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HISTORIAS DE CINE

Polis cocainómanos, asesinos honorables: 20 años de ‘Heat’, la película que redefinió el cine negro

El largometraje de Michael Mann, inspirado en hechos y personajes reales, fue el film de intriga más aclamado de los noventa, pero fue obviado por la Academia; el festival de Toronto le rindió tributo este año

18/12/2015 - 

VALENCIA.“Dicen que hay una delgada línea que separa el bien del mal. Quizás es cierto”. Charles Chuck Adamson era detective de la policía de Chicago. Conocía bien ambos lados del crimen. Amigo personal del cineasta Michael Mann (Chicago, Illinois, 5 de febrero de 1943), Adamson quería ser escritor y acabó siendo personaje e inspiración de Heat, un filme que se estrenó el 15 de diciembre de 1995 y que fue uno de los grandes éxitos de 1996 con una recaudación que superó los 180 millones de dólares. Heat narraba la obsesiva persecución de un detective de policía de un grupo de atracadores profesionales, si bien trascendía los meros pespuntes de esa premisa y abarcaba todos los aspectos personales y emocionales de los personajes, redefiniendo el cine de acción y de intriga. Tenía algo de melodrama, de drama familiar con especial atención a las tortuosas relaciones de pareja, de retrato periodístico…

En un tiempo como el actual, en el que Hollywood se ha rendido a la estulticia chistosa, a la mera ilustración anfetamínica de cómics o, en el mejor de los casos, a la recuperación de éxitos de décadas anteriores, apenas tiene cabida un cine como el que representa Heat, una película que a pesar de que fue olvidada por la Academia (ningún Óscar, ninguna nominación) ha sido y es una constante influencia en el audiovisual contemporáneo. Así la huella de Heat se puede percibir en cineastas tan dispares como el británico Christopher Nolan(El caballero oscuro, 2004), el argentino Fabián Bielinsky (El aura, 2005), el español Daniel Monzón (El Niño, 2014), el canadiense Dennis Villeneuve (Sicario, 2015), o incluso videojuegos como Payday, por citar casos palmarios.

Buena parte de esa influencia se debe al halo de verdad que rodea a la película. El filme nació del íntimo conocimiento que tenía Mann del mundo de la delincuencia organizada gracias a su amigo Adamson. Fue éste quien le habló de un malhechor del Chicago de los años sesenta, Neil McCauley, un profesional del crimen que había pasado 25 de sus 49 años en prisión, ocho de ellos en Alcatraz, y de estos ocho la mitad en un espacio de aislamiento que se llamaba El agujero. Una pieza de aúpa. Adamson le relató a Mann una conversación que tuvieron él y el delincuente en la que, convencido de que más tarde o más temprano se enfrentarían, le emplazó en una cafetería a que no se metiera en problemas y se fuera de la ciudad. McCauley le replicó con un lacónico ‘me gusta Chicago’. 

Posteriormente, Adamson tuvo noticia de que McCauley y su gente iban a asaltar un almacén. Buscaron un lugar para esconderse y esperaron a que llegasen los delincuentes. Durante la vigilancia, Adamson se dio cuenta de que McCauley tenía controlado todo el espacio. Sabía dónde estaba cada coche aparcado, qué modelo era, y así lo iba comprobando mentalmente. Ese perfecto conocimiento del entorno le hizo percatarse de que algo no funcionaba cómo era debido. Mientras, entre los agentes, uno solicitó permiso para ir al baño. Adamson intentó evitarlo, pero el agente aseguró que era un momento. Desde la calle, McCauley oyó el ruido que hizo el agente. Sin saber dónde, pero lo oyó. Se quedó quieto, mirando hacia la oscuridad, donde estaban agazapados los policías y, sin dudarlo, abandonó el asalto, ante la atónita mirada de los agentes que no supieron qué hacer.

Tanto la conversación entre Adamson y McCauley como el frustrado robo del almacén se convirtieron en manos de Michael Mann en un material cinematográfico, y como tal fueron incluidos en un guión de casi tres horas. Tras intentar en vano realizar la película, Mann decidió filmar una versión reducida del mismo. Se llamó L. A. Takedown, y vio la luzcomo telefilme en 1989. Pasó sin pena ni gloria. Fue la determinación de su amigo el productor Art Linson la que le hizo recuperar el guión. Tras hablarle Mann de la versión completa de la película, de las historias que la habían nutrido, Linson le pidió una copia. Su veredicto fue definitivo: “Tienes que hacerlo ya mismo. Debe ser tu próxima película”. Y así fue. Mann aprendió una gran lección: Siempre hay que intentarlo una vez más. Como escribió Beckett: Cae; cae de nuevo; cae mejor.

