el callejero

Pablo y Chemari plantan el ‘árbol’ más sorprendente de Ruzafa

22/12/2024 - 

La gente que llega a Ruzafa por Pedro III el Grande se sorprende mucho al ver un árbol de Navidad colgado entre dos edificios. No es un árbol-árbol, son unas tiras de colores con luces que componen la forma de un abeto. Es el árbol de Navidad del barrio desde hace años. En concreto, desde la pandemia. El confinamiento, que disparó la imaginación de dos vecinos: José María Vives, un técnico del 112 de 57 años, y Pablo Peris, un arquitecto de 48 años.

Chemari y Pablo vivían uno enfrente del otro desde 2007 y no se conocían. “Igual nos habíamos visto desnudos, pero no sabíamos qué cara tenía el otro”, bromea el vecino del número 20. Ellos se conocieron en 2014, cuando sus hijos coincidieron en la misma clase en el colegio Maristas. Un día se estrecharon la mano y, tiempo después, se sorprendieron al descubrir que vivían uno enfrente del otro. Uno vive en Pedro III el Grande, 20, y el otro, en el 11D. Alguna vez quedaban a tomar una cerveza y, entre trago y trago, sus mujeres bromeaban con poner una tirolina para pasar de una casa a otra. “Vivimos en dos pisos diferentes, pero como un edificio tiene los techos altos y el otro no, estamos a la misma altura”.

Las dos familias, como todas en España, quedaron confinadas en marzo de 2020. Ya todo el mundo conoce la historia: aburrimiento, hastío, ansiedad… Los padres se estrujaron el cerebro para entretener a unos hijos condenados al encierro. “Y entonces fue cuando se nos ocurrió lo de conectar nuestras casas”. Pablo se pasaba el día en su terraza y Chemari, en su balcón. El sol daba por la mañana a unos y por la tarde, a otros. “Entonces colgamos una cuerda de balcón a balcón”. Un extremo se ata a un balcón. Desde el contrario, se lanza una segunda cuerda hasta el suelo, se ata a la primera y se estira para subirla al segundo balcón. Ya estaban conectados.

Primero solo fue un juego entre dos familias aburridas por el confinamiento. “Al principio nos pasábamos comida. Si te faltaban huevos o harina para hacer una tarta, pues nos lo pasábamos. Luego, los aperitivos. Nos mandábamos jamón, tellinas, calçots…”, rememora Chemari. Pablo tiene una barbacoa en la terraza y su vecino le mandaba un paquete con secreto ibérico, le decía que se quedara un trozo y que el resto se lo devolviera cocinado. “Al principio solo nos pasábamos comida, pero luego, para entretener a los niños, ya nos decidimos a decorar. La primera vez fue después de Fallas -se sigue diciendo así aunque ese año, en esas fechas, no hubiera Fallas-, que pusimos unas guirnaldas para decorar. Luego vino la Feria de Abril, San Jordi, Moros y Cristianos… Aprovechábamos todas las fiestas. Una casa eran los moros y la otra, los cristianos. Nos disfrazábamos y todo”, cuenta Pablo entre risas.

Cada idea era más disparatada que la anterior. Y un día decidieron preparar el ‘traslado’ de la Virgen de los Desamparados. “Hicimos una Virgen, por la mañana la trasladamos de la terraza al balcón y por la tarde, de vuelta. Tiramos hasta pétalos y todo”, se ríe Chemari. Tanta idea y tanta decoración no pasaron desapercibidas. En unas semanas tenían a media calle revolucionada. Muchos días, después de salir a aplaudir a las ocho, ponían música y se dedicaban a disfrutar un rato. Los vecinos, como no había muchas más distracciones que ver una serie o hornear un bizcocho, estaban muy pendientes de descubrir qué más iban a hacer este par de locos. “Al final todo el mundo nos conocía. Primero, solo los de nuestros edificios, pero después también los de al lado. En Pascua montamos cachirulos y así los niños se entretenían. No parábamos. Era una forma de hacer que nuestros hijos sobrevivieran al confinamiento, que fue muy duro. Aunque nosotros nos divertíamos más que ellos”, advierte Chemari. “El caso es que al final la gente estaba esperando a ver qué hacían los loquitos, y los loquitos salíamos disfrazados de moros, de gitanos, de flamencos…”.

