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EL FUTURO ES HOY / OPINIÓN

Productividad: la gran olvidada

Ningún político habla de la mediocre trayectoria de la productividad en España. Sin embargo, sin su aumento sostenido ninguno de los principales problemas de su economía tiene solución

25/06/2017 - 

No se habló del lento avance de la productividad en España, ni menos de sus causas, en la moción de censura presentada por Podemos, arrinconada hoy en el baúl de los trastos inútiles. Tampoco se mencionó en el reciente congreso del PSOE, aspirante a partido de gobierno en base a competir por el electorado situado más a la izquierda del espectro ideológico. Y menos se refiere a ellas el gobierno ni Ciudadanos, su muleta parlamentaria, empeñados en identificar crecimiento del PIB o del empleo con bienestar. Poco les importa que, sin necesidad de compartir que el PIB sea un instrumento ideológico como defiende Pat Hudson en el blog de la LSE, la concordancia entre ambos ha dejado de existir. Como tampoco les altera que, en el terreno del empleo, sea suficiente trabajar una hora la semana anterior la encuesta para que la EPA considere a la persona como ocupada.

La insistencia de los economistas en la mejora de la productividad no es una cuestión trivial. Que sea habitual descalificar como “economicistas” a quienes insistimos en su trascendencia no altera su importancia. Como destaca el informe de 2016 sobre España de la Comisión Europea, las ganancias de productividad son las que permiten aumentar el nivel de vida de la población y la cohesión social. El crecimiento del producto por unidad de capital, de trabajo (o de la combinación de ambos) es la mejor medida de la eficiencia de una economía. Su alza supone obtener más producto con el mismo trabajo y el mismo capital (o el mismo con menor cantidad de estos factores). Lo cual es una condición necesaria, aunque no tenga el carácter de suficiente, para poder mejorar el nivel de vida. Sin su aumento es más difícil y en no pocas ocasiones imposible elevar los salarios o reducir los precios y, de con ello, hacer posible para los ciudadanos acceder a un conjunto más amplio de bienes.

La expansión de la productividad proviene de tres fuentes principales: el aumento del capital, la mejora de la calidad de la mano de obra y los avances en la combinación de capital y trabajo, denominada la “productividad total de los factores” (PTF). La primera contribuye a un mejor resultado mediante el aumento del conjunto de bienes físicos, como maquinaria, equipos, infraestructuras y en general todas las herramientas utilizadas en la obtención de bienes y servicios. La segunda fuente procede de las mejoras en la calidad del trabajo a través de una mayor capacitación de los empleados para utilizar mejor ese capital físico. Pero es difícil que una economía progrese solo acumulando más capital y más trabajo. De ahí, la trascendencia concedida a la tercera fuente: la mejora en cómo se combinan ambos; en cómo con las mismas unidades de uno y otro se obtiene una cantidad mayor de producto.

Aunque la competitividad de una economía, y por tanto la demanda para sus bienes y servicios, es función de un conjunto amplio de variables, se ha venido considerando una de las más importantes la relación entre productividad y salarios (costes laborales). Y es cierto. Si la primera no crece, lo hace en escasa medida, o los salarios lo hacen más, los costes aumentan, los márgenes de la empresa, de los que depende su inversión futura, se deterioran y los precios respecto a los competidores se elevan. Pero en contra de lo que tantas veces se supone la competitividad no es solo una cuestión de costes salariales, de la misma manera que la productividad, como se ha intentado resumir más arriba, no depende solo de la del trabajo. Las decisiones estratégicas de la empresa, desde su organización interna a las formas de integración en los mercados pasando por esa combinación entre maquinaria y trabajo que determina la PTF, no dependen de los trabajadores. De hecho la inmensa mayoría de ellas se adoptan no ya sin consultarles sino ni siquiera informarles de su adopción hasta que ha sido acordada. Son decisiones que dependen, por tanto, de los empresarios. O lo que es lo mismo en la aproximación de estas líneas, dependen de la productividad del capital y de la productividad conjunta de los factores. Dos causas de su mediocre evolución habitualmente soslayadas en España cuya trayectoria no depende de los trabajadores.

Y los expertos vienen mostrando cómo dentro de una mediocre trayectoria general, la fuente del crecimiento que mejor se ha comportado en España ha sido la productividad del trabajo. Francisco Pérez, director de investigación del Ivie, ha destacado la preocupante trayectoria de la productividad del capital, con valores negativos en su contabilización, y planteado una explicación a este enigma. En síntesis, y por tanto sin los matices, sus trabajos su conclusión se concentra en dos causas. Por un lado, el impacto de la burbuja inmobiliaria en la disociación entre rentabilidad del capital y evolución de la productividad, cuyos efecto serán duraderos al serlo la vida medida de las inversiones realizadas. Por otro, un tejido empresarial poco productivo, un aspecto pocas veces destacado y cuya mejora es esencial para superar las dificultades.

Ninguna fuerza política del panorama español parece interesada en hacer algo para modificar la situación como no sea regar con subvenciones (o con créditos sin interés cuya devolución está por ver) a los empresarios ya presentes en el mercado. Nada para desmantelar las barreras a la entrada de otros empresarios, o impulsar la innovación de forma que, aumentando la competencia, estimulen las ganancias de productividad. Y ello a pesar de que no quepa descartar que, transcurrido un siglo, sigamos próximos a la situación descrita en 1914 por un representante de los trabajadores del sector textil.

Entonces, ante la resistencia empresarial a implantar la jornada de 60 horas con el argumento de que provocaría un alza masiva de precios y una crisis generalizada, constaba cómo en otros países los salarios eran más elevados y, sin embargo, los precios de bienes iguales eran inferiores. Ante lo cual concluía que en España “los señores fabricantes no tienen en cuenta generalmente más que un factor: el factor trabajo, que se trabaje muchas horas; pero olvidan el factor del perfeccionamiento técnico, el factor de estar siempre al día y poner en práctica y en vigor todos los adelantos de la ciencia y del mecanismo”. No es descartable que, por esa misma razón, estemos hoy, en 2017, donde estamos: ante una recuperación del PIB que deja fuera de la mejora a buena parte de la población.

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