Este valenciano, profesor del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), ha sido premiado en los últimos meses con el Oliver E. Buckley de Materia Condensada 2020 y el Premio Wolf en Ciencias y Arte por sus avances en el estudio del grafeno. En definitiva, talento con pocas probabilidades de volver
VALÈNCIA.-El físico Pablo Jarillo-Herrero (València, 1976) se ha convertido en una de las caras más visibles de la investigación sobre el grafeno a nivel mundial. Con su americana de pana (dice que solo tiene una), nos encontramos en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de València, donde a su llegada aprecia cómo lo que en su día fue hormigón blanco ha cogido un tono que deja entrever el paso de los años. En ese momento todavía no ha recibido el Premio Wolf —que se sumó a su palmarés a mediados de enero—, pero ya guarda en su maleta el Oliver E. Buckley de Materia Condensada 2020, al que muchos han bautizado como la antesala de los Nobel.
Es profesor asociado permanente en el Departamento de Física del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), uno de los mejores centros de investigación del mundo y donde solo los mejores tienen un hueco. Desde allí, junto a su grupo, ha descubierto una nueva propiedad del grafeno, un material que se obtiene a partir del grafito y al que califican como el «material de Dios», aunque él se desentiende.
La dureza —doscientas veces mayor que el acero— o la flexibilidad son algunas de sus «extraordinarias» propiedades, a las que el equipo de Jarillo-Herrero ha sumado la superconductividad, cualidad que aparece superponiendo dos láminas de este material y girándolas hasta conseguir un «ángulo mágico de 1,1 grados», lo que permite transmitir electricidad sin pérdidas, acción que actualmente solo es posible a temperaturas muy bajas. Un descubrimiento que podría servir, por ejemplo, para fabricar la ropa inteligente del futuro o formar parte de potentes ordenadores cuánticos.
Licenciado en Física por la Universitat de València (1999), con estudios de posgrado en la Universidad de California (EEUU) y un doctorado en la Universidad de Delft (Holanda), su historia es la de quien no ve la frontera que marca el límite. Durante su época de instituto pensó en estudiar Ingeniería de Agrónomos pero el destino quiso que tras presentarse a unas Olimpiadas de Física y ganar como premio unas clases en la Universidad, su futuro se encarrilara hacia la materia condensada. A partir de ahí empezó su particular vuelta al mundo buscando los mejores laboratorios.
Mira desde fuera el sistema de investigación a nivel español y lo hace de forma crítica. Lamenta la falta de ‘meritocracia’ en la selección de profesionales y la cultura del ‘amiguismo’, a la vez que recuerda que la buena investigación en EEUU no es cuestión de dinero sino de la creación de centros de excelencia. Entre sus aspiraciones, la de poner en marcha un instituto de materiales cuánticos de excelencia en València en colaboración con el MIT. Antes de empezar la entrevista, nos detenemos a mirar en el Museo Príncipe Felipe la medalla de Severo Ochoa, Nobel de Fisiología y Medicina y le pregunto si se imagina ganando el máximo galardón al que podría aspirar. «Me gusta tener los pies en el suelo —sentencia—. Las ciencias avanzan con el trabajo de mucha gente».
— Estudió Física en la Universitat de València y acabó en el MIT. ¿Cómo se hace?
— Era buen estudiante, se me daba bien la Física. Un año fui a Londres para intentar mejorar mi inglés y trabajé dos meses de cocinero. Al año siguiente, como ya había estado en Inglaterra, quería ir a Estados Unidos y le pregunté a un profesor de la carrera si conocía a alguien que me pudiera alojar. Me dijo que no, pero que conocía profesores de Física en Alemania por lo que me dijo: «¿Por qué no te vas a hacer un programa de verano?». Me abrió un poco la mente y acabé yendo a Mainz (Alemania), donde hice un poco de investigación. Ese mismo profesor me dijo luego que solicitara la admisión para hacer el doctorado en Estados Unidos: «Allí se hacen las cosas a otro nivel, mejor, y para alguien ambicioso como tú te va a ir mejor allí». De hecho, en la Universidad, le criticaron bastante porque estaba mandando a los mejores estudiantes fuera, pero yo le estoy muy agradecido.
