Franco por Putin. Ya tenemos otro comodín para justificar los desmanes del Gobierno pinocho, desde la ineptitud hasta su acreditada inmoralidad. La pobreza que nos aguarda se deberá a la guerra de Ucrania. Moscú será el origen de todos nuestros males, según los voceros del Régimen
La anciana que me precede en la cola pide bollería del día anterior. Está a mitad de precio. Le pregunta a la panadera si tiene también pan de ayer, pero no hay, así que, para su disgusto, compra una barra del día.
Yo, de momento, puedo gastarme los 65 céntimos que cuesta.
“Como la pandemia fue el pretexto para recortar libertades, Putin les servirá para justificar que nuestra pobreza es inevitable”
La noche anterior me despertó el ruido de la lavadora de los vecinos. Era de madrugada. No me hizo gracia, pero me hago cargo de la situación. La luz es un bien de lujo.
Al día siguiente voy a repostar a la gasolinera más próxima. El litro de diésel cuesta casi 1,90 euros. Lo he llegado a pagar a un euro.
Después del trabajo me acerco al súper. El litro de leche de arroz está a 1,50 euros, veinte céntimos más que hace un mes. Me consuela no tener que comprar aceite de girasol. Su venta está limitada a dos botellas en algunos establecimientos. Menos mal que aún queda papel higiénico.
Quizá pronto veamos las cartillas de racionamiento de la posguerra.
En momentos como el presente, marcados por la incertidumbre y el desasosiego, el sufrido pueblo soberano necesita modelos para imitar. Repasando los periódicos de los últimos días, he encontrado uno. Es Ana Patricia, mi banquera preferida. La hija del difunto don Emilio ha asegurado al diario madrileño en el que trabajé siete años: “He bajado mi calefacción a 17 grados”. Es su consejo para paliar la escalada de los precios del petróleo y el gas por la guerra en Ucrania.
En absoluto me parece descabellada esta idea. Hay que decir que la banquera tiene una vista de lince y un fino oído (sobre todo oído) para escuchar el latido de los nuevos tiempos. Desde que, muerto el padre, se nos hizo feminista, ecologista y del movimiento arcoíris, Ana Patricia es otra persona, como más moderna, por supuesto inclusiva, empoderada, empática y muy resiliente.
Al igual que su padre, es un firme apoyo al Gobierno presidido por un socialista que, más allá de promesas engañosas para confundir al pueblo, siempre trabaja para complacer al Gran Dinero. No en vano, algunos de los actuales ministros acabarán trabajando en bancos o fundaciones anexas cuando abandonen la política.
El presidente del Gobierno, tan listo como Ana Patricia, las ha visto venir con la guerra desencadenada por Vladímir el Terrible. No es torpe como sus socios comunistas. Alguno de sus once mil asesores vírgenes le habrá susurrado al oído que Putin es la excusa perfecta para justificar su desastrosa política económica y social. Si antes tenía al pobre Franco para escurrir el bulto, ahora recurrirá a Vladímir para excusar su ineptitud de gobernante.
El presidente maniquí ha avisado de que vienen “tiempos duros”, como si los dos años anteriores hubieran sido una perita en dulce. Que se lo digan a los familiares de los 160.000 muertos por coronavirus, según el último dato hecho público por la revista The Lancet, o a los dueños de las decenas de miles de empresas cerradas.
Como la pandemia fue el pretexto para recortar libertades, Putin les servirá ahora para justificar nuestra pobreza como un suceso inevitable. Si al final no podemos comer un bistec, ni tener dinero para llenar el depósito del coche, o vuestros hijos nunca se podrán comprar una vivienda, la culpa no será del cha-cha-cha; la culpa será del malvado Putin. O de Vox.
Ya lo ha avisado también la vicepresidente Yolanda Gucci. El impacto de la guerra de Ucrania será “significativo” en la economía española. “Significativo”, bello eufemismo, cuando debería decir que será “devastador”, no para ella, que desconoce el precio de la luz de su casa oficial de 443 metros cuadrados, sino para los de siempre.
De la clase media no van a quedar ni las raspas. Todo lo construido por nuestros padres y abuelos se habrá ido al garete en pocos años. Al menos, una tercera parte de la población estará subsidiada. El Gobierno de turno recortará las pensiones a quienes hemos sostenido el tinglado autonómico durante décadas. Y nos dirán que todo lo hicieron por nuestro bien, que en otros lugares están peor, que la pobreza tampoco está tan mal. Al ser pobres, se valora más lo poco que se tiene. Bien mirado es un retorno a la vida sencilla, modesta y más auténtica. Dichoso aquel…
Seremos pobres pero honrados, estaremos orgullosos de ser menesterosos, como en esas películas en blanco y negro de la posguerra, en las que un obrero se quita la gorra cuando se acerca el señorito de la empresa, hijo del fundador, y el obrero espera a ser correspondido con una sonrisa displicente y un duro para el coñac de la sobremesa.