El montaje es rápido

El tiempo fue pasando y, casi sin darse cuenta, llegó la Navidad. Los amigos de Pedro III el Grande decidieron que tenían que dar un paso más y ‘plantar’ un árbol. Cuatro años después ya se puede hablar de que es una tradición. El primer ‘abeto’ fue muy austero, sin luces ni mucha fantasía. El segundo ya llevaba iluminación, pero el viento la acabó arruinando a los pocos días. Ahora ya son expertos. Todas las tiras de colores están iluminadas y el árbol, que mide unos 12 metros de ancho y otros 12 de alto, no pasa desapercibido. Muchos viandantes caminan por debajo, a la altura de El abrazo de la china o Nozomi, y se preguntan quién demonios hace ese árbol de Navidad.

Son Pablo, Chemari y sus familias. Los del cuarto piso de un costado y el quinto del otro. “Los vecinos están encantados. No solo no ponen problemas sino que les encanta colaborar”. El sábado 7 de diciembre, aprovechando el puente de la Inmaculada, desplegaron el árbol en la calle y lo montaron. Ya son expertos y no les cuesta más de media hora. Treinta minutos que se pasan implorando que no pase un camión y arruine el montaje. El método es sencillo: primero lo suben en vertical y después lo abren de los lados como si fuera un abanico. Antes, Pablo, el arquitecto, lo ha dibujado en un croquis y ha preparado el diseño. “Es la segunda vez que sacamos este árbol, pero el año que viene habrá que hacer uno nuevo porque se deteriora mucho por el viento y el sol”, señala Pablo.

Los dos tienen comprobado que sus ocurrencias y, especialmente el árbol, son bien recibidas por el vecindario. Toda la información que les llega es favorable y, además, escuchan a los transeúntes, que no saben que ellos son los autores, y elogian la decoración de forma espontánea cuando pasan por su lado. “Aún así, los dos vivimos obsesionados por si alguien nos denuncia. No creo, pero siempre hay gente con muy mala leche”.

El montaje es una fiesta. Participan las dos familias enteras. En un lado, el de los portales impares, Pablo Peris, su mujer y sus tres hijos (dos chicas y un chico de 15, 13 y 10 años). En el otro, el de los pares, José María Vives, su esposa y sus dos hijos (un chico de 13 y una chica de 12). El sábado por la tarde lo organizan todo y, después de comer, lo montan. Este año han tenido un pequeño problema, faltaba el vecino de un primer piso, pero lo lograron solucionar. Después, al acabar, Pablo se fue a Mestalla a penar por este Valencia CF que se desmorona.

Les gustaría que nevara

De uno de los árboles de la acera de los números pares aún cuelgan unos flecos azules de la Virgen que hicieron en mayo. “Este año, en mayo, hicimos una Virgen porque venía la Peregrina a Ruzafa y nos habían dicho que el itinerario pasaba justo por debajo de nuestras casas. Al final no pasó por debajo, pero llegó a la esquina y la giraron hacia nuestra imagen. Nosotros hicimos una cara gigante de la Virgen, el Niño y una mano. No duró mucho porque el viento y la lluvia nos lo estropeó muy rápido”.

Sus cabezas no paran y desde el primer árbol sueñan con inventarse un día de nieve en Ruzafa. Los dos vecinos miraron el precio de un cañón de nieve artificial, pero les salía por un riñón. “Si no, da por hecho que ya habría nevado en Pedro III el Grande…”, explican mientras se toman una cerveza en la terraza de El abrazo de la china, un clásico de la calle, al lado de la concurrida Taberna Tora. Se han reunido para contar su historia después de trabajar. Pablo, además de arquitecto, es administrador de fincas, y Chemari ha trabajado durante años en Emergencias y participó en el diseño del 112.

A los dos se les ve satisfechos con su obra. Cada día ven a gente pasar que se queda admirándola. Otras veces se encuentran con una sorpresa en el portal. Desde el obsequio de un cañón de serpentina hasta un cartel de agradecimiento. José María abre un ordenador portátil y empieza a buscar fotografías de todo lo que han colgado frente a sus casas. La decoración se mezcla en el álbum con recuerdos de la pandemia: las clases on line, el supermercado vacío tras el paso de ciudadanos alarmados o las comilonas del confinamiento. También aparece la imagen de la fachada de varios edificios con la gente asomada a los balcones. “Aquello parecía 13, Rue del Percebe”. Hace unas semanas, cuando la Dana, decidieron dejarse de ideas fantásticas y colgaron algo tan simple como emotivo: una senyera. Los vecinos se despiden, aunque es muy probable que, dentro de un rato, se asomen al balcón y vuelvan a verse. Uno enfrente del otro con un árbol de Navidad en medio.

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