«La gente tiene una idea errónea. Hay igual o más dinero para investigación aquí, en Europa y en España, que en Estados Unidos»
Acabé yendo a la Universidad de California. Pensaba hacer Física Teórica de partículas. Cuando se te dan bien las Matemáticas quieres ser Einstein y, mientras estudiaba, era lo que más me atraía. Pero en San Diego me di cuenta de que la investigación que se estaba haciendo en ese momento para mí no era tan atractiva. Así que decidí hacer Física de Materia Condensada, nanociencia. Uno de los mejores grupos del mundo estaba en Holanda y allí hice el doctorado; me costó mucho cambiar de tema y tuve una crisis. Luego a la Universitat de Columbia para hacer un posdoctorado. Al poco de llegar me llamaron del MIT y fue entonces cuando me dijeron si estaba interesado en solicitar una plaza de profesor.
— ¿Qué se siente cuando le llaman del mejor centro de investigación del mundo?
— Pensaba que era una locura. Tenía apalabrada con mi mujer la vuelta a España y dije: «Voy a ir, total, no me lo van a dar, pero en el currículum siempre queda bien haber dado una charla en el MIT». Al final me hicieron una oferta y fue demasiado tentadora como para decir que no. Han pasado ya doce años. En ese momento no me lo creía y tampoco estaba preparado para el modo de funcionar del sistema americano que apuesta mucho por la gente joven, es muy individualista e independiente. Te dan un dinero llamado startup para contratar equipo y montar tu laboratorio, una habitación vacía, y vuelven en siete años para ver qué has hecho. Es muy diferente al sistema europeo, sobre todo por aquel entonces, donde te integrabas en un grupo y las cosas van poco a poco. Si las cosas van bien todo el mérito es para ti pero si van mal también es culpa tuya. Me hicieron un contrato de profesor asistente, que es como empieza todo el mundo. Después te evalúan para hacerte permanente o no.
— ¿De qué importe hablamos?
— La gente tiene una idea errónea. Hay igual o más dinero para investigación aquí, en Europa y en España, que en Estados Unidos, pues casi todos mis colegas europeos que están haciendo investigación en Física a buen nivel tienen más presupuesto que yo. En Estados Unidos los costes laborales son más altos, también los gastos en general, y con el mismo dinero aquí puedes hacer más. Incluso en valor absoluto puede haber más aquí. Yo no me puedo quejar, estoy bien financiado, pero hay unos pocos profesores investigadores que tienen una cantidad adecuada y enseguida baja muy rápido. Mientras, en la Unión Europea todo el mundo puede tener más dinero e incluso a quienes mejor les va tienen mucho, más que allí.
— ¿Coincide en la idea de que los investigadores ambiciosos deben salir fuera de España?
— Es importante salir. Hoy en día hay algunos grupos de investigación en el país que son muy punteros y en los que puedes hacer un buen doctorado pero luego te tienes que ir. En Estados Unidos se concentra gente de todo el mundo; hay una acumulación de personas de un nivel intelectual muy alto y ambicioso porque, para irte al extranjero, tienes que dejar muchas cosas atrás. Tienes que estar muy motivado y eso crea un caldo de cultivo especial que no se ve tanto en Europa o España.
— ¿Por qué España no es tan atractivo para el talento investigador extranjero?
— Es bastante complejo. El comentario que he dicho antes sobre la financiación es algo de hoy en día, pues hace diez o veinte años había muchos menos medios en España que en otros sitios. A día de hoy, si lo estás haciendo muy bien, puedes tener mucha financiación si accedes a fondos europeos, pero los medios de España son menores. Yo creo que la falta de tradición científica y de excelencia todavía la seguimos sufriendo. Durante la dictadura fue un desastre científicamente y culturalmente en muchos aspectos y eso creó un retraso del que hoy en día nos estamos resintiendo pese a que hace cuarenta y cinco años que terminó. Aquí aún no hay una meritocracia pura. En algunos sitios ya se empieza a contratar al mejor. La gente que se contrata en universidades o en el Centro Superior de Investigaciones Científicas es buena, pero no se contrata necesariamente al mejor, y eso hace que las universidades no sean todo lo buenas que podrían ser. En el MIT, a cualquier nivel, es inconcebible que no quieras contratar al mejor que puedes traer.
En España, en general, no hay una tradición científica de excelencia y de que, aunque hay alguien aquí bastante bueno que encima es mi amigo, voy a contratar a otro que sea mejor. Aunque no sea local, aunque no lo conozca. Y ese apostar por la gente joven no es tan fuerte como en Estados Unidos. Allí se toman más riesgos y a veces sale mal pero cuando sale bien, sale muy bien.
