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¡NO es el momento! / OPINIÓN

Preparado, no… ¡preparadísimo!

Foto: Yui Mok / PA Wire / dpa
18/09/2022 - 

El año de gracia de dos mil veintidós ha sido el que ha visto, finalmente, ascender al trono del Reino Unido al rey Carlos III, tras más de setenta años de reinado de su madre. Un señor que, después de unas cinco décadas de preparación para desempeñar la función (o más, si nos creemos eso de que en realidad a los vástagos reales los educan para reinar y hacerlo de la mejor forma posible desde la cuna, más o menos a partir del mismo momento en que empiezan a ponerles películas de Kurosawa), accede a la Jefatura del Estado del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte a la muy respetable edad de 73 años. Teniendo en cuenta que la gran ventaja de la monarquía constitucional como forma de gobierno, se nos dice, es que de este modo se nos garantiza que a tal dignidad sólo llegan personas muy preparadas, todo en orden.

Garantía de buen hacer es en parte que hemos dispuesto que sólo quienes acreditan una dotación genética privilegiada puedan reinar, pero también que lo hacen tras una vida de preparación para ello. Ingleses, escoceses, galeses y norirlandeses no pueden sino estar de enhorabuena, así como los ciudadanos de otros estados que conservan como jefe de estado simbólico a los reyes de Inglaterra, que seguro que están encantadísimos. Este señor no es que esté preparado, que el hombre igual te firma con plumas de esas que se mojan en un tintero, como hace un siglo, que te juega al polo o da discursos que es un primor… sino que va a estar directamente preparadísimo. Difícilmente vamos a encontrar a alguien que haya tenido tanto tiempo para reflexionar sobre sus funciones mientras todo el mundo le hacía la pelota más exagerada, año tras año, en ceremonias protocolarias o actos oficiales por todo el mundo. Que es de lo que se trata, ¿no?

La sucesión en la Jefatura del Estado del Reino Unido nos permite, por lo demás, analizar las indudables ventajas de la monarquía en general, más allá de la cuestión esta de la innegable preparación que garantiza el sistema, pero también de las que todavía existen por ahí. Si pensamos en España, por ejemplo, Felipe VI accedió al trono pasados los 45 años, quizás demasiado joven y con todavía algunas regatas mediterráneas o bajadas de esquí alpino por pistas rojas de Aspen por acabar

 de controlar del todo dentro de su proceso de formación pero, aun así, acreditando una sobrada preparación que incluía haber visto, siendo un niño, a su padre desarticular un golpe de estado a golpe de telefonazo con el principal organizador del mismo; la gestión de una herencia familiar antes de acceder al trono que obligó a Casa Real a explicar, en plena primera semana de pandemia de covid-19 para que no se analizara mucho el tema, que ahora no quieren saber nada; una simpática perpetuación de la tradición familiar borbónica consistente en que sigamos sin saber qué patrimonio acumulan él, su cónyuge y su familia; y, sobre todo, ese aprendizaje tan importante para su función, lección que por ejemplo Carlos III de Inglaterra ha demostrado no haber superado, de que se ha de estar disponible para matar al padre, simbólicamente, cuanto antes, aprovechando la mínima oportunidad. Así, y a pesar de contar con el hándicap de casi tres décadas menos de proceso de preparación, Felipe VI ha demostrado que Carlos III aún debería haber estudiado más. ¡A nuestro Rey no hay tintero que se le resista ni bandera o sable independentista ante los que no sepa permanecer sentado con cara de enfado!

Las ventajas comparativas de la monarquía española y de la Casa de Borbón respecto de los Windsor, además, no se quedan sólo en una mejor preparación de nuestros monarcas, por una afortunada combinación de contar con mejor material genético, cuestión clave, a la postre, si de lo que estamos hablando es de una institución que hace que se acceda a la Jefatura del Estado por una cuestión puramente sexual-reproductiva (eso sí, excepto si eres mujer, como Elena de Borbón ha vivido en sus carnes, pero sin que haya sido ésta una cuestión que haya perturbado lo más mínimo a nuestras instituciones o al feminismo monárquico institucional) y de preceptores seleccionados por el mismísimo Generalísimo Francisco Franco. Obviamente, si las ventajas de la monarquía tienen que ver esencialmente con esa mejor preparación que garantizan años y años de buena maceración en barrica de roble y palacete para monterías en la dehesa castellana, qué mejor garantía que sea la personal selección del Caudillo quien en su día determinó quiénes habían de explicar lo que era España y cómo garantizar que todo siga atado y bien atado a los que luego lo deberían suceder, por su personalísima decisión, en la Jefatura del Estado.

