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València a tota virolla 

Por qué esta casita del Camí Vell de Benimaclet es el símbolo es una ciudad que ya no existe

La arquitectura y los procesos urbanos tienen una capacidad innata para fabricar anomalías. Esta vivienda agrícola a espaldas de Jaume Roig es una de las mejores pruebas de València.

10/10/2020 - 

VALÈNCIA. Sobre la puerta, una placa. ‘Penya astronómica La Murta’. Es solo un aviso, un guiño involuntario, sobre cómo las cosas en ocasiones no son lo que parecen. 

En realidad debía poner ‘Penya gastronómica’, pero retiraron la ‘g’ porque daba hambre a los transeúntes accidentales y preguntaban demasiado. 

Los astros se unieron para que una casa de cuando todo-esto-era-huerta fuera pasando pantallas, al filo del derribo, salvándose de ampliaciones urbanísticas, viendo a la ciudad crecer a su alrededor, pero como un hierbajo bien resistente (¡resiliente, quiero decir!) aguantó en pie. Y allí sigue. “Fallos del sistema que enamoran”, se leía en Twitter sobre la casa en una definición precisa que, sin embargo, abre una duda: ¿cuál es el fallo?, ¿la casa o la incapacidad de la planificación urbanística para integrar construcciones que definen una cultura?

En el Camí Vell de Benimaclet, en unas coordenadas que rememoran un mapa enterrado bajo cuatro llaves, en un enclave entre Jaume Roig y el residencial La Luz (¡lo recordarán de anteriores episodios!), la casa es una anomalía. Aunque nada es lo que parece, la imagen de contraste entre las fauces del gigante y una pequeña criatura en sus tobillos refleja bien cómo de molesta resultó la casa entre los bloques, cómo se procuró deshacerse de ella. Y cómo, de tanto aguantar las embestidas, acabó convirtiéndose en una mini comunidad de estudiantes con terraza, huerto propio y horno moruno. Sin salida a calle, abierta a una plazoleta hecha descampado y con demasiadas miradas puestas en ella. Eso vendrá después.

Foto: KIKE TABERNER.

Marta Torres vio un anuncio en la calle, en una farola. La promesa de una casa de planta baja a tan solo unos pasos de su facultad, la de medicina, la sedujo. “No sabía dónde estaba, no la había visto. Me la enseñó una estudiante de Erasmus. Vi su higuera tan grande, que daba higos. La vida es muy casera, con una terraza muy agradable, un salón muy grande con dos zonas de sofá… y en la parte de atrás unas cocinas muy amplias de cuando era peña gastronómica”. Preguntada por la sensación de vivir en esta anomalía urbanística, Marta define así: “como estar en un limbo”.  

En la Nit del Foc de 2010 un artefacto explosivo estalló en la puerta “de la última vivienda tradicional valenciana”, como contaba la prensa aquellos días. No era el primer incidente. El GAV había reiterado sus avisos con pintadas y masclets, buscando aplastar con sus botas un elemento que de tan pequeño descolacaba dogmas cerriles. En ese limbo, y sin que los proyectos de derribo se hayan concretado, cierto estigma recorre sus estancias. 

Algunas mañanas sus inquilinos veían a Rita Barberá salir de la peluquería cercana, acentuando la confusión del espacio-tiempo en el que habitaban. Es una superposición de las típicas imágenes retro de la València de ayer sobre el plano del presente. Solo que las dos imágenes pertenecen al mismo tiempo. El efecto pasadizo conforme se sale de La Luz proyecta la sensación de que a alguien se le extravió la casa. 

La ilustradora Alejandra de la Torre, cuando la descubrió, supo que no era una unidad como cualquier otra. Merecía detenerse ante ella y ante su simbolismo. Le dio forma -dentro del ciclo ‘València Se Ilustra’. “Me fascina el contraste que crea con todo lo que le rodea”, dice. “Viendo este espacio creado entre la pequeña casa de huerta y los inmensos edificios que hay a su alrededor, eres un poco consciente del pasado y presente de la ciudad. Además tiene ese punto entre tristeza y lucha. Tristeza, porque viendo la casa das por hecho que todo lo que ahora son edificios antes era huerta, naturaleza y lucha porque no han podido con ella, la han rodeado, quitado todo lo que tenía antes alrededor, pero ella ahí está. Son cosas que se han quedado como fuera de lugar para recordarnos que era lo que había ahí antes”.

Una lucha ante gigantes que cualquier día acabará con la casa sobre la lona. Entre tanto, el corral lindado de plantas, con las macetas pintadas de azul, como el buzón, como la señal de Camí Vell de Benimaclet, se preparan para librarse otra vez y perpetuarse. La lección de que algunas de las cosas más excitantes de la ciudad suceden cuando se salen del plan previsto. 

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