— ¿La gente joven evoluciona más rápido?
— Creo que sí, pero eso no pasa solo aquí sino en muchos campos. Por un lado está muy bien contar con la sabiduría de la gente con experiencia, pero eso no quita para que se apoye muy fuerte a la gente joven que son un poco más transgresores, capaces de cambiar las cosas más rápido y en direcciones que no te esperabas. La gente joven es un poco más innovadora, tiende a tomar más riesgos. Son jóvenes, tienen menos que perder. Cuando ya tienes mucha experiencia en un campo es más fácil quedarte con lo que sabes.
— ¿Hay problemas en España con el proceso de selección de investigadores?
— A veces les intento explicar a mis colegas americanos que en España, para acceder a una plaza de profesor, hay un tribunal donde, al menos hasta hace poco, la gran mayoría de las personas no son de esa universidad. Mis colegas no lo entienden. En el MIT es todo lo contrario. Entonces, les explico que son de fuera para que no enchufen a un amigo suyo, y les cuesta entenderlo. Te dicen: «¿Pero ellos no son los interesados en contratar al mejor?», y les digo que no siempre.
«No hay una tradición científica de excelencia y de que, aunque hay alguien bastante bueno que encima es mi amigo, voy a contratar a otro que sea mejor»
— Hablemos del grafeno. ¿Se le ha dado demasiado bombo?
— Sí. Se ha creado mucho hype. Una especie de locura con que nos va a resolver todos los problemas de la humanidad deprisa y corriendo. El grafeno es un material extraordinario, con unas propiedades físicas extraordinarias, con lo cual en cuanto a conocimiento fundamental ha sido una revolución en nanociencia y la Física de los Materiales Cuánticos. Pero de ahí a que el grafeno se vaya a utilizar para todo... Es muy difícil incorporar material nuevo a tecnologías existentes porque hay mucha inercia. Intel hace una fábrica para montar transistores, se gasta 20.000 millones de euros, y aunque con el grafeno pudiera hacer transistores mejores que los de silicio no lo puede hacer; Intel va a amortizar su fábrica durante quince o veinte años. Yo siempre le digo a la gente que sea paciente. Pueden pasar cuarenta años desde que se hace un descubrimiento fundamental hasta que se hacen aplicaciones.
— ¿Y quién tiene la culpa de esta creencia?
— La gente está siendo un poco impaciente, pero estimulada por las fantasías tecnológicas que vendían algunos investigadores que querían traer fondos para su investigación, algunas agencias... El grafeno sigue un curso normal, es muy distinto a los materiales que teníamos antes y aún tenemos que inventar la tecnología que puede hacer uso de esas propiedades. No creo que vaya a competir con el silicio en lo que el silicio hace mejor; creo que se va a utilizar en lo que este no puede hacer. Va al ritmo que tenía que ir.
— ¿Y cómo llegan a descubrir la superconducción del grafeno?
— Se había investigado muchísimo durante los últimos quince años y es cierto que desde la Física básica había menos investigación. Todavía quedaban muchos aspectos por descubrir muy importantes, pero ya había gente yéndose a otros campos. En 2010-2011 hubo un par de artículos de físicos teóricos que dijeron que si pones dos hojas de grafeno y las giras alrededor de un grado los electrones se van a mover muy despacio y sabemos que cuando esto ocurre pasan cosas interesantes. Cuando los electrones se mueven muy despacio tienen mucho tiempo para interaccionar entre ellos. En mi grupo llevamos investigando dos capas de grafeno, una girada sobre la otra, desde las mismas fechas. Al principio estábamos haciendo ángulos muy grandes pero en 2013/14 le dije a un estudiante: «Vamos a hacer ángulos pequeños» y dimos con el ángulo mágico de 1,1 grados.
La sorpresa fue mayúscula cuando añadimos unos pocos electrones más y pasó de ser aislante a ser superconductor. Eso fue una cosa que nos dejó flipados y lo mantuvimos en secreto hasta que publicamos el artículo científico. Hemos creado una especie de nuevo campo en el que estamos investigando todos.
— ¿Se han pensado ya en usos para el grafeno?