El Rey Felipe VI. Foto: EP

Adicionalmente, la monarquía inglesa está muy atrasada en cosas básicas en comparación con la nuestra, como demuestra la polémica generada por la excepción que tienen reconocida para no pagar el impuesto de sucesiones (una inheritance tax, por cierto, que es al parecer del 40% en Reino Unido, lo que a más de uno por aquí obligaría a pedir las sales, si bien es cierto que el gobierno inglés se preocupa por indicar amablemente en su web oficial cómo hacer las cosas para minimizar en la medida de lo posible el pago de todo el porcentaje). Aquí nadie sabe muy bien cuál es el patrimonio de Felipe VI, a diferencia de lo que pasaba con los bienes, incluyendo inmuebles, del anterior Duque de Gales, protagonista de un obsceno “destape” patrimonial que sólo puede traer disgustos. Esperemos que la sabia discreción de Felipe VI en estas materias, además de demostrar que es una persona humilde a la que no le gusta alardear, garantice que, cuando llegue el momento, esto de la herencia de Juan Carlos de Borbón sea mucho menos conflictivo.

Por no decir, jurídicamente, y si hablamos de inmunidades y exenciones, lo engrasadísima que está la doctrina de la inmunidad absoluta que entre Fiscalía y Tribunal Supremo han deletreado para la Casa de Borbón en España: abarca no sólo cualquier posible actividad, incluyendo las materialmente delictivas, tanto en la esfera pública como también en la privada, durante el reinado y más allá; y se extiende incluso la vida civil, haciendo que ni siquiera cuestiones de Derecho de familia (como el reconocimiento de una paternidad, algo que en principio es un derecho constitucionalmente reconocido) puedan ser judicialmente controladas en su caso. Por no poderse, el parlamento español ha entendido que jurídicamente no se puede tampoco hablar (mal) del monarca y sus actividades en sede parlamentaria, porque hasta ahí llega su inviolabilidad. Y el Tribunal Constitucional no sólo ha bendecido esta doctrina, sino que también ha dejado caer que las actividades políticas o consultas que vayan contra el orden monárquico constitucional son ilegales y quién sabe si delictivas.

Pero para inmunidad e inviolabilidad de la que gozan nuestros Borbones, la que le garantizan los tres grandes partidos españoles (PSOE, PP y Vox) y, muy especialmente, la prensa española, que sólo parece tener derecho a criticar a y escrutar las actividades de los anteriores jefes del estado, pero nunca respecto del que ocupa el cargo en ese momento, gracias a una tradición nacida el 18 de julio de 1936 que sigue plenamente vigente. En cambio, en el Reino Unido, que están mucho más atrasados, toda la prensa entiende como una tradición muy british hacer escarnio de su familia real y de todas las tonterías en que ocupan las décadas y décadas que han de dedicar bien a su “preparación” para acceder al trono, bien a su “preparación” para estar alrededor del trono y vivir de eso toda la vida, según sea su posición en la línea de sucesión. De nuevo, tienen mucho que aprender de nosotros. Todo ese ruido mediático sensacionalista no puede traer sino disgustos. Más que nada porque a base de ponerse a mirar todas esas cosas a saber qué más puede acabar uno llegando a descubrir. Y, oiga, pues no.

Para concluir, la monarquía británica, por muy preparados que estén también allí, no puede sino palidecer en la comparación con nosotros a la hora de demostrar capacidad para interferir en la vida política. De Carlos III se han comentado mucho algunas extravagancias tradicionalistas y sus intervenciones en clave proteccionista y ambientalista que, en ocasiones, han parecido contradecir la línea política de algunos de los gobiernos con los que ha convivido como Príncipe de Gales. Pero no puede competir con un Felipe VI que no ha tenido empacho en exhibir sus simpatías y preferencias políticas y que, incluso, se ha permitido hacer discursos en momentos de turbulencia política sin comentar nada con el gobierno de turno e, incluso, afeándole cierta inacción. Y es que, inevitablemente, toda gran preparación conlleva una gran responsabilidad. Así que no es como para dejar que se desperdicie permitiendo que en asuntos absolutamente esenciales para la convivencia e incluso la misma continuidad de la comunidad política quienes decidan cómo afrontarlo sean personas que cuentan simplemente con algo tan cutre y con tan poco glamour como la mera legitimidad democrática salida de las urnas.

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