VALÈNCIA. ‘Me estáis preguntando mucho’ por el detergente que uso. Por mis persianas nuevas. Por la leche del desayuno. La letanía de dudas pseudoespontáneas persigue a las influencers patrias, obligadas a abandonar sus quehaceres para contestar a sus ansiosos followers. Bueno, probablemente nadie les haya preguntado nada, pero la coletilla se ha convertido en una de las tácticas más utilizadas por estas creadoras de contenido que han convertido sus perfiles 2.0 en una feria publicitaria con poquísimos escrúpulos. Un ‘todo vale’ promocional.
Bien lo sabe Lorena Macías, la publicista valenciana responsable de @hazmeunafotoasi. Nacida en plena pandemia, esta cuenta de Instagram (que suma más de 330.000 seguidores) expone las costuras de la industria de la influencia a golpe de sátira. Una cruzada en clave de humor que le ha valido el título de «destructora de contenidos». Además, está al mando del pódcast Influ-Realismo Mágico y dirige una empresa de publicidad.
Recientemente, Macías ha publicado Cien años de mendigram: la gran historia del influ-Realismo mágico, (Roca). En esta obra, disecciona las aristas del universo influencer, narra las peripecias de su cuenta y reflexiona sobre el marketing y las redes sociales. Porque, como diría cualquier estrella de Instagram con ínfulas, “detrás de esto hay mucho trabajo que no se ve”.
-Has experimentado el universo influencer desde distintas perspectivas: lidiando con sus exigencias cuando trabajas en un hotel, desde una perspectiva más analítica y paródica con Hazme una foto así y, finalmente, haciendo publicidad para marcas desde ese mismo perfil. ¿Cómo has vivido cada etapa?
-En ese hotel viví situaciones complicadas, pues debía gestionar la comunicación con las influencers y no siempre era agradable. A menudo, no proporcionaban sus estadísticas reales o postergaban las respuestas. Tras varias ‘chapuzas’, nos volvimos más selectivos. Pero esto no define a Hazme, no quiero que parezca una salida revanchista. Empezó como algo espontáneo y lúdico, pero creció hasta superar el alcance de algunas influencers a las que parodiaba. Me di cuenta de que tenía que aprovechar esa visibilidad. Las marcas, al principio, me contrataban como creativa y después para generar contenido publicitario desde mi propia cuenta. Se ha convertido en un trabajo más.
-En alguna entrevista has comentado que estas influencers viven en una burbuja, ¿cómo afecta esto a la hora de conectar con su audiencia o ser conscientes de sus privilegios?
-Hace poco, la escritora Alana S. Portero comentaba que vivir en un barrio obrero te permitía conectar con una realidad más universal que tu realidad privilegiada. Muchas influencers empezaron siendo chicas muy normativas, a las que toda la ropa les quedaba bien, y que se hacían fotos con prendas de Zara en parques o polígonos. En esos momentos, podías verte reflejada en ellas, podías pensar que si ahorrabas o con la paga extra podías aspirar a comprarte un complemento caro como los suyos. Pero ahora tienen habitaciones llenas de bolsos de marca y reciben todo gratis, desde ropa hasta viajes. Eso genera distancia con la audiencia: su contenido deja de ser aspiracional para convertirse en una ventana a un mundo inalcanzable al que solo te asomas como espectadora.
-¿Hasta qué punto son conscientes de que su relación con sus seguidores ha cambiado?
-Lo son plenamente, porque hace no tanto conocían el valor real de las cosas. Por ejemplo, alguien le decía a Violeta Mangriñán: “Tú que has sido dependienta sabes lo que es ahorrar para ir a Maldivas, eso se nota”. Sin embargo, este equilibrio es difícil. Fingir precariedad para conectar con la audiencia no funciona si en la siguiente story estás promocionando un producto que vale varios sueldos. No maquilles tu realidad ni trates a tu audiencia como si fuera tonta; eso es lo importante.
-Hace unas semanas hablaba con Raquel Peláez sobre su libro Quiero y no Puedo, donde aborda el universo aspiracional pijo. Pensaba en ello durante el capítulo que dedicas a las bodas de las influencers y a las colaboraciones con restaurantes; en cómo se genera ese deseo de emular su mundo.
-Pero en cuanto rascas un poco se ve que es cartón piedra. Como esa amiga que trató de imitar la boda de una influencer (con cuestiones casi obligadas como ponerse tres vestidos distintos), pero con un presupuesto mucho más bajo. Y el resultado suele ser extraño. De igual modo, mucha gente no puede irse a Ibiza 15 días a un hotel de lujo en primera línea de playa, pero sí que pueden irse un fin de semana en Ryanair, hacerse una foto en el restaurante de moda y creerse parte de esa clase un ratito.
-Incluyes nombres concretos de influencers, ¿dudaste en mencionarlos de forma directa?
-Mi cuenta no se basa en rumores o especulaciones, sino en hechos concretos. Quien se refirió a su empleada doméstica como "filipina Mayet" porque así la tenía agendada y lo mostró en público fue Carla Barber, no alguien desconocido. Yo no hablo en abstracto; muestro lo que ocurrió y lo presento con mi estilo. El libro es un compendio de anécdotas de la cuenta, asuntos que hasta ahora no había contado, cuestiones internas sobre el mundillo de la publicidad y la influencia y un poco de autoficción. Pero todo parte de hechos reales, así que no tendría sentido disfrazarlos
-Al caer por el agujero negro del mundo influencer te llamaba la atención lo repetitivas que eran sus fotos. De hecho, tu cuenta comienza haciendo memes y evoluciona desde ahí. ¿Esa reutilización de las mismas fórmulas desvela una falta de originalidad de esas creadoras o solo intentan reproducir lo que creen que es adecuado y exitoso?
-En las influencers de estilo de vida, las que más conocemos, hay poco lugar para la originalidad. Sus perfiles se basan en mostrar su día para ese segmento de personas que les siguen y lo consideran aspiracional: "me he puesto esta ropa, he tomado este café, me he hecho la manicura”. Esa repetición de ángulos, poses o temas refleja una falta de dedicación y, sobre todo, las limitaciones de la naturaleza de su contenido. Los trends en redes les resultan útiles: simplemente adaptan sus publicaciones a la tendencia viral de cada momento y tienen solucionada la producción del día.
-¿Cuánto influye la esclavitud del algoritmo en el tipo de contenido que generan?
-Les influye completamente. Están convencidas de que no pueden parar. El algoritmo las presiona a estar siempre activas: si no publican constantemente, creen que perderán visibilidad, campañas y relevancia y esa presión les acaba obsesionando. Las influencers viven en su propio Black Mirror, donde el algoritmo es como un jefe con un látigo.
-De hecho, resulta muy curioso cuando piden disculpas por no haber publicado nada durante una mañana…
-Y, en realidad, el seguidor promedio de una influencer, mientras está ocupado con su vida cotidiana, no va a fijarse en si una influencer le ha dado los buenos días o no. Es casi una psicosis generada por el algoritmo, el ritmo acelerado de trabajo y la competencia entre ellas. Si otra influencer sube 25 stories al día y tú solo 2, sientes que te estás quedando atrás. En esa presión, las influencers se pierden. Esa desconexión con el mundo exterior se refleja perfectamente en frases como “madre mía, chicos, no me he pasado por aquí en todo el día”: justifican una ausencia que no le cambia la vida a nadie.