De actor amateur mientras estudiaba filología en la UJI a una de las grandes revelaciones de la televisión. Pero Pablo Molinero es, sobre todo, un actor de teatro
VALÈNCIA.- Pablo Molinero (Castellón, 1977) bromea estos días en Twitter con una célebre cita de El Quijote «nunca segundas partes fueron buenas», utilizada para referir lo contrario: que la secuela de la obra magna de Cervantes superó en calidad a la primera entrega.
Como en el relato de las andanzas del hidalgo de La Mancha, el elenco de la serie de Movistar+ La peste aspira a que su reválida sea incluso mejor. El 15 de noviembre se estrena la nueva temporada de esta intriga histórica oscura, ambientada en la Sevilla decadente de la segunda mitad del siglo XVI.
Si en la propuesta audiovisual original la trama se centraba en la investigación de unos crímenes diabólicos con el telón de fondo de una plaga devastadora de la peste negra, en la inminente tanda de seis episodios, ambientada un lustro después, la ciudad está ya libre de la enfermedad, pero el descontento social crece y se cristaliza en el nacimiento de una sociedad secreta criminal, La Garduña.
Molinero vuelve a encarnar al protagonista, Mateo Núñez, un militar retirado, culto y perspicaz, avanzado a su tiempo. «En el mundo de las series, al principio se hace un planteamiento más general y luego se va comprobando qué tiene más fuerza, por dónde tirar… Los creadores van afinando el ojo y también la mano con lo que hacen. En esta segunda temporada, todo el equipo teníamos miedo de bajar el listón y ha habido una autoexigencia que nos ha hecho ir a mejor: hemos corregido errores técnicos y mejorado todo lo mejorable. En el guión se ha dado un salto interesante, porque se ha incorporado un componente de acción que le da un ritmo trepidante», adelanta el actor, quien asegura guardar nexos en común con el personaje, como la melancolía por el paso del tiempo y cierto aire de tristeza.
No así su capacidad de observación y su sagacidad. «Ya me gustaría a mí... Yo no soy avispado, tengo algo delante y no lo encuentro. Soy más lento».
En la primera temporada de La Peste, Mateo vive reconcomido por la pena y descreído con las leyes y la religión. Ahoga su vacío existencial amancebándose con prostitutas y macerándose en alcohol. Tras su huida al Nuevo Mundo en esta segunda temporada, el antihéroe de la serie vuelve a creer en el hombre al ser rescatado de una muerte segura en Tierra de Fuego por una familia de indios nómadas.
«Hemos vivido a la par. La convivencia con sus rescatadores le devuelve la fe en el ser humano y las ganas de vivir en comunidad. Así que, cuando vuelve a Sevilla, lo hace con esa perspectiva de la vida. Yo también he pasado esa página. Tengo una existencia sencilla en la naturaleza. Y la vida te da vida», comparte Molinero, que con esta última frase hace referencia a su estreno como padre durante el rodaje de la primera temporada.
El de Castellón atiende nuestra llamada telefónica meciendo con una mano una cuna y moviendo ligeramente con un pie un carrito. Su pareja ha salido de paseo con su hija mayor mientras sus dos mellizos, nacidos cuando filmaba la segunda entrega de La peste, duermen.
La familia vive a veinte minutos de Girona, en un pueblo de Les Gavarres llamado Celrà «con su biblioteca, su escuela de danza y su vidilla cultural», describe el intérprete, quien ahonda en cómo cada mañana lleva a su pequeña a la escoleta rural, donde las familias apoyan a la maestra y se dividen las tareas de cocina.
«en celrà llevo una vida en comunidad, que contrasta con la que tuve al mudarme en barcelona al raval»
«Es una vida en comunidad, que contrasta con la que tuve al mudarme a Barcelona, concretamente al barrio de El Raval. Entonces tenía ganas de ciudad y de jaleo, así que me instalé en pleno meollo. Ahora hemos elegido otro enfoque para criar a los peques», revela.
Otro aliciente del entorno es el centro de creación L’Animal a l’Esquena, una iniciativa impulsada por la compañía de danza Mal Pelo, del mallorquín Pep Ramis y de la también castellonense María Muñoz, a la que está vinculada profesionalmente la pareja de Molinero.
El espacio está emplazado en una masía de más de diecinueve hectáreas situada en Celrà y promueve el intercambio entre bailarines, directores de escena, músicos, teóricos y videoartistas. Estas confluencias profesionales han dado pie a proyectos multidisciplinares a partir de residencias anuales, talleres y laboratorios.