El pasado mes de septiembre el Festival de Toronto abrió sus exigentes puertas para rendir homenaje a la película por su veinte aniversario; la magia de los números redondos. La actividad incluida en la programación del certamen venía a poner de relieve la transcendencia artística del filme. Es una película plagada de hallazgos que contó entre sus atractivos con la presencia de dos mitos del cine estadounidense juntos por primera vez, Robert de Niro y Al Pacino. Ambos se encontraban en la cumbre de sus carreras y si bien habían compartido metraje en El Padrino II (1974, Francis Ford Coppola) jamás habían compartido plano.

Desde el principio ambos actores se comprometieron a participar en la película, el primero encarnando al delincuente, y el segundo al policía. Para construir los personajes se implicaron hasta el punto de ampliar la biografía de sus papeles. Así, Al Pacino le sugirió a Mann que su Vincent Hanna cobraba más sentido si lo convertían en cocainómano, lo que explicaría tanto su hiperactividad como sus cambios de humor. Igualmente, contribuiría a fortalecer el contraste con el personaje de De Niro, más introvertido, de una apariencia más contenida, y realzaría el hecho de que ambos personajes eran las dos caras de la misma moneda, el yin y el yang. Esta adicción es algo que nunca se ve la película, ni se presume; sólo se puede intuir por las reacciones del actor, sus gestos nerviosos, su forma de andar… Una adicción que no le impide ser un buen policía y un buen padrastro, pero sí que le impide ser consciente de que su obsesión por su trabajo le aparta de sus parejas.

Por su parte, De Niro, junto a los actores que encarnaban a la banda de delincuentes (Val Kilmer, Tom Sizemore y Danny Trejo), participaron en entrenamientos intensivos en campos de tiro con fuego real. El uso habitual de las semiautomáticas les hizo ser auténticos expertos. Durante años en los marines se empleó un fragmento de la película en el que se veía a Kilmer cambiando un cargador y se exhibía como ejemplo de lo que se debe hacer. Igualmente, las extenuantes jornadas de entrenamiento les permitió entablar una estrecha relación, química que se trasladó al rodaje. Así lo admitía el propio De Niro quien aseguraba que él y Val Kilmer habían alcanzado un mejor grado de entendimiento gracias a estos ejercicios. “Cuando haces este tipo de entrenamientos conoces a la persona, alcanzas un sentido de lo que estás comunicando y creas una relación que puedes usar, una familiaridad que empleas cuando haces escenas juntos”, explicaba.

La secuencia por la que cobraba sentido tanto adiestramiento fue la del asalto al banco. Marca la película, la parte en dos, y está considerada como uno de los mejores tiroteos de la historia. Continúa siendo insuperable. Se han disparado más balas, han muerto más personajes, pero ninguna película ha conseguido transmitir esa intensidad. Inspirada en el final de Grupo salvaje (1969, Sam Peckinpah), Mann tuvo la virtud de ir más allá de la mera evocación cinéfila y apostó por situaciones realistas extraídas de sus propias vivencias. Al contrario que Peckinpah, Mann eludió la ralentización de las imágenes para así mostrar la cruda realidad de la violencia (el ralentí de hecho marca el final de la secuencia). El rodaje del asalto al banco y el posterior tiroteo, que sólo pudieron filmar durante los fines de semana (tenían permiso para grabar sólo sábados y domingos), les obligó a ir y montar una y otra vez el decorado en un tiempo récord. Cada uno de esos rodajes se convirtió en sí en una atracción para los turistas, que se acercaban después de cada filmación al set para llevarse los casquillos de las balas de fogueo como souvenir. El sonido, inolvidable, es sonido real.

Mann contrató al actor, escritor y ex presidario Edward Bunker como asesor, si bien como el propio Bunker reconocería diez años más tarde su participación se limitó a que le dieron a los actores que interpretaban a los delincuentes un ejemplar de su novela No hay bestia tan feroz. El director quería que todos los actores conocieran a los personajes, y así hizo que las mujeres de policías en la ficción conocieran a sus pares en la realidad, que las mujeres de los delincuentes ídem, y que los bandidos y policías se encontraron con bandidos y policías reales. El propio Bunker inspira un personaje, el que interpreta Jon Voight. Tanto verismo pasó sin embargo por alto un detalle y es que no existen muchas bandas de delincuentes en el mundo tan profesionales, que inviertan tanto dinero en sus atracos, que sean tan minuciosos; a lo sumo, un par en Estados Unidos y diez en todo el mundo. Como ironizaba Bunker en 2005, “si tienes tanto dinero para hacer ese tipo de golpes no necesitas robar”.

