Aunque esté extendido el estereotipo de que en el mundo comunista todo era grandes bloques de color gris, la arquitectura atravesó diferentes etapas. Si Stalin tuvo una fase megalómana con rascacielos que imitaban a los de Nueva York, pero con planificación urbana mucho más saludable, con Jrushchov se pasó a la producción en masa de edificios prefabricados con el único objetivo de dar solución al problema de la vivienda. Al mismo tiempo, las vanguardias asimilaron a las occidentales y jugaron con sus ideas de forma no exenta de sentido del humor
VALÈNCIA. Si algo impide que se olvide el medio siglo en el que el comunismo tuvo el poder en media Europa es la arquitectura, en buena parte diseñada con este objetivo. Es algo que sigue fascinando al turista y que, como todo, tiene sus hallazgos y sus calamidades. El punto extravagante ha hecho que muchas construcciones parezcan restos de una civilización alienígena extinguida, el mass housing que impulsó Nikita Jrushchov, sin embargo, resulta más cercano, los barrios de absorción de Europa occidental estaban cortados por el mismo patrón. Tanto es así que lugares como Bellvitge han servido ahora para rodar anuncios destinados a Europa del Este.
Con la intención de añadirle un contexto y un respaldo teórico, Owen Hatherley escribió Paisajes del comunismo (Capitán Swing, 2022) Se trata de solo un trabajo más de un prolífico analista de arquitectura, especialmente de Gran Bretaña y los países comunistas. Este volumen, sobre la segunda opción, es realmente ambicioso. Detalla todas las épocas y estilos que se desarrollaron y los intensos debates que se produjeron a la hora de abordar uno de los aspectos más importantes que se pueden producir en un país: la construcción. Hay que tener en cuenta que los años del estalinismo lo fueron de majestuosidad y enormes inversiones y, los posteriores, estuvieron más enfocados en resolver el urgente problema de la carestía de vivienda. Todo ello con la obligación propagandística siempre presente, la que imponía que cada ladrillo mostrase la superioridad del socialismo o que cada construcción, siempre vivible se mirase desde donde se mirase, indicase quién mandaba ahí.
Lo bueno es que la mirada de Hatherley no es condescendiente ni irónica. Sus abuelos eran militantes del Partido Comunista de Gran Bretaña, su pareja es polaca y vive en Varsovia. Una ciudad en la que el debate sobre la vivienda está candente. Hace poco lo comentábamos en esta columna que la reprivatización de propiedades, inmuebles reclamados por sus legítimos dueños de antes del comunismo, ha generado una burbuja judicial y especulativa que está sirviendo en bandeja una dinámica gentrificadora. Por tanto, se trata de alguien que está integrado e inmerso en la realidad de los países ex socialistas y su testimonio es honesto y realista. La pregunta que motivó su obra es bien sencilla. Sus abuelos comunistas vivían en una casa semi-adosada con jardín en la periferia de Southampton. Se preguntaba qué pensarían ellos de los espacios que había construido la civilización comunista tanto para que habitasen sus ciudadanos como para hacer demostraciones de poder. Él cree que seguramente no les gustasen mucho.
Sea como fuere, es conocido el fenómeno de la construcción por paneles. Particularmente, de este ensayo, es muy interesante el análisis de otros aspectos arquitectónicos menos evidentes. Por ejemplo, el de los grandes bulevares. El de Berlín, originalmente Stalinalle, ahora Karl-Marx-Allee, es un espectáculo verlo. Antes de la llegada de los soviéticos, era Frankfurter Allee, la carretera principal de Berlín que conectaba el este con el oeste de la ciudad a través del distrito obrero de Friedrichshain, la ruta que escogió el Ejército Rojo para penetrar en la capital alemana. En un principio, se construyeron edificios de cuatro plantas con zonas verdes, pero el plan se redefinió para montar una magistrale o Via Triumphalis imperial.
