Vivimos en la era de la ‘perrolatría’. Muerto Dios, muertas las ideologías, nos queda el perro como ídolo de nuestro incierto presente. El perro es el rey de la casa, el tótem de la sociedad, al que adoramos. Para tenerlo contento, no podemos privarle de ningún capricho
Como buen periodista me disgusta madrugar. Ahora que me veo obligado a hacerlo, afronto esta penitencia con estoicismo. Cuando salgo de casa para ir al trabajo aún no ha amanecido. Es noche cerrada. Al poco de caminar siempre me encuentro con un vecino de la zona paseando al perro. Unas veces es un hombre; otras una mujer. Unos días es un joven; otras un anciano. A todos ellos los miro con admiración porque yo sería incapaz de privarme de una hora de sueño por sacar a un perro a la calle. Cuando lleguen los días de invierno, la generosidad de los dueños de canes se tornará en heroísmo. Como nunca busqué la compañía de los animales, me cuesta entender ese sacrificio, pero doy por sentado que a esos hombres y mujeres abnegados les compensará hacerlo.
Vivimos en la era de la perrolatría. Muerto Dios, muertas las ideologías, nos queda el perro como ídolo de nuestro incierto presente. En ti creemos, perro, y a ti confiamos nuestra suerte. No somos la primera sociedad que adora a los animales. Los egipcios, que tanto sabían de esto, lo hacían con los gatos; los judíos se postraban ante el becerro… de oro y, más recientemente, en la España profunda el cerdo era tratado con reverencia y consideración porque de él dependía la subsistencia de muchas familias.
"La mayoría de los perros viven a cuerpo de rey. Comen lo que quieren, van al veterinario y al psicólogo, les hacen la manicura. ¡Ya quisieran muchas víctimas de la crisis vivir como ellos!"
El perro, decíamos, es el rey de la casa, el tótem de nuestra sociedad. Para tener contento al señorito, no podemos privarle de ningún capricho. ¡Cómo no recordar ahora a ese caniche que se pasó ladrando toda la mañana en nuestro edificio en ausencia de su dueño! Si el cuadrúpedo quiere mear o cagar en la puerta de un comercio o un bar, ¿por qué no concederle ese privilegio? Si quiere andar solo, sin correa ni bozal, por las calles y parques de una ciudad valenciana, ¿quién tiene autoridad moral para impedírselo?
A la memoria me viene ese policía local que le recriminó al dueño de un perro peligroso que lo llevase sin bozal, y ya sabemos cómo terminó el infortunado policía, con varios puntos de sutura en la cara. Hay perros y dueños de perros con malas pulgas. Cuidado con los dos, que son una alianza más temible que la de Podemos con los independentistas.
Si bien es cierto que muchos canes son abandonados, algo que nos parece cruel y censurable, no es menos verdad que otros —la mayoría— viven a cuerpo de rey. Comen lo que les place, tienen hora en el veterinario, los llevan a la peluquería, les hacen la manicura y cuando llega el cambio de estación, como les cambia el carácter, necesitan ir al psicólogo. ¡Ya quisieran muchas víctimas de la crisis —parados, precarios, yo mismo, etc.— vivir como un perro!
Al igual que los adultos, los niños y los adolescentes han desarrollado una extraordinaria y persistente sensibilidad por estos animalitos. Esa sensibilidad es compatible, en la mayoría de los casos, con una infinita ignorancia sobre los asuntos del mundo. No saben gramática, ni historia, ni matemáticas pero esto no tiene importancia. Ni falta que les hace. Lo que cuenta es el amor a la perrita Lucy.
Lucy y Lenin —que así se llama el dóberman de mi vecino ruso del segundo— se han percatado de que tienen a sus dueños en un puño y hacen lo que quieren con ellos. Los chuelan. Es el perro el que pasea al dueño y no al revés, como sucede al principio de la deternillante novela Wilt de Tom Sharpe. En nuestros días, el hombre es el mejor amigo del perro. Lo preferimos a la compañía humana, que tanta decepciones nos acarrea y nos exige una relación de igual a igual. Con el perro no es así; nuestra relación es asimétrica.
Como soy un pelín visionario, barrunto que nos encontramos en el comienzo de un cambio más profundo. El perro, como cualquier minoría, acabará reclamando sus derechos. Es cuestión de tiempo que los consiga. Cuando el Partido Animalista entre en el Congreso y sea indispensable para la gobernación del Estado, la Constitución y el Código Civil serán reformados para incorporar, por ejemplo, el matrimonio entre seres humanos y animales, o el derecho a que estos últimos puedan heredar los bienes de los primeros. Esta conquista está al caer. Será uno de los logros que los historiadores recuerden del reinado de Felipe VI, del que hoy por hoy no podemos destacar gran cosa.