo puede depender de ello.
“En el código postal más pobre de Valencia, que encuadra el área de Sant Pau y Benimàmet, el 83% de la renta de los vecinos procede del trabajo. En cambio, en el área más rica de la misma ciudad, Pla del Remei, la aportación del trabajo es de menos de la mitad (43%)”, arrancaba su reportaje El País.
Quienes lo explican todo a partir de la meritocracia o el esfuerzo deben incorporar esta geografía de las rentas para considerar, al menos, que hay códigos postales donde trabajando mucho su renta sigue dependiendo solo de seguir trabajando mucho.

- -
- Foto: GRAN FIRA DE VALÈNCIA
Como un ombligo mirando a su propio capital, en València como en ninguna otra las rentas definen una delimitación en torno al cogollo central de la ciudad. Pla del Remei es, de hecho, el barrio de España en el que la renta menos depende del trabajo. Si en Madrid el rentismo geográfico tiende hacia el oeste, al igual que en Barcelona, o Sevilla, en un patrón que recuerda al peso del 16th parisino, también al oeste, en València en cambio el rentismo tiene su campo base en el centro del centro, quizá un motivo extra por el que la ciudad paradigmática mira al resto desde un enfoque muy sesgado.
Pero esto, lejos de ser economía (o únicamente economía), es un espejo del riesgo que corre la propia cultura de la ciudad. El rentismo cultural, la
posibilidad de vivir de rentas de lo que fuimos, es una amenaza que solo se puede combatir de una manera: permitiendo el riesgo. Las Fallas, como prueba de algodón inmensa, llevan años avisando -sin que demasiada gente recoja el guante- sobre las tensiones entre imitar lo que fue o exponerse a lo que será. La búsqueda por replicarse hasta el infinito termina creando pastiches que no se parecen a lo de ayer ni permiten una mañana.
Ante la despersonalización de muchas de nuestras ciudades, vaciadas de los elementos fundamentales que ordenaron su base cultural durante décadas y décadas, la reacción habitual está siendo acudir a los símbolos y tradiciones como un asidero. Supone una conclusión reveladora: la decisión de ‘ser’ a partir solo de lo que fuimos.
Esa falta de innovación cultural normalmente se ventila con un argumento que lo explica todo: la nostalgia. Como si las generaciones pasadas no hubieran sido nostálgicas. Basta con atender a las encuestas que hace Yougov sobre cuál fue la mejor década para la música, el cine o la televisión. Cuando le preguntan a los boomers tienden a hablar de los 70. Cuando lo hacen a la Gen X se decantan por los 80. Los millenials, por los 90. Los boomers, por los actuales años 20. O lo que es lo mismo: a grandes rasgos cada generación cree que la mejor década es aquella en la que comenzó su juventud y conformaron sus gustos.

- -
- Foto: GRAN FIRA DE VALÈNCIA
No hay que confundir nostalgia con rentismo. Al igual que ese ombligo de València donde el capital y no el trabajo define la riqueza -con el problema de que más allá de la desigualdad, es esa ciudad la que guioniza al resto-, ocurre con la
cultura que la tendencia principal es reeditar aquello que ya ha generado negocio. Por tanto, repetir, repetir y repetir.
Un estado mental rentista apalancado como nunca a esta época. El economista Jan Eeckhout, autor de La paradoja del beneficio, insiste en ello a menudo: el porcentaje de empresas nuevas en la actualidad es del 8%, frente al 14% en los años noventa. La concentración imperial de riqueza en apenas 300 empresas está llevando al inmovilismo. Las más grandes se ensanchan con un poder tan dominante que a las pequeñas no les alcanza para llegar. O lo que es lo mismo, el poder ilimitado del mercado hace sucumbir la competencia.
El fenómeno cultural más relevante de los últimos tiempos, el regreso a los escenarios de Oasis, es un excelente termómetro para entender por qué eso mismo sucede en la vida cultural. El paso de Oasis por Birmingham agitó la ciudad como pocas veces e hizo sentir que regresaba el esplendor musical de los viejos tiempos. El músculo empresarial en torno a la nueva gira imponía ese espejismo. Un espejismo, sí, porque al mirar de cerca la realidad de una de las principales ciudades inglesas la foto era bien diferente: en 2023 habían cerrado 125 salas de conciertos; en 2024 el 44% de las existentes había declarado pérdidas operativas. Es más, de los 34 locales en los que Oasis tocó en su primera gira, ya solo existen 11, informaba The Guardian a propósito de esta especie de cul-de-sac cultural. Se repite y repite porque reeditar lo que funcionó reduce los riesgos. No es nostalgia, son finanzas.
Si nuestra cultura está enfocada en vivir de rentas, en traer lo que triunfó, ¿cómo permitiremos que se abra paso quien quiere triunfar?

- -
- Foto: GRAN FIRA DE VALÈNCIA