Se encargó de él Hermann Henselmann, un arquitecto judío al que Bertolt Brecht convenció de que se quedara a vivir en la RDA. Ensanchó las calles y colocó de forma simétrica unas farolas que hubo quien las identificó con las de Albert Speer para la Via Triumphalis de Hitler. Con dos torres gigantes como puertas de entrada, en un claro lenguaje futurista, es un espectáculo realmente pasear por esta calle. Hay historiadores como Hans Scharoun, holandés, que han señalado que las burlas a este bulevar desde Occidente se deben al miedo que les producía "un estilo popular muy rico que simbolizaba la emancipación del hombre". Aquí el autor, con audacia, escribe el contraste entre las teorías, las fantasías y la realidad, que suele ser muy acusado en estos temas:
"Sea como fuere, el hombre ordinario de Berlín oriental tenía otras cosas en la cabeza en 1953, cuando Stalinallee estaba a punto de finalizarse. Como en muchos otros proyectos estalinistas, se imponían el estajanovismo y el trabajo a destajo. Con estos métodos se animaba, presionaba y persuadía a los trabajadores, ofreciéndoles escalas salariales para incentivarlos a superar sus cuotas de producción y trabajar cada vez más y durante más horas. Evidentemente, estas prácticas no tuvieron el efecto deseado y, el 17 de junio de 1953, los trabajadores de la Stalinallee vieron cómo la cuota mínima se elevaba repentinamente. Respondieron con huelgas, a las que siguieron revueltas que, más adelante, se convirtieron en un levantamiento generalizado no coordinado que fue reprimido por tanques soviéticos (...) El Partido Comunista de Alemania del Este declaraba que había perdido su confianza en la clase obrera alemana. Los trabajadores en huelga veían cómo, durante las protestas, les miraban desde arriba aquellos relieves, esculturas y mosaicos donde ellos mismos aparecían representados deleitándose jubilosos en el heroico trabajo de construcción contra el que ahora se rebelaban"
Esta avenida sobrevivió al colapso del comunismo, pero muchos otros edificios no. Algunos fueron demolidos deliberadamente, como el Palacio de la República de Henselmann. Sin embargo, el arquitecto dio luz verde a que se lo llevaran por delante, lo que algunos medios entendieron como una provocación, y subrayó que la arquitectura es tan efímera como la vida. Aunque su avenida, de 2,3 kilómetros, tiene ahora tratamiento de monumento. De hecho, es el más largo de Europa.
Igualmente interesante es la compleja relación que tuvieron los comunistas con los rascacielos, un modelo rematadamente capitalista que tenía como fin maximizar el rendimiento de un suelo limitado y caro, como ocurre en países con ese modelo económico. No obstante, la Moscú estalinista sería como Nueva York. El libro The Metropolis of Tomorrow del delineante estadounidense Hugh Ferris, que ordenaba una ciudad de rascacielos, fue traducido al ruso y conforme a sus enseñanzas se levantó la Moscú posterior a 1945. Mires donde mires, te encuentras con uno de esos mastodontes. De hecho, la gente los emplea para orientarse. Sin embargo, ese concepto de la omnipresencia no era inocente. Ocurría igual en Yugoslavia con los monumentos que conmemoraban las batallas decisivas de los partisanos, de cuya victoria nacía la legitimidad del régimen. Estaban puestos en lugares altos en los valles, de modo que siempre dominaran el paisaje. El mensaje mostraba quién mandaba.
Hay otro libro de Hatherley, que todavía no ha sido traducido, también muy interesante. The Chaplin machine: slapstick, Fordism and the communist avant-garde procede de su tesis doctoral y explica cómo las vanguardias comunistas asimilaron a las estadounidenses. Según su conclusión, dándole a la fábrica aspecto de circo y al circo aspecto de fábrica. Una idea que enlaza muy bien con las conclusiones de este excelente ensayo, en el que se explica la diferencia entre los bienes de consumo y el espacio público. Los primeros, según la filosofía que imperó, no tenían por qué ser sugerentes, solo tenían que cumplir su función. Citaba el ejemplo de un queso, con el que se pueden hacer muchas recetas, pero se ofrecía solamente queso, porque su función era comerlo porque era nutritivo, no tenían por qué ser atractivos. Para el resto, para lo común, fue al revés, pero marcado por la megalomanía del poder, que tenía que demostrarse que estaba por encima de todos.
Entretanto, la teoría ideal no llegó nunca a expresarse. El modelo de ciudad socialista, una propiedad comunitaria dirigida democráticamente, creada con conciencia y hecha por sus habitantes para su disfrute y desarrollo, nunca se hizo. Pudo haber intentos y fracasos, pero no consta que haya sobrevivido ninguna. Ni en el espacio ex socialista ni en la nueva China.
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