Somos una ciudad y un País con un cierto trastorno de despersonalización. Incapaces de reconocernos en el espejo hemos decidido adoptar formas y personalidades ajenas. Como queríamos ser lo que no éramos olvidamos las cosas que nos hacían nosotros. Aquello de reivindicar se nos da regular, lo de reivindicarnos todavía peor.
Francesc Miralles publicó aquí un artículo cargado de optimismo crítico sobre lo que nos hace valencianos y nuestro papel en la geografía del presente. Me gustaría sumarme a su amor cosmopolita y, de cruces a dentro, compartir nueve auto-reivindicaciones para este Nou d’Ocubre. Nueve historias sin jerarquía ni cronología, fuera de las comunes, que desde el urbanismo en el sentido más amplio significaron innovaciones relevantes o marcaron el lugar de nuestra ciudad en el mundo.
1. Una ciudad-estado con un regimen medieval pre-democrático
Els Furs, primero de la ciudad y luego extendidos al Reino desde 1261, libraron a los ciudadanos de la arbitrariedad de los señores feudales. Las normas de la ciudad hacían honor al dicho alemán: “el aire de la ciudad nos hace libres”. Con una regimen político casi de ciudad-estado comparable a otras ciudades artesanales y comerciales mediterráneas e incluso a las de la Liga Hanseática, la estructura institucional ciertamente permisiva fomentó un crecimiento poblacional, cultural y económico que no se ha vuelto a repetir.
2. Uno de los ejemplos más antiguos de gestión de bienes comunes
El Tribunal de las Aguas, además de su valor histórico y cultural, supone uno de los ejemplos más antiguos de gestión de bienes comunes. Su estudio sirvió a la tesis de Elinor Ostrom, la única mujer que ha ganado el premio Nobel de Economía, sobre las vías de gestión de los bienes más allá del mercado y del estado, cuestión que ha despertado un renovado interés en las políticas urbanas de los últimos años. El riego requiere de mecanismos de gestión cooperativos ya que el agua canalizada a través de las acequias pasa de unos campos a otros. El mercado o una dirección centralizada serían mucho menos adecuados que la gestión colectiva del bien que es común. Todavía podemos aprender de ello.
3. Una fachada que es un banco en una plaza casi perfecta
Fred Kent, uno de los urbanistas más importantes del mundo, padre del placemaking y defensor de una tesis revolucionaria y cotidiana para la mejora de las ciudades —la de que las mismas necesitan un banco en cada esquina— me hizo notar en una de sus visitas a València algo que por cotidiano me había pasado desapercibido. En la Plaza de la Virgen, de proporciones italianas casi perfectas y cierta inclinación hacia el centro que la convierte en una especie de estadio de la observación urbana, se encuentra el edificio de la Casa Vestuario, sede de la Biblioteca Municipal Carles Ros, la más antigua de la ciudad. El edificio, del siglo XVIII, tiene toda la fachada convertida en bancada de piedra, una singularidad arquitectónica maravillosa para la vida diaria que Fred, que ha recorrido el mundo de arriba a abajo, no ha visto en ninguna otra ciudad.
4. Uno de los mejores y más innovadores espacios públicos del mundo
El High Line de Nueva York, una antigua via férrea elevada convertida en parque de diseño, es uno de los espacios públicos más conocidos del mundo. Una de sus directivas me confesó en otra visita a la ciudad que una de las inspiraciones para desarrollar el proyecto fue el Jardín del Túria de València, del que no acabamos de valorar la magnitud. El aprovechamiento de una infraestructura obsoleta que cruza la ciudad de punta a punta, después de una importante reivindicación ciudadana para evitar que se utilizara como autopista, en uno de los parques más inclusivos, acogedores, dinámicos y únicos de Europa, cosa de todas, nos debería hacer sentir orgullosos.
5. Unos movimientos sociales urbanos determinantes
Otro de los elementos que ha definido la ciudad del presente es el de los movimientos urbanos, de los Salvem a Per L’Horta, del Saler per al Poble al cuestionamiento de la ampliación del puerto. Algunas de las mejores cosas de la ciudad, como la protección de la Albufera o la preservación del tejido urbano del Cabanyal han sucedido gracias al tesón de estos movimientos y las personas que los han impulsado. Gracias a nuestros miles de Jane Jacobs.
6. Un tándem político avanzado a su tiempo
València estuvo capitaneada en los ochenta por algunas personas únicas a las que debemos reivindicar. El alcalde socialista Ricard Pérez Casado junto a su jefe de gabinete y estratega Josep Sorribes marcaron las pautas del desarrollo de la ciudad y sobretodo, abrieron un periodo fructífero de reflexión sobre València. Fueron pioneros en la descentralización municipal —¡antes que Barcelona!— y fomentaron que se pensara y se escribiera sobre la ciudad como nunca se ha vuelto a hacer. El libro La València de los noventa: una ciudad con futuro es la única estrategia que hemos tenido. València dejó oficialmente de escribirse durante dos décadas en la que el pensamiento colectivo a futuro fue sustituido por coloridos powerpoints de consultoras.
7. Pueblos que son ciudad
Una característica singular, aunque no única, de València es que el crecimiento urbano hizo que absorbiera pueblos colindantes: Russafa, Patraix, Benimaclet o Camapanar mantienen su trama original y hacen de la ciudad una urbe con distintos núcleos históricos, una maravilla para la exploración andando y para la diversidad y el interés del plano.
8. Un colectivo LGTIBQ al que aún no hemos rendido el merecido homenaje
El asociacionismo LGTIBQ, agrupado en el Col·lectiu Lambda que recogió el testigo del movimiento para la liberación sexual de 1977, es uno de los más potentes y activos del estado y de Europa. Ha sido fundamental en la configuración de la ciudad relativamente moderna y abierta en la que vivimos. La contribución del colectivo a la prosperidad de València está todavía por estudiar en el sentido más amplio pero les debemos sin duda gran parte de lo que somos: una sociedad relativamente predispuesta a la inclusión y preparada para la diversidad.
9. Una ciudad con más abejas que personas
Uno de los medios americanos de referencia en temas urbanos, CityLab, solo había hablado de València, en 2012 y 2014, para hacer referencia a su fracasado modelo de desarrollo urbano y a los problemas de mantenimiento en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. No fue hasta el pasado diciembre cuando una noticia positiva de aquí fue cubierta en sus páginas. Una política innovadora, y desconocida, ha hecho de València una ciudad pionera en la gestión de la biodiversidad y, especialmente, de las colonias urbanas de abejas, que se han reproducido hasta el punto que, en un momento en que la población mundial de estos insectos disminuye, hoy en día en València hay más abejas que personas. Puede parecer una anécdota pero marca decididamente la pauta para la gestión sostenible de los ecosistemas urbanos.