En apenas unas semanas los partidos políticos desplegarán sus ejércitos en forma de coloridos carteles electorales generando, más que nunca, una pintoresca campaña electoral
VALÈNCIA.-Bien sea por campaña electoral, por un partido de fútbol o por competir en el lineal del supermercado, partidos políticos, equipos deportivos o empresas hacen sus propios simulacros bélicos para ganar sus respectivas batallas, recurriendo incluso al vocabulario de la guerra y también a sus símbolos, de ahí a la heráldica, las banderas y, finalmente, los colores.
Necesitamos adoptar bandos, ya no solo pertenecer a grupos como necesidad social básica sino que buscamos la confrontación y, para ello, resulta extremadamente fácil agarrarse a un color que sea nuestra bandera para lidiar la pugna del momento, sea esta nuestra bebida carbonatada favorita, un equipo de fútbol o un partido político. Es el marketing.
El color es la seña más visible de una identidad, tiene más fuerza que ningún otro elemento —recordamos por imágenes— y por eso se utiliza para distinguirse de la competencia, también en el mundo de la política, donde se ganan espacios por colores y los primarios son los primeros en ser escogidos. El amarillo —que, junto al azul y al rojo, es uno de los colores primarios tradicionales— ha sido siempre un gran evitado en el terreno de la identidad corporativa de estas formaciones y a menudo ha servido de una especie de color de descarte, pero que en el panorama actual, y mediante los lazos en favor del proceso soberanista catalán, ha tomado tintes reivindicativos.
* Lea el artículo completo en el número de marzo de la revista Plaza