La Historia y los medios siguen sin encajar la realidad virtual. Los videojuegos, por ejemplo, son un artefacto cultural de masas desde los 80. Sus guionistas impactan en nuestras vidas tanto o más que el mejor pagado –diría pagada, pero me da que esto sigue pendiente– en Hollywood. Sin embargo, pese a que quizá usted mismo haya pasado meses frente a uno de esos juegos, ¿sabría decirme el nombre de tres o cuatro de sus creadores?
El olimpo cultural, las referencias, siguen fijadas por los medios y la Historia (aunque ya queda menos). Es sorprendente que, pese a que las personas y las sociedades construyen su identidad al mismo nivel dentro y fuera de las pantallas, ese olimpismo sigue teniendo mucho más que ver con la fisicidad y el siglo XX que con el mundo postcovid. Quizá sea porque quien concede aquella beca, paga ese salario, edita otro libro o distribuye esta opinión nació poco después de la llegada del televisor y no del ADSL.
No obstante, los menores de 40 en todo el mundo comparten una fuente informativa, educativa y globalizante desde hace tiempo: YouTube. Pero si en YouTube sucede cualquier desmán en esos ámbitos, como la distribución de un conocimiento falso e interesado, un delito relacionado con el Derecho al Honor o cualquier problema propio de los humanos que interactúan, nadie cree que sea algo que merece el control de los poderes públicos. ¿Existe ese control? En cambio, si lo mismo sucede en un espacio televisivo…
El principal mérito de Google es haberse convertido en el Gran Hermano de Orwell con una legalidad feudal. Este término, el del feudalismo digital, va poniéndose de moda al comprobar que nos hemos encogido de hombros ante la posibilidad de que nuestros teléfonos sean o iOS (Apple) o Android (Google). Y ya está, y solo hago referencia a algo tan transversal como los sistemas operativos móviles. Es decir, que todo el negocio digital en torno a ese elemento que llevamos en el bolsillo, nos parece la mar de normal que pague, por cualquier comercio, el 30 o el 40% del todo. A dos empresas, que es la brillante idea para evitar el adjetivo del monopolio. Chapó.
Los medios, ensimismados en un negocio publicitario más resistente de lo que convendría, que cuando caiga nos habrá dejado a los pies de los caballos de una máquina indestructible (el comercio global gestionado por empresas ajenas a nuestra realidad), no informan de YouTube, pero YouTube es la principal cadena de televisión para una buena parte de la población mundial. Año tras año, los adolescentes siguen siendo sus principales consumidores y eso distorsiona lo demás: dudo que les cueste encontrar a iguales que han convertido a esta plataforma en su televisor. Entre mis amigas, el perfil de Netflix y YouTube frente al sofá es el menú del día.
Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿qué sabemos de YouTube? Si es un canal homologado para la distribución de mensajes masivos, ¿cómo funciona? ¿A qué intereses atiende? ¿Qué le queda de red social? ¿Tiene algún tipo de responsabilidad pública? Por si no lo saben, todas las cadenas de televisión, también Telecinco, las tienen. Por eso usted no puede montar una tele, aunque tuviera el dinero. Y esas empresas, burlen mejor o peor el contrato social, cumplen con ciertos criterios y revierten socialmente. ¿Pero hay alguien preocupado ahí fuera porque el canal audiovisual más consumido en muchos hogares y mentes tenga algún control?
Las y los estudiosos de YouTube –los hay, pero no en los medios– hablan de distintas generaciones y olas desde que en 2005 tres exempleados de PayPal se inventaran este negocio. Entre otros, recientemente ha sido José Luis Crespo (QuantumFracture) el que ha actualizado esa cronología en el canal de la editorial Arpa. Resumidas, son: 2005 y “la generación cero”, quien subía el contenido de manera ingenua “por las risas”, predominando adolescentes con tiempo y libertad de opinión; hasta 2010 y la primera generación, que después de haber invertido ese tiempo “por las risas” se topa con unos ingresos mensuales crecientes y sigue estando copada por adolescentes (Willyrex, Rubius); la segunda generación, en torno a 2010, que se fundamenta en jóvenes consumidores que ven que ese puede ser un modo de vida y se explotan como marca personal (Dulceida, Fortfast); la tercera generación, hasta 2016, con una llegada masiva de youtubers especializados (Ter, Jaime Altozano, Antonio García Villarán) y agencias de creación de contenido e influencers. Todavía bien remunerados por la plataforma y aupados gracias a un algoritmo que premia el contenido de calidad; y, por último, la cuarta generación, en la cual el algoritmo rompe con la historia de YouTube ya que la masificación provoca técnicas tan sofisticadas como cuestionables (clickbait falso, noticias falsas rampantes, estallido de nichos, rendición al algoritmo) y que coincide con la escena actual: La Resistencia o El Hormiguero (caso España, late shows americanos en su caso), convirtiéndose desde los medios tradicionales en los nuevos transatlánticos de la nueva televisión pública.
El problema del colapso actual lo evidenciaba hace unos meses otro youtuber español destacado, RunbenGuo: “qué brutal que YouTube está premiando que crees contenido generalista. Si haces contenido mucho más nicho, mucha más gente dejará de verlo o no le gustará, y YouTube dejará de recomendarlo”. Una reflexión que hace con un rótulo sobreimpresionado: “¿Cómo la nueva televisión?”. Los grandes creadores de esta plataforma, con empresas que cuentan con un puñado de trabajadores directos (QuantumFracture), una docena (RunbenGuo) o decenas (RomualdFons) llevan meses sobreviviendo a un cambio en el algoritmo que ha provocado un fenómeno del que no hablan los medios: el abandono de YouTube por parte de creadores de contenido de alta calidad, como el caso C de Ciencia.