El esmero de Mann abarcó todos los aspectos de la película. Adaptó Pacífico, un conocido cuadro del canadiense Alex Colville,para representar al personaje De Niro; eligió las localizaciones y descubrió a su equipo espacios de la ciudad que eran la parte oscura de la urbe; y lo que es más importante: todo era real. Durante nueve meses había patrullado con agentes de la policía angelina. En ocasiones, hasta le dieron un arma… por si las moscas. Mann sabía el suelo que pisaba y eso se notaba. Segunda lección: Un buen trabajo de campo hace todo más fácil. 

Su retrato de la megalópolis californiana no fue precisamente turístico sino honesto, respiraba autenticidad, y alcanzó una dosis de realidad que se ha podido ver en muy pocas ocasiones en el cine y que no fue igualado hasta que se realizó la serie The Wire (2002-2008), fresco de otra gran urbe estadounidense, Baltimore. Muchos de los secundarios que aparecen en Heat son personas reales. Mann los seleccionó con unos criterios dignos de Ken Loach. Al sin techo testigo del primer asalto no lo buscaron ni lo crearon; se lo encontraron en el lugar del rodaje. Le dijeron ‘póngase ahí’ y venga, a filmar. Los agentes del departamento forense que aparecen en el film eran miembros de la policía angelina. En Heat los coches no estallan cuando se les dispara y las balas atraviesan las puertas de los vehículos. Incluso el asalto al banco se ensayó con personas reales durante la preproducción y así De Niro, Kilmer y otros actores atracaron una sucursal ante el desconcierto de los clientes y la complicidad de los miembros de seguridad. 

Fase final: montaje y venta

Esta sorprendente combinación de preparación, verismo, honestidad e improvisación contribuyó a enriquecer una película que cobró su forma final en el proceso de montaje y postproducción. Con una voluntad transgresora, Mann diseñó junto con Elliot Goldenthal una banda sonora llena de apuestas arriesgadas, como el uso de una obsesiva percusión durante el asalto. Interpretada por Kronos Quartet, la partitura del neoyorquino fue sazonada con composiciones de lo más variadas, que iban desde dos temas de Moby, un éxito de House of Paina Terje Rypdal, hasta un instrumental de U2 con Brian Eno de su proyecto paralelo Passengers, o una pieza del grupo de culto alemán Einstürzende Neubauten; una combinación imposible que funcionó. Si quieres romper moldes, debes arriesgar.

Faltaba la venta. La fuerza del guión permitió a Mann contar con un reparto de campanillas, que incluía aparte de los mencionados a unos primerizos Ashley Judd,Dennis Haysbert y Natalie Portman, entre otros. Viéndolo hoy sorprende la amplitud y calidad del elenco. No hay ningún actor malo. Hasta Val Kilmer está bien. Con todo, buena parte de la campaña publicitaria se centró en primar la famosa escena del bar entre De Niro y Pacino, el encuentro entre el policía y el delincuente, aquella cita que en realidad se había producido treinta años antes en Chicago. 

Conscientes del potencial de dicha secuencia, Mann y su director de fotografía Dante Spinotti eligieron hasta cuatro planos diferentes, pero en la sala de montaje optaron por retirar aquellos en los que se veía a De Niro y Pacino nítidamente. Con ello se reforzaba el carácter de duelo entre los dos personajes, imitando así la vida real. Una emulación que llegó hasta las últimas consecuencias. De hecho, el filme concluye como acabó el enfrentamiento entre Adamson y McCauley: con el policía abatiendo al criminal. Pero si en Heat ese duelo final, de reminiscencias western, tuvo lugar en el aeropuerto de Los Ángeles, en la vida real ocurrió tras un asalto a un furgón blindado por parte de McCauley y su banda, el 25 de marzo de 1964, en Chicago. Los delincuentes fueron atrapados en una encerrona por Adamson y otros ocho agentes. Dos de los ladrones fueron abatidos en un callejón. Un tercero escapó, aunque fue atrapado a los pocos días y enviado a prisión. McCauley fue cazado en el jardín de una casa cercana, donde murió. Tenía 50 años. La mitad de ellos los había pasado en la cárcel. El crimen no pagó.

Hoy Heat sigue viva en gran parte gracias a Internet. No ha habido edición del coleccionista ni reestreno programado, al margen de los actos del festival de Toronto, pero constantemente se suben vídeos a las redes sociales de fans que remontan fragmentos de la película mezclados con la banda sonora. Algunos de ellos pueden ser considerados virales porque superan los millones de reproducciones. Según la web profesional IMDB Heat es la película 123 de la historia. Por su parte la revista Empire la sitúo como la número 38 de las 500 mejores películas de todos los tiempos. Y ha llegado hasta aquí sin premios, sin oropeles, sólo por la integridad y profesionalidad de su narración. Otra gran lección: El cine que permanece es el que aspira a ser honesto. 


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