La asociación entre literatura y ficción es tan antigua que desde sus primeras manifestaciones se observó como una usurpación de los espacios
VALENCIA. La literatura nació para domesticar la realidad. Para expresarla sería demasiado pretencioso. Más bien para asimilarla y digerirla, procesada a través del lenguaje, con todos esos límites que manifiestan las palabras al hablar del amor o de la muerte. El relato nació como instinto y como herramienta, inevitable pero falible.
El gran dolor de la infancia es carecer de lenguaje para entender el mundo. La gran frustración de la adolescencia deriva de la imposibilidad de las palabras de siempre para afrontar las nuevas reacciones del cuerpo, la complejidad de la gran vida. Quien tiene el lenguaje domina el mundo.
El Premio Nobel de Literatura concedido en 2015 a la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich supone la consagración de una injerencia. La asociación entre literatura y ficción es tan antigua que desde sus primeras manifestaciones se observó como una usurpación de los espacios de la literatura la aparición del relato periodístico sobre la realidad. La verdad es mucho más jugosa: si el lenguaje es incapaz, ni la ficción ni el periodismo podrán nunca contener la vida. Su combinación, por consiguiente, es un esfuerzo más por explicar lo que nunca podremos.
Fue Tom Wolfe quien en 1973 teorizó sobre esa aproximación entre periodismo y literatura. Y consiguió la etiqueta de “New Journalism”. Sin embargo Wolfe hablaba con miopía de las novelas de Truman Capote, de Norman Mailer o de las suyas propias; olvidaba en cambio que en América Latina ya habían inventado lo que ellos proponían como nuevo.
En 1957 el impagable Rodolfo Walsh reescribiría a modo de sumario el múltiple crimen cometido por las fuerzas del orden de la Revolución Libertadora en el inmenso basural de José León Suárez, en el Gran Buenos Aires. El resultado sería Operación Masacre, editado en España recientemente por 451 Editores. Las personas, los hechos, las evidencias: Walsh inauguraba al mismo tiempo un modo de acusar, basándose en la idea de estética para interpretar los hechos.
Desde entonces, el género ha dado obras maestras. Hasta llegar al Nobel. Estas son algunas.
Svetlana Aleksiévich, Las voces de Chernóbil
Simbólicamente Aleksiévich ha logrado colocar la literatura de no ficción en el panteón de la gran literatura. Con solo una traducción, su obra es muy poco conocida en España. Las voces de Chernóbil (1997) recupera los testimonios de las víctimas de la catástrofe nuclear de 1986, las consecuencias años después de la explosión. El material humano que no sale en los libros de historia.
Elena Poniatowska, Leonora
Elena Poniatowska ha vivido y contado los últimos cincuenta añ
Sus últimas dos novelas, Leonora (2011) y El universo o nada. Biografía del estrellero Guillermo Haro (2013) buscan construir las vidas de la pintora surrealista Leonora Carrington o del astrónomo Guillermo Haro, en ese espacio de indefinición entre la memoria, la historia y la imaginación.
Emmanuel Carrère, El adversario
En 1993, Jean-Claude Roman asesinó a su mujer, a sus hijos y a sus padres, en un acto terrorífico e impredecible. Toda su vida, según relatara posteriormente, se había asentado en una serie de mentiras sobre su pasado, sus estudi
Ante el temor de que su vida real se manifestara, Roman prefirió acabar con los destinatarios de su vergüenza. Emmanuel Carrère entrevistó al impostor en la cárcel para averiguar las razones de su conducta y entender ese comportamiento extremo. ¿Exculparlo? No, a pesar de todos los problemas que despierta una obra así.
Carrère escribiría dentro de este género obras notables: Una novela rusa (2009), De vidas ajenas (2011), Limónov (2012) o El reino (2015).