Martí Montferrer contó a inicios de año como la inercia de YouTube por premiar -cada vez más y de manera irreversible– contenidos generalistas, públicos masivos, acababa con su proyecto (1,43 millones de suscriptores). A lo largo de 40 minutos, describía cómo las tendencias en la producción –totalizantes, capaces de convertir en algo similar un mensaje que hable de ciencia, marketing, esquí acuático, crianza de tortugas o yoga– estaban minándole psicológicamente. Más recursos, un equipo tratando de interpretar el algoritmo día tras día, pero un revés constante para proyectos nicho. Cada vez más inversión en tratar de comprender cómo ser más visible en el canal global, pero cada vez más sobrepasado por aquello que más publicidad sea capaz de generar (de lo que va la cosa).
La licitud del modelo es incuestionable, pero pongamos por caso un ejemplo y preguntémonos qué consecuencias tiene en la comunicación el presente de YouTube. En la versión lite de su curso para YouTube, RomualdFons mostraba un ejemplo de clickbait malo. Un ejemplo que evidencia por qué YouTube ya es Telecinco, por qué es irreversible y peligroso:
Por si no les apetece verlo, les resumo: en un canal de 5.000 suscriptores, un video publicado hace tres meses tiene 3,4 millones de reproducciones. El video promete en su titular que Conor McGregor (boxeador profesional) reacciona a algo que le dice Jake Paul (youtuber y boxeador amateur). El video dura tres minutos y lo que allí dice que sucede, no sucede. ¿Y? Pues nada, promoción total. ¿Razón? YouTube pone un anuncio –al menos uno– cada vez que el video se reproduce. ¿Control? ¿Responsabilidad? A saber. Este experto en marketing –perfil peligrosamente dominante entre los más exitosos youtubers españoles, enfocados a asumir el algoritmo y adaptarse para crear más negocio y no esperar que sea la calidad de un contenido no comercial la que se imponga– acierta al acudir al peso de la supuesta red social: el video tiene 32.000 me gustas y 53.000 ‘no me gustas’. ¿Efecto para YouTube en su difusión? Ninguno. ¿Y? Pues nada, YouTube vive de poner anuncios. Su algoritmo ya avanza con un único objetivo: que el periodo de tiempo desde nuestra entrada hasta nuestra salida de su plataforma sea el mayor. ¿Y si nos retiene con videos de perritos haciendo cosas de humanos con gafas de sol? Válido. ¿Y si nos retiene con cualquier mensaje falaz, no verificado, potencialmente desinformante? Válido.
¿Quiere decir que YouTube promociona contenido sin más cortapisa que las denuncias por copyright? ¿Quiere decir que si YouTube es una pantalla global, consumida masivamente por el 90% de los usuarios menores de 40 años, puede propagar todo tipo de mensajes bajo el criterio feudal de mi beneficio por encima de cualquier consecuencia? Sí, claro. No habrá asesinatos, no habrá pornografía, no habrá lo que moralmente no pueda encajar en cada país. Pero por debajo de criterios legales esenciales, el único criterio del neolenguaje de la imagen por encima del menor control, la mentira, lo negligente, lo que hace suyos los sesgos cognitivos para promocionar un contenido sea más o menos nutritivo, prevalece.
Es cierto que nada ni nadie permanece en su pureza. Este efecto masivo en YouTube tiene incluso su propia migración de usuarios descontentos, aunque ese movimiento haya tenido poco que ver con lo socialmente responsable y todo que ver con lo económico (Twitch). Telecinco, hecha valer aquí como un concepto de canal en el que los sesgos cognitivos, las reacciones emocionales, el estómago como principal vía de entrada de un consumo de entretenimiento masivo –aunque no todos sus contenidos se atienen a ello– mantiene con nosotros, de lejos, un mayor contrato social. Ocupados en otra serie de asuntos muy del siglo XX, a la supervisión comercial, comunicativa, moral y los efectos derivados, a la gestión pública, ni está ni se le espera. La realidad virtual sigue ajena a la Historia y a los medios, que es lo que influye en la agenda política. Ambas agendas van camino de quedarse aisladas retroalimentándose.
En fin, que la globalización también era esto: asumir que otras formas de ver el mundo, con la venta por encima de cualquier tipo de vida, forman parte de nosotros. Nuestro sistema también era esto, anquilosarse en una estructura de organización pública que reacciona a los cambios sociales con décadas de latencia (Reforma Laboral, je). Lo preocupante viene de nuestro lado, de cómo creadoras y creadores de contenido, lejos de la queja, se adaptan al algoritmo y a sobrevivir. De nuestro lado, porque si quisiéramos, los contenidos (las mentiras, lo negligente, al menos) puede ser denunciado. Pero hace ya casi dos años que Korah (youtuber valenciano entre la segunda y tercera generación) lo denunció sin consecuencias. Sirva su video como ejemplo de lo dicho y muestra de cómo las voces discordantes, los likes o las buenas causas no son las que YouTube premia. Oh, sorpresa.