El actor recaló en este emplazamiento con su compañía teatral Loscorderos.sc, formada en 2003 junto a su compañero en la Universitat Jaume I de Castellón David Climent. Durante sus estudios de Filología Inglesa, el entonces universitario se interesó por la interpretación en el Aula de Teatre Carles Pons. Allí formó junto a otros compañeros el colectivo La Casual, un grupo que él define como «de representaciones a la carta»: un día representaban una acción en una casa okupa, otro actuaban en otra universidad y al siguiente, interpretaban una obra en la asociación de mujeres contra el maltrato de Benicàssim.
Con el tiempo empezó a trabajar en compañías profesionales como El Teatre de l’Home Dibuixat (Castellón), Visitants (Vila-real) y Pikor Teatro (Álava).
En su afán de crecimiento profesional, Molinero se mudó a Barcelona, donde trabajó bajo las órdenes de Els Comediants y La Fura dels Baus, pero fue Sol Picó la que le dio un vuelco a su concepción de las artes escénicas. «Gracias a ella, David y yo descubrimos la parte física, que le dio una chispa a nuestra propia compañía. La poética y la estética eran diferentes, buscamos nuestro camino, pero nos abrió un mundo muy interesante», recuerda.
Otro encuentro crucial fue con Eusebio Calonge, autor de cabecera de la mítica compañía La Zaranda. «Estamos hechos de muchas cosas; de La Zaranda nos impresionó cómo se vuelcan en su trabajo, su nivel de sacrificio, la asunción del teatro como un ritual religioso», detalla el artista, quien de hecho, en su cuenta de Twitter suele compartir reflexiones del dramaturgo andaluz, enunciados que son pura filosofía de la escena. Dos botones de muestra: «los ensayos no están para fijar sino para conseguir que la obra fluya instintivamente» y «el atajo más corto entre el actor y el personaje lo asoma a sus precipicios, sus miedos, lo que tiene de más vulnerable».
La compañía que forjó junto a David Climent integró en 2005 a su tercer miembro al rebaño, la responsable de producción y management, Pilar López, coincidiendo con el estreno de su primera obra, Crónica de José Agarrotado. La pieza se alzó con el Premio Aplauso Sebastià Gasch en Barcelona. El jurado justificó su decisión en «el riesgo en nuevas propuestas de comunicación, donde todos los registros están cuidados al detalle, dejando entrever humildad en escena, que permite palpar humanidad, entrega y trabajo en equipo (…) que desemboca en una valiente apuesta de danza y teatro que demuestra una clara evolución en las artes escénicas».
Ya en esa pieza asentaron sus bases creativas, una amalgama de danza, teatro físico y performance, un teatro, en suma, bastardo. Sus propuestas son difíciles de definir, contradictorias y dirigidas al instinto. Sus universos son oscuros y líricos, extremos y reflexivos, surrealistas y contestatarios, con una potente puesta en escena que huye del naturalismo.
Loscorderos.sc fue acogida con entusiasmo en Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, amén de nuestro país, donde se alzó con numerosos reconocimientos: la coproducción del festival VEO de València El mal menor se alzó con el Premio Unnim al mejor montaje teatral en 2011 y al mejor espectáculo del III CENIT (Certamen Nuevos Investigadores Teatrales]; y El cielo de los tristes se hizo con el Premio FAD Sebastià Gasch 2013.
Eligieron su nombre por la rica simbología ligada a los corderos. «Somos una pequeña comunidad, un rebaño, y en nuestra cultura este animal remite a sacrificios, rituales… Además, tiene muchas lecturas: el dicho, por ejemplo, de lobos con piel de cordero aporta un elemento ambiguo que nos interesó mucho».
El 'sc' con el que rematan el nombre son las siglas de 'sin control'. Una paradoja cuando ahora Pablo está enfocado a un medio donde sus interpretaciones se hallan más constreñidas. En la actualidad, la compañía está en barbecho. «No hemos cerrado la persiana, pero no tenemos la misma dinámica. Nos volveremos a juntar, y esperamos que la gente tenga ganas de vernos. Nuestro problema, de hecho, no han sido los espectadores, sino los programadores. Nosotros producíamos cada dos años y nos resistíamos a entrar en una dinámica de hacer una obra al año para tener bolos», argumenta Molinero.
Pilar ha asumido ahora la producción y el management del ortodoxo bailaor Israel Galván, y David está ayudando a otras compañías desde la dirección.