Jean Echenoz, Correr
En Francia, esta suerte de biografías ficticias o de relatos entre la realidad y la ficción han creado tendencia en la última década. La vie sexuelle de Catherine M. (2001), escrita por la directora de la prestigiosa revista Art Press Catherine Millet, causó escándalo en los círculos culturales parisinos por relatar las infidelidades y prácticas sexuales de una protagonista de su mismo nombre. Y a partir de ahí, el delirio.
Jean Echenoz, predicador de lo mínimo, narra en Correr (2010) el ascenso y caída del mito checoslovaco Emil Zatopek, pulverizador de récords mundiales en las pistas de atletismo de todo el mundo y espejo de la juventud comunista. En paralelo, Lola Zafón escribirá La pequeña comunista que no sonreía nunca (2015) sobre el mismo ejercicio de apropiación de la Unión Soviética sobre Nadia Comaneci, aunque aquí con mayor detalle y mayor consideración.
Martín Caparrós, Amor y anarquía
El título completo es: Amor y anarquía. La vida urgente de Soledad Rosas (2003). Martín Caparrós, quien se está convirtiendo en un narrador absoluto tanto de ficción como de periodismo como de ensayo (su último ensayo El hambre, publicado en 2014, está corriendo como la pólvora por todo el mundo), relata en esta novela la muerte de la joven Soledad Rosas en Turín en 1998.
Soledad, proveniente de una familia acomodada y de apellido histórico de la Argentina, se ve fascinada por la vida okupa de un grupo de jóvenes turineses. Acusados de atentado terrorista, perseguidos y encarcelados, la joven Soledad Rosas se suicidó poco antes de ser juzgada a la edad de 24 años.
Rober
Encumbrado por Gomorra (2006), a partir de la cual vive con escolta y amenazado por la mafia napolitana, Saviano se ha convertido en la voz de la conciencia italiana dentro de un conflicto que sigue siendo prolijo en la crónica judicial y la crónica de sucesos.
CeroCeroCero (2013) se enfrentaba a un imposible: superar en éxito a la ópera prima de Saviano. Sin embargo, esta no ficción sobre el negocio de la cocaína entre México y Colombia supone la segunda punzada del escritor en el corazón del capitalismo global y del crimen organizado.
Cuatro genios convertidos en clásicos
Con la revalorización del género, abundante y variado en la esfera internacional y con especial relevancia en el ámbito latinoamericano, cuatro de los grandes maestros han pasado a ser ya clásicos. A Rodolfo Walsh se le considera el iniciador del género con Operación Masacre (1957); junto a su obra periodística y su obra de ficción, este “desaparecido” argentino hay que leerlo siempre.
Y sin embargo, fue A sangre fría (1966), de Truman Capote, la novela que conmocionó al panorama literario mundial; hoy en día, otro clásico que ha despertado versiones, revisiones y películas sobre los hechos y su figura.
Ahora bien, la más alucinante de todos los tiempos es Santa Evita (1995), de Tomás Eloy Martínez. Por su variedad de registros, que son mucho más que un alarde de técnica narrativa. Por la delirante historia del cadáver de Eva Perón, sus copias, la maldición que cae sobre los personajes que la acompañan más allá de la muerte. Por el ritmo, la intensidad y la brillantez a la hora de narrar una historia caótica, llena de mitología y escasa de verdades.
Artur Domoslawski publicó en el año 2010 una biografía titulada Kapuscinski Non Fiction en la que ponía en cuestión el trabajo del periodista polaco (su lugar natal por entonces pertenecía a Polonia) y, aludiendo a sus “verdades”, afirmaba que en las librerías debería haber una sección entre la ficción y la no ficción que se llamara precisamente “Kapuscinski”. Acusado de mentiroso, de inventarse testimonios y escenas que no había presenciado y de ser promocionado por el Partido Comunista Polaco a cambio de servicios de espionaje, Ryszard Kapuscinski todavía se mantiene como uno de los mejores narradores de no ficción. Ébano (1998) recorre África en la segunda mitad de siglo XX a través de sus paisajes y sus guerras. Desoladora como la realidad misma.