— Es importante distinguir cuáles son las propiedades físicas y únicas del grafeno: conduce muy bien, es muy flexible y prácticamente transparente. Tiene una estructura electrónica que puede absorber luz de cualquier frecuencia, algo que los semiconductores como el silicio no pueden hacer. Estos pueden absorber luz visible pero no mucha luz infrarroja. Unos amigos en Barcelona han desarrollado unas cámaras que ahora intentan comercializar para que en situación de niebla, lluvia o de noche puedas ver como si fuera de día. Eso no se puede hacer con silicio y la tecnología actual, aunque ya hay cámaras infrarrojas militares, pero muy caras y tóxicas. Con grafeno sería más barata y menos contaminante. No es difícil imaginar la posibilidad de hacer tejidos electrónicos basados en el grafeno y en otros materiales bidimensionales con propiedades similares. Con lo cual, eso es una aplicación que no existe hoy en día. Quizás en quince o veinte años me mire la manga de la chaqueta y salga un reloj como en las películas y me diga la hora, la temperatura, cómo va mi pulso o si tengo fiebre. Pero ¿cómo integramos electrónica en el tejido? ¿Lo cosemos, lo rompo, lo hacemos en trocitos pequeños, a escala, cambiará el color, lo podré meter en la lavadora? Llevará tiempo.
— ¿Falta concienciación sobre la importancia de la ciencia de cara a la sociedad?
— De eso tenemos gran parte de culpa los científicos, de no habernos movido para que la sociedad aprecie todos los beneficios que conlleva la investigación básica en ciencia. En otros países se aprecia más. En España se respeta en la calle, lo aprecian pero no ven claramente que los avances en investigación básica son los que cambiarán la sociedad dentro de cuarenta años.
«Tengo oportunidades de regresar, pero creo que ahora es más fácil ayudar a la ciencia en España desde mi puesto en el MIT que si volviese»
Hay países donde se ve más clara esta conexión, sobre todo en Estados Unidos, donde el origen tiene que ver con la II Guerra Mundial y la bomba atómica. Hubo un momento en el que los científicos americanos le dicen al presidente de los Estados Unidos: «Tenemos que adelantarnos o si no lo desarrollará Hitler». Los políticos americanos no tenían ni idea de qué era esto. De hecho, hizo falta que Einstein dijera a los políticos americanos que era necesario hacerlo. En unos años pasaron de tener unas cuantas ideas teóricas a tener una bomba atómica. Ahí la sociedad vio el poder de los científicos. Y gracias a ello ganaron la II Guerra Mundial. Nuestros políticos no tienen eso en mente. No piensan «en vamos a invertir en ciencia básica y creamos una revolución tecnológica en todos los sentidos». No lo aprecian. «Si vamos a recortar en algo vamos a hacerlo en ciencia básica. Total, no me va a afectar en los próximos cuatro años».
— ¿Por qué en Europa no se desarrolla tecnología transgresora? ¿Es por la ciencia básica?
— Es tanto por la investigación en ciencia básica como el tener un espíritu más aventurero, más transgresor, más de gente joven. Ser ambicioso. Los niños en los colegios ya hacen sus proyectos; hay un caldo de cultivo, de arriesgarse. Y por supuesto, la inversión muy grande que se ha hecho durante muchos años en investigación básica. No hay universidades parecidas en Europa. No hay un MIT en Europa, no hay un Stanford en Europa, no hay un Harvard en Europa. Podríamos hablar de la Universidad de Cambridge pero ni siquiera es exactamente. Esas cosas surgen en Estados Unidos por algún motivo.
— ¿Se plantea volver a España?
— Estoy muy bien en MIT pero me gustaría pasar más tiempo en España y ayudar a la ciencia en el país. Tengo oportunidades pero creo que ahora es más fácil ayudar a la ciencia en España desde una posición como la que tengo en MIT que si me viniese permanentemente. El talento está distribuido por igual por todo el mundo y en España no se acaba de hacer uso de ese talento tan grande y en parte es por falta de modelos de cómo se hacen las cosas bien.
— ¿Y reformar el sistema universitario desde España?
— Algún amigo me decía que hay que empezar de cero. Los procedimientos son muy importantes pero hay que cambiar la mentalidad de mucha gente. Por eso a veces digo que es mejor crear un nuevo instituto, hacer una cosa pequeña desde cero, que cambiar algo que ya está hecho.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 64 (ferbrero 2020) de la revista Plaza
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