«Se está dejando morir el teatro diferente del que producen los centros nacionales. Se cierran festivales interesantes, como el VEO, se apoya a las producciones más convencionales… No quería acabar maldiciendo, convirtiéndome en un viejo enfadado con los directores de los teatros de este país, así que antes de convertirnos en un enfermo terminal con cuentagotas, nos hemos dado un tiempo para volver con más energía y fuerza», augura el actor de teatro, cine y televisión.
En breve, Loscorderos.sc estrenará una comedia dramática de ciencia ficción titulada ULTRAinocencia, como la obra homónima con la que la compañía celebró su décimo aniversario en 2013. El largometraje, de bajo presupuesto, ha sido dirigido por Manuel Arija y cuenta entre el reparto con Sergi López. Relata la odisea de dos astronautas enviados por el Vaticano al espacio con el fin de comprobar que Dios existe. Antes de La peste, Pablo Molinero ya había participado en varios cortos, en la serie de Canal 9 Negocis de família y en las películas del director valenciano Rafa Montesinos: De colores (2003) y Aquitania (2005), así como en Enxaneta (Alfonso Amador, 2011) y Terrados (Demián Sabini, 2012).
«Me gusta este nuevo mundo audiovisual, porque es algo que desconozco, pero pongo a trabajar mucho de lo que he aprendido en el teatro. En el cine y la televisión, los tiempos son más largos. Entre toma y toma puede pasar una hora y media y no puedes desactivarte del todo. Cada uno tiene su mundo interior para trabajar las reacciones de sus personajes y yo me sirvo de recursos físicos: si tengo un primer plano en el que he de respirar cansado, agitado, antes de salir, me pongo a dar vueltas como un derviche. En un rodaje has de estar caliente y te has de ayudar con el cuerpo», considera el intérprete, que además de la serie de Movistar+, en 2020 se apresta a estrenar dos nuevas películas: un drama romántico ambientado en el mundo bodeguero titulado El verano que vivimos (Carlos Sedes) —la protagoniza junto a Blanca Suárez y Javier Rey— y La ofrenda, donde de nuevo da vida al tercer vértice de un triángulo amoroso que completan Àlex Brendemühl y Verónica Echegui.
«Son películas en las que hay cierta abertura, porque no responden a una trama donde las piezas encajen exactamente; responden a algo más sutil, más sublime», alaba el actor. En la primera, aclara que se ha rehuido de los ecos de Falcon Crest y la trama empresarial vitivinícola está en un tercer plano, pues el motor de la película «no es el dinero ni la ambición, sino el amor a la tierra y a la familia». En cuanto a la segunda, no se queda en una infidelidad, sino que ahonda en el perdón y en el vacío existencial.
Pablo se siente como un niño. Cada día de trabajo es un nuevo aprendizaje. Y acompañar a Mateo ha sido su principal escuela; eso sí, ya venía con galones: «Después de un entrenamiento japonés como el vivido en loscorderos.sc, lo demás te parece jauja, por mucho frío, barro, picaduras de mosquitos y arañas que hayamos sufrido en La Isleta (los arrabales de la Sevilla del siglo XVI se han recreado en esta zona del municipio de Coria del Río)».
En esta segunda temporada de la ficción creada por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, el espectador es testigo de la pequeñez del hombre común, extrapolable a nuestros días. «Hay poderes fácticos que funcionaban en la época en que se ambienta La peste y también hoy. Parece que nosotros mismos nos aboquemos a guerras y conflictos, pero hay algo que se nos escapa: siempre hay alguien arriba que tiene mucho más poder y nos hace caminar esas sendas. Da rabia que no hayamos conseguido esa autonomía para ser dueños de nuestro propio rumbo y solucionar nuestros problemas», lamenta el actor, con el conflicto catalán apuntado entre líneas.
Como su personaje en la serie, él también ha sido un lector compulsivo. Y si bien hubo un momento en el que se volcó más en aspectos relacionados con el trabajo, como textos sobre la dirección y la puesta en escena, ahora su prioridad es la paternidad y aprovecha para leer en hoteles durante rodajes y promoción. Pero el cuerpo le pide alimentar más el espíritu. Los más recientes han sido Sapiens, de animales a dioses, de Yuval Noah Harari, y Nueva ilustración radical, de la filósofa Marina Garcés, «donde se expone cómo vivimos en un liberalismo tan desbocado que parece que no tengamos margen de acción para salir. Te sientes un borrego. El libro aboga por maneras de no ser llevado por esta corriente, por ser crítico con nuestros propios actos».
Ya sea en el cine, en la televisión o en el teatro, el objetivo de Pablo Molinero es seguir balando a contracorriente.
* Este artículo se publicó originalmente en el número de 61 (noviembre 2019) de